Colabora
Amando de Miguel

La hipocresía del género

No sabría yo decir a quién defienden las feministas; desde luego, no a la mujer.

C.Jordá

Acaso como un resto del puritanismo de los padres fundadores de la República, a las camadas feministas de los Estados Unidos les dio por sustituir la palabra sexo (como clasificación) por género. El éxito fue inmediato. En seguida se copió en todos los países; desde luego en España, país de copistas y copiadores. Nos olvidamos de que el género (masculino o femenino) se empleaba solo para la gramática. Ahora es el término que priva para clasificar a los humanos en varones o mujeres. El añadido práctico es que género sin más se refiere a las mujeres. Se trata de un absurdo retorcimiento del lenguaje. Por ejemplo, la manida expresión violencia de género debe entenderse como violencia extrema ejercida contra la mujer por parte de un varón afectivamente relacionado; es decir, uxoricidio.

El 28 de diciembre (vaya coincidencia) de 2014 se aprobó por unanimidad la infausta Ley de Violencia de Género, en el sentido dicho de uxoricidio. Los padres de la patria no manejaban tales exquisiteces jurídicas. Dicha ley se proponía, nada menos, que "erradicar la violencia de género en España". Como apoyo a los debates parlamentarios, el Congreso pidió mi opinión sobre el asunto. Ante una nutrida comisión de diputados expuse que, después de la ley, no se iba a erradicar la lacra del uxoricidio. Antes bien, la tasa se iba a mantener o incluso iba a aumentar, en el caso de prosiguiera la corriente de inmigración extranjera. Los diputados me abuchearon sin piedad, con la sola excepción de dos o tres de ellos (del PP), que se me acercaron tímidamente a darme la enhorabuena.

No solo eso. Por aquel tiempo era yo consejero (nombrado por el Congreso de los Diputados) del Centro de Estudios Sociales de la Comunidad de Madrid. En tal lugar se discutió la citada ley. Yo insistí en mi razonamiento de que el uxoricidio no se iba a erradicar. Los grupos feministas pidieron mi destitución como consejero del CES. Es más, de forma inesperada, el Ayuntamiento de Alcalá de Henares se sumó a esa petición y votó para que me expulsaran del CES. Por si fuera poco, en el CES se publicó una monografía sobre "Población española". Se me excluyó de los consejeros que colaboraron en la redacción de los capítulos, aunque el primer proyecto lo había presentado yo a la dirección del centro.

Es fácil deslizarse por el lugar común de que oponerse a la infausta Ley de Violencia de Género es algo así como machismo con el agravante de xenofobia. No hay tal.

No paró aquí la cosa. Por aquel entonces la Junta de Castilla y León auspició la celebración de un congreso científico sobre la familia. Me invitaron a presentar una ponencia sobre el asunto. De nuevo se movieron las agrupaciones feministas para que se excluyera mi ponencia. El disparatado argumento era que yo carecía de calificación profesional para hablar sobre familia. Un funcionario de la Junta me llamó para comprobar si yo tenía la necesaria calificación profesional. Por entonces era yo catedrático de Sociología en la Complutense. Mi asignatura fundamental, Población Española, incluía algunas lecciones sobre familia. Sobre tal asunto había publicado yo miles de páginas. El examen a que me sometió el funcionario me resultó humillante. Más tarde di una conferencia en la Universidad de Ratisbona (Alemania) sobre el particular. Les entregué un texto de medio centenar de páginas, que tuve que reducirlas a una docena para su publicación por la citada universidad.

Bien, ha pasado media generación desde el tiempo de promulgación de la citada ley sobre la violencia de género. Ahora disponemos de una larga serie estadística sobre los casos de violencia de género. Como anticipé, no se ha erradicado, ni mucho menos. Las estadísticas no son completas, pero apuntan a que alrededor de una quinta parte de las víctimas son inmigrantes extranjeras. No hay datos sobre lo más importante: la nacionalidad de los uxoricidas. Sospecho que deben de suponer una tercera parte, al menos, del total de casos. Es claro que tales datos avalan la explicación de que el uxoricidio se debe en gran parte a la presencia de inmigrantes poco o mal integrados en la sociedad española. ¿Qué dirán ahora las feministas? No sabría yo decir a quién defienden; desde luego, no a la mujer.

Es fácil deslizarse por el lugar común de que oponerse a la infausta Ley de Violencia de Género es algo así como machismo con el agravante de xenofobia. No hay tal. La ley no conseguirá sus objetivos, ni siquiera de reducir significativamente la tasa de uxoricido, mientras el asunto no se plantee con realismo y conocimiento de causa. Por otra parte, la tasa de uxoricidio en España es una de las más bajas de Europa, por no decir del mundo. Bien estará reducirla todavía más, pero ese loable objetivo no se conseguirá mientras el asunto siga en manos de los grupos feministas, constituidos por mujeres resentidas e interesadas (en su peor sentido). Me sería igualmente rechazable el que funcionaran grupos machistas.

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