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Amando de Miguel

La política del 'como si'

Este es un hecho tan patente como irritante: el Gobierno de la Generalidad de Cataluña se comporta "como si" Cataluña fuera independiente.

Este es un hecho tan patente como irritante: el Gobierno de la Generalidad de Cataluña se comporta "como si" Cataluña fuera independiente.
Jordi Pujol | EFE

Este es un hecho tan patente como irritante: el Gobierno de la Generalidad de Cataluña se comporta como si Cataluña fuera independiente. Lo malo de tal presunción es que al resto de España que no es Cataluña le resultaría difícil seguir siendo España con una Cataluña independiente. La culpa de tal fechoría histórica se puede personalizar en Jordi Pujol, que en su día fuera nombrado por el ABC "Español del Año". ¿Será algún título vitalicio?

Pujol y sus edecanes decidieron hace 40 años que Cataluña, a pesar de ser una nación milenaria, se había de construir, primeramente, sobre la base de desplazar la lengua castellana de la vida pública de lo que un día fuera Marca Hispánica. La paradoja es que todos los Gobiernos de España desde entonces, de uno u otro partido, se han impuesto con el auxilio de las huestes de Pujol. Se comprenderá que ninguno de esos Gobiernos de España se haya opuesto de verdad a la política lingüística de la Generalidad catalana. Que se traduce, por ejemplo, en que a una familia castellanoparlante en Cataluña (y son cientos de miles; acaso millones) no le es posible que sus hijos se eduquen en español. También por este lado ha seguido funcionando la política del "como si" (el Als Ob del filósofo alemán Hans Vaihinger). Ya es triste que el clan Pujol haya protagonizado el episodio más notorio de la corrupción política en España. Barcelona se ha convertido en el puerto de arrebatacapas de la España contemporánea.

Lo de la inmersión lingüística (vaya título desgraciado) y, en general, la discriminación contra los castellanoparlantes en Cataluña no es una cuestión jurídica, de leyes y tribunales. Entre otras cosas porque en España las leyes se incumplen bonitamente con generosa constancia, sin que nadie se vaya a alterar por ello. La prueba es que la raíz del problema expuesto está en una disposición perfectamente legal: los partidos nacionalistas (hoy separatistas) pueden concurrir a las elecciones generales. Así se produce la incongruencia de que los diputados separatistas no se consideran españoles y se sientan tranquilamente en los escaños de las Cortes Españolas, representando a todos los españoles. Para ello han tenido que empezar jurando la Constitución Española. Es más, en el cenit de lo churrigueresco, tres forajidos de la Justicia, fervientes separatistas, pueden concurrir legalmente a las elecciones europeas representando a España.

Lo malo de todo este asunto del heroico tránsito de Cataluña hacia la idílica independencia es que esa región (o nación que se construye) ha perdido ya la hegemonía económica que tenía en España. No creo que pueda recobrar su pasado esplendor económico con la secesión. Antes bien, se reforzará el éxodo de muchos profesionales de Cataluña hacia otras partes del mundo desarrollado; por ejemplo, Madrid. Al tiempo, la política migratoria de Pujol y sus secuaces ha sido la de contener la llegada de inmigrantes hispanoamericanos, en tanto que estimulaba la aceptación de un desmesurado contingente de inmigrantes islámicos. El resultado va a ser lo opuesto de una pretendida homogeneidad étnica en Cataluña. Ahora sí que se podrá hablar de "un poble decadent", el título de un influyente libro de hace casi un siglo.

No participo del sentimiento de satisfacción que se produce con el alegre comentario de "¡que se vayan!", puesto en boca de tantos españoles hastiados del secesionismo catalán. La potísima razón que me asiste es que considero que lo catalán es parte inseparable de mi vivencia de la nación española. No es solo por haber residido algunos años de mi ajetreada vida en Barcelona. Es una suerte de patriotismo intelectual, aunque me esté mal el decirlo.

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