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Amando de Miguel

La pesadilla de Cataluña

Las cosas de Cataluña empiezan a ser una verdadera pesadilla para los mismos catalanes honrados y para el resto de los españoles.

Un miembro de los CDR dispara con un tirachinas a los agentes | Cordon Press

Las cosas de Cataluña empiezan a ser una verdadera pesadilla para los mismos catalanes honrados y para el resto de los españoles. No se acaba de comprender que el poder político en Cataluña pugne por que su nación se separe de España, ahora con métodos violentos, los de la ciutat cremada de tiempos pretéritos y literarios. Es una verdadera maldición.

De conseguir el objetivo de estos nuevos bárbaros, Cataluña sería otra isla, pareja con el Reino Unido, en medio de la tambaleante Unión Europea. Con la diferencia de que el Reino Unido sigue siendo una potencia económica y financiera en el mundo. En cambio, Cataluña se vería arrinconada como Estado. No es fácil imaginar que fuera a recibir subsidios de la Unión Europea.

Han fallado todas las vías de conquistar la independencia de Cataluña por la buenas. Los secesionistas se han apoltronado durante décadas en el Congreso de los Diputados de España, pero ni por esas. Tampoco ha sido suficiente que la región catalana haya conseguido unas cotas de autonomía política y cultural superiores a los que se suelen dar en otras regiones de Europa. A los nacionalistas catalanes les ha venido muy mal que los Gobiernos de la Generalidad hayan mostrado los mayores escándalos de corrupción política de toda España, que ya es decir. Otra cosa es que hayan conseguido una especial impunidad para muchos corruptos.

Hay una pequeña lista de otras naciones europeas que se han declarado independientes a lo largo del último siglo. Pero en casi todos los casos el movimiento secesionista se ha visto apoyado por la gran mayoría de la población respectiva, digamos el 80%. La situación de Cataluña es muy otra. Los independentistas activos serían algo así como el 20% de la población, aunque apoyados pasivamente por otros tantos. Es decir, la mayor parte del censo de Cataluña seguramente se vería perjudicada con la hipotética secesión. Es lógico que, al final, los secesionistas catalanes, desesperados, hayan tenido que recurrir a la violencia callejera. Aun así, lo han hecho con un cierto sentimiento de vergüenza.

Donosa manera de entender la democracia, la de los del "tsunami democrático". Encima les parece una metáfora benéfica.

El fracaso (por ahora) del independentismo catalán reside en el capítulo de lo que podríamos llamar selección de personal. Los individuos más competentes de Cataluña se han ido a las empresas económicas y culturales, muchas veces fuera de la región. En la política han ido instalándose los mediocres. El lector inteligente sabrá poner nombres.

Otro error del independentismo catalán es haber puesto muy por delante el factor lingüístico. Podrían haber aprendido de los irlandeses, que hace un siglo consiguieron su independencia sin desplazar la lengua inglesa, antes bien, reforzándola a través de un estupendo sistema educativo. La pequeña Irlanda es hoy una potencia económica en Europa.

Se acumulan más errores. Los Gobiernos de la Generalidad se han resistido a la ola inmigratoria procedente de América, con la idea de que no aumentara la proporción de castellanohablantes. En su lugar han propiciado la inmigración de los países islámicos. El resultado ha sido una minoría de foráneos desajustados y proclives a la violencia. Por una u otra razón, Barcelona se han convertido en una de las capitales más inseguras de Europa. No es precisamente un aliciente. Ahora se junta con el estallido de la violencia que llaman "tsunami democrático" (oxímoron). Donosa manera de entender la democracia. Encima lo del tsunami les parece una metáfora benéfica.

Otra equivocación del nacionalismo catalán se deriva paradójicamente de su hegemonía cultural y económica. Es en esos círculos donde hacen fortuna y rechazan las inteligencias que proceden del resto de España. A su vez, el éxito cultural y económico ha llevado a muchos competentes autóctonos a desentenderse un poco de la política propiamente dicha, cuyo vacío lo rellenan los menos capaces. No pongo nombres porque me da cierto rubor.

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