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Amando de Miguel

El futuro de la otra Edad Media

Intuimos hoy el sorprendente paso de la civilización urbana universal a una especie de nueva Edad Media, solo que ahora se va a producir de golpe, de forma impensada.

Se sabe más sobre el auge y la decadencia del Imperio Romano que sobre ninguna otra civilización en el mundo. La decadencia de Roma, atenuada en parte por el orto de Constantinopla, fue un proceso que duró varios siglos. La insólita red de ciudades que tejió Roma se fue enrunando poco a poco. La consecuencia es que se redujeron los flujos humanos de una a otra parte del imperio. Las calzadas y los puentes (creación única de Roma) se redujeron a recuerdos arqueológicos. El excelso latín degeneró en el latín vulgar, que, al fragmentarse, dio paso a las lenguas romances. Al mismo tiempo se produjo la cristalización de lo que iban a ser las lenguas sajonas, germánicas o nórdicas. Como digo, la clave estuvo en la congelación de los traslados de los ciudadanos romanos en todas las partes del imperio. Se inauguró la Edad Media, de momento, la edad oscura.

Pues bien, intuimos hoy el sorprendente paso de la civilización urbana universal a una especie de nueva Edad Media, solo que ahora se va a producir de golpe, de forma impensada. El indicador es la eventual reducción de los intensos movimientos de personas. De momento es esa asombrosa movilidad la que distingue a nuestra civilización universal, sea por el ocio (turismo), los negocios o los estudios.

El indicador de una alteración tan insólita se avizora con la sorpresa de la pandemia del virus de Wuhan (así se llamará, no coronavirus). Puede que sea solo un primer aviso de lo que se adivina en lontananza, al menos para el orbe urbanizado. Se sospecha que el virus de Wuhan no es natural, sino de diseño, producido por error en los laboratorios chinos. Lo previsible sería una sucesión de familias o especies de virus que van mutando con asombrosa celeridad y que, por tanto, hacen que sean inútiles los remedios y las vacunas. Aunque de momento la letalidad no parece que sea elevada (si la comparamos con las grandes pestes históricas), lo que distingue a la actual pandemia es la pasmosa capacidad de contagio. Se desarrolla prodigiosamente al compás de los traslados de personas de país a país, gracias a que los transportes son más baratos que nunca. Simplemente, la actual economía internacional necesita del incesante flujo de personas, no solo de mercancías y mensajes. Todo eso se va a paralizar. La única ventaja es que el precio del petróleo se hace cada vez más asequible, sencillamente porque disminuye la demanda de modo radical.

Por todas partes se están poniendo en marcha, a trompicones, muchos controles que impiden los traslados de personas a grandes distancias. Pero no hay forma de que tales medidas puedan mantenerse por mucho tiempo. De momento, las compañías de aviación punteras van a la quiebra, lo mismo que las cadenas hoteleras. El negocio de la restauración también se ve afectado. Se posponen y luego se anulan todo tipo de ferias, congresos, reuniones internacionales, competiciones deportivas, manifestaciones, intercambios de trabajadores o estudiantes de país a país, etc. La Iglesia Católica llegará a eximir de obligación la asistencia a la misa dominical. Los regímenes democráticos estudiarán el modo de sustituir las elecciones presenciales, así como los mítines y demás actos masivos. Es evidente que tal minoración de la movilidad física va a significar una pavorosa crisis económica, aunque de momento se intente disimular con eufemismos, como el de "desaceleración". Lo peor es el trastorno universal en el modo de vida que creíamos perenne. Los Gobiernos dan palos de ciego, no saben qué hacer. Se intenta atenuar los perjuicios empresariales con el teletrabajo, aprovechando al máximo la inmensa facilidad de la comunicación internética. Pero son solo parches para el globo que pierde gas.

Sin una continua movilidad física de personas no puede mantenerse la actual civilización universal, al menos en su estrato urbano. Pero, si bien se mira, eso es lo que significa advenir a la nueva fórmula de la oscura Edad Media. La gran diferencia hodierna es que hoy disponemos de la informática generalizada. Es el equivalente de lo que supuso el alfabeto para el imperio romano. Pero, al tiempo, el progreso en ese sector y en otros concomitantes se basa en un intercambio continuo de personas y de materiales de país a país. Acaso la verdadera crisis sea la ambivalencia, el no saber qué hacer.

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