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Amando de Miguel

Información, deformación y desinformación

Hay informaciones que se difunden con éxito con el propósito encubierto y mendaz de tergiversar la realidad.

Hay informaciones que se difunden con éxito con el propósito encubierto y mendaz de tergiversar la realidad.
Pixabay

Hubo un tiempo no lejano en el que los españoles mínimamente cultos eran grandes consumidores de piezas de información. Leían varios periódicos todos los días, se enfrascaban con varios libros a la vez, estaban atentos a todo tipo de habladurías, se reunían con los amigos y colegas para intercambiar comentarios.

De repente, todo se ha vuelto del revés. El equivalente actual de esa persona cultivada se expone hoy a un caudal inabarcable de datos, sucesos, noticias, opiniones de todo tipo. Esa corriente fluye fundamentalmente por vía internética, un dispositivo tan corriente como el reloj de pulsera o el teléfono móvil. Por cierto, resulta tediosa la insistencia de casi todas las emisoras de radio por decirnos la hora que corresponde a cada momento con la coletilla de que es "una hora menos en Canarias". Creo que es un dato irrelevante, puesto que el oyente puede encontrarse en un huso horario distinto del que corresponde al emisor, o bien puede oír la información en un momento diferido. Es un buen ejemplo del exceso de información que ahora nos llega por todas partes. No puede ser nada bueno. Se hace arduo distinguir el ruido del contenido en las piezas informativas que le llegan a uno, muchas veces sin solicitarlas. Bien es verdad que, por pura supervivencia, hemos aprendido todos un poco a separar el grano de la paja.

Cada vez es más frecuente que los programas de los distintos medios audiovisuales incluyan la sección de las opiniones anónimas que llegan previa solicitud. Se considera que el género hace más auténtica la información. Francamente, el dispositivo me parece poco atractivo, fuera del interés profesional que pueda tener para un estudioso de las ciencias sociales. No se entiende bien por qué se recurre tanto a tal procedimiento de informar. Viene a ser una especie de puesta al día de la sección de cartas al director de los periódicos de papel. Quizá se quiera dar la impresión de que la audiencia se halla muy interesada en el programa en cuestión, pero el argumento no se sostiene. En ningún caso se trata de una muestra representativa de los oyentes o espectadores del programa que acoge sus opiniones. Las cuales suelen ser poco originales y nada objetivas.

Se habla constantemente ahora de las fake news (noticias mendaces), pero se dan distintas versiones del género. Podríamos incluir los fake books. Por ejemplo, el presidente del Gobierno publica un libro como si él fuera el autor, pero es más bien el resultado de una serie de conversaciones mantenidas con un interlocutor que permanece en la sombra. De ahí que se agradezca la galanura del líder de Vox, Santiago Abascal, quien conversa con Fernando Sánchez-Dragó. La larga "entreparla" (como llamaba Unamuno a la entrevista) se publica como un libro cuya autoría es la del afamado escritor. Es sabido que el secreto de un buen libro de entrevistas está en la sagacidad del entrevistador para suscitar los temas de la conversación. Se recordará el egregio precedente de los libros de conversaciones que publicó en su día Salvador Pániker, una de las personas más cultivadas que he conocido. El lector puede añadir otros ejemplos recientes.

Lo peor de los géneros informativos son las piezas que se proponen deformar la realidad con propósitos de vanidad, de propaganda o simplemente de pasar el rato. Abundan las ilustraciones. No las cito para no ser objeto de represalias jurídicas o de las otras. Pero el lector inteligente (como el de La Codorniz) ya sabe a lo que me refiero. Hay informaciones que se difunden con éxito con el propósito encubierto y mendaz de tergiversar la realidad. A veces adoptan la apariencia de experimentos científicos, datos estadísticos precisos, resultados de encuestas, opiniones de reputados autores. Pero, si bien se mira, no pasan de paparruchas, mentiras pochas o, en el mejor de los casos, repeticiones de lo que ya se sabe. El problema es que el receptor, abrumado por tantas noticias como recibe, se siente incapaz de distinguir lo que hay de verdadero o falso en la pieza informativa de que se trate. El mejor procedimiento es el de fiarse de la autoridad del autor o del prestigio del medio en cuestión.

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