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Amando de Miguel

La disolución de Europa

Nuestro pequeño continente lleva camino de convertirse en el reducto de nostalgia cultural que representó Grecia dentro del Imperio Romano.

Nuestro pequeño continente lleva camino de convertirse en el reducto de nostalgia cultural que representó Grecia dentro del Imperio Romano.
Pixabay/CC/NakNakNak

A lo largo del último medio milenio se ha producido un acontecimiento de trascendencia universal. Millones de europeos emigraron a otros continentes, singularmente a América y a Oceanía. El resultado último es que la "civilización europea" se hizo "civilización universal", la más productiva de la historia de la Humanidad.

Pero la rueda de la historia no se para nunca; es la del mismo tiempo. Durante la última generación Europa se ha ido convirtiendo en un continente (pequeño territorialmente como es) que recibe una ingente cantidad de inmigrantes de otros continentes. El problema se complica porque una gran parte de esa inmensa corriente migratoria procede de fuera de la civilización occidental, fundamentalmente de Asia y de África. Al mismo tiempo, la natalidad de los nativos europeos se reduce a un mínimo histórico, incompatible con la pura renovación demográfica. A la vez, se mantiene la natalidad de los europeos que provienen de otros continentes, por lo menos de momento. Es claro que el resultado de ese doble proceso es que se reduce todavía más el peso demográfico de los que podríamos llamar europeos autóctonos. Puede que tal situación acarree un catastrófico conflicto cultural.

La impetuosa corriente migratoria que se dirige a Europa desde otros continentes no busca solo mejores empleos, sino sobre todo mejor protección social. Lo que distingue verdaderamente a la Europa política del resto del mundo es el Estado de Bienestar o asistencial. Esa es su grandeza política y moral, pero también su ruina económica. La razón es esta: lo que aumenta verdaderamente es el número de perceptores de subsidios públicos de toda condición. Destaca el del paro. Así, se da la paradoja de que el inmenso caudal de inmigrantes hacia Europa coexiste con un abultado ejército de parados y jubilados en ese continente de recepción. No hay economía que pueda resistir tal tensión. Bueno, se resiste a base de altos impuestos.

El hecho es que, por fas o por nefas, Europa ha dejado de ocupar el puesto central en la economía del planeta, incluyendo últimamente la antigua primacía en los avances tecnológicos. Esa ventaja se la disputan hoy Estados Unidos, Japón, China, India, entre otras grandes potencias extraeuropeas. Puede que en el conjunto de la Humanidad el nuevo panorama resulte beneficioso, pero no es menos cierto que supone la disolución de Europa como civilización primordial. Nuestro pequeño continente lleva camino de convertirse en el reducto de nostalgia cultural que representó Grecia dentro del Imperio Romano.

Encima, entra en crisis el grandioso experimento de constituir la Unión Europea como una fuerza política, si es que alguna vez lo superó. No es solo que una gran nación europea como Rusia haya quedado fuera de la Unión Europea, sino que la abandona el Reino Unido. Lo que queda entre medias difícilmente se podrá seguir llamando Europa –por otra parte, el nombre de una mitológica princesa asiática–.

Bien es verdad que la paradoja es que el idioma de la Unión Europea sigue siendo el inglés, aunque tal permanencia se debe más a la influencia mundial de Estado Unidos. Eso mismo explica el hecho de que el inglés se haya convertido en la lingua franca para todo el mundo. En donde se demuestra que el gran éxito europeo ha consistido en darse al mundo entero. Es evidente el acierto de la tesis de mi antiguo profesor, Luis Díez del Corral, en su celebérrimo El rapto de Europa.

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