Los científicos que investigan su funcionamiento lo tienen claro: el cerebro humano no está diseñado para cambiar de opinión ni ante la evidencia. Ya es suficientemente sorprendente el hecho de que, una vez adoptada una opinión, de nada suelan servir los argumentos para cuestionarla. Ello se debe a que para llegar a tener una opinión no suele ser el razonamiento el camino más usado, sino el contagio y la pasión; por eso tampoco suele servir como camino de salida. Pero el que los datos, los neutrales y comprobables datos, también sean impotentes para cambiar una opinión confirma que, antes que animal racional, el ser humano es muchas otras cosas: animal pasional, animal sentimental, animal violento, animal obcecado, animal fanático…
Los optimistas antropológicos suelen caer en la candidez de considerar que la gente se equivoca porque le faltan datos o porque los datos que conoce no son acertados. Pero el cerebro humano no suele funcionar con tanta coherencia, sobre todo cuando se trata del cerebro del hombre-masa, el mayoritario en toda época y lugar. He aquí cómo funciona según los neurólogos: aparta los datos que no coinciden con su opinión previa por muy convincentes que sean y se queda con los coincidentes por muy endebles que sean. El camino seguido no es "voy a recopilar datos para ver a qué conclusión me llevan", sino "siendo ésta mi conclusión, recopilaré los datos que me la ratifiquen y desdeñaré los que la desmientan".