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Marcel Gascón Barberá

De la sumisión periodística al Gobierno

En vez de atender a los hechos que recomendaban ir en la dirección contraria a la que estaba tomando el Gobierno, se volcaron en reforzar las consignas que salían de la Moncloa.

En vez de atender a los hechos que recomendaban ir en la dirección contraria a la que estaba tomando el Gobierno, se volcaron en reforzar las consignas que salían de la Moncloa.
Ana Pastor, periodista estrella de Ls Sexta | Archivo

Desde que (semanas después de que lo descubriera) China informara al mundo del brote de coronavirus, la respuesta del Gobierno de España a la aparición de la plaga se ha caracterizado por la imprevisión y una negligencia activa, como demuestran entre otros escándalos el de la purga del comisario Nieto González.

En primer lugar, y no me entretendré en repetirles los detalles que ya conocen, el Gobierno reaccionó muy tarde a la crisis, y que otros Gobiernos europeos no fueran más rápidos no cambia las cosas ni les quita la culpa. Lo hizo además pese a las muchas informaciones disponibles que habrían empujado a tomar precauciones a cualquier persona medianamente racional.

Desde la debacle del 8 de marzo (¿qué serían las manifestaciones si un partido de fútbol en un campo medio vacío fue una bomba biológica?), el Gobierno parece ser esclavo de sus errores, a cuya ocultación dedica una parte sustancial de su tiempo y esfuerzos.

En todo este proceso de despropósitos (que muchos habríamos perdonado de haberse explicado honradamente y con una disculpa), el Gobierno ha contado con la inestimable colaboración de su prensa afín. (Animo al que diga que el alineamiento ideológico lo hace inevitable a asomarse a lo que publica y ha publicado esta casa del PP, Ciudadanos y Vox).

Un ejemplo inmejorable de esto es el célebre directo de Lorenzo Milá sin mascarilla desde el epicentro de la epidemia en el norte de Italia.

Igual que el excesivo relajo del Gobierno ante la aparición del virus, el patinazo de Milá al enfrentarse a una realidad nueva y por lo tanto desconocida podría disculparse, si no fuera por el celo con que amonestó a los que, con buen criterio, sí veían motivos de preocupación en la epidemia.

En la línea de Milá –que fue puesto como ejemplo hasta por el comisario Echenique–, muchos otros periodistas progubernamentales (hay quien se ha ganado estos días la etiqueta de oficialista) ridiculizaron la inquietud de los españoles que sí percibieron desde el principio la peligrosidad del virus.

En vez de atender a los hechos que recomendaban ir en la dirección contraria a la que estaba tomando el Gobierno, se volcaron en reforzar las consignas que salían de la Moncloa, contribuyendo a la desmovilización ante la expansión del virus de una opinión pública a la que no dejaba de decírsele que no pasaba nada desde las tribunas más influyentes.

Lejos de rectificar y empezar a ser más vigilantes con el Gobierno una vez la debacle se nos vino encima, muchos de los que se equivocaron dedican ahora sus energías a descalificar a quienes denunciamos el secretismo, las medias verdades y el discurso errático del Ejecutivo.

Este lunes, un periodista sudafricano publicó con clara intención de denuncia un vídeo de un hombre que hacía deporte por las calles de Johannesburgo saltándose la cuarentena obligatoria que también se ha decretado en Sudáfrica.

El tuitero Marius Roodt* le contestó con este mensaje que sirve para los periodistas que se han pasado todo lo que llevamos de crisis protegiendo al Gobierno de sus propios errores:

Yo pensaba que los periodistas estaban para vigilar al Estado en interés de la gente, y no al revés.


* Marius Roodt tiene una historia que merece contarse. Roodt trabaja ahora en el Institute of Race Relations sudafricano, un venerable think tank sudafricano dedicado a la promoción de la libertad individual y la propiedad privada.

Roodt se hizo relativamente famoso hace tres años por enviar un artículo de opinión al Huffington Post sudafricano con una identidad falsa. El texto estaba firmado por una tal Shelley Garland que se presentaba como estudiante de un máster en feminismo en la Universidad de Ciudad del Cabo.

En su artículo, Garland pedía que, como medida de reparación histórica de los daños causados por el colonialismo y el patriarcado, se retirara el voto a los hombres blancos por un período de 20 años.

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El artículo fue publicado con un retrato de Roodt, maquillado y con peluca, en su papel de Garland.

Roodt demostró así que una parte importante de la izquierda con mando en los medios está abierta a propagar todo tipo de barbaridades si se formulan en favor de los oprimidos y en contra de los hombres blancos y heteros.

La foto de Garland que Roodt envió para acompañar su artículo podría haber levantado las sospechas de los editores, pero dudar de la identidad sexual de Shelley habría sido una afrenta a los valores de diversidad sexual en los que creen y nadie puso en duda si Shelly era en realidad Shelly.

Haber caído en la trampa le costó el puesto a la editora del Huffington Post de Sudáfrica. Tras ser identificado con uno de esos periodistas más preocupados por señalar a la gente que de vigilar al Estado, Roodt fue despedido del Centre for Development and Enterprise en el que trabajaba.

Como escribió en su momento mi amigo, y antiguo casero en Johannesburgo, Jeremy Gordin, en vez de despedir a Roodt la ONG debería haberle felicitado "por escribir el único artículo interesante que ha salido del CDE en años". Aunque lo firmara como Shelley Garland.

Roodt parece que salió ganando y ahora trabaja en el think tank más audaz e intelectualmente sólido de Sudáfrica. A Shelley tampoco le va mal. Está más guapa que nunca y sigue luchando contra el capitalismo en Twitter.

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