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José Carlos Rodríguez

Darwinismo social, eugenesia y Estado del Bienestar

La izquierda, también en este ámbito, debería mirar sin orgullo su pasado.

La izquierda, también en este ámbito, debería mirar sin orgullo su pasado.

Winston Churchill se ha convertido en material de derribo para un movimiento que, supuestamente, quiere borrar orwellianamente cualquier atisbo de racismo proveniente del pasado. Churchill, el héroe político de la II Guerra Mundial, el hombre que identificó el peligro que suponían para las sociedades libres el nacionalsocialismo y el comunismo, queda reducido a una figura imperialista y racista que puede desecharse en el basurero al que debe ir toda la historia de Occidente. Estamos reinventando el futuro, ¡una vez más!, y lo vamos a hacer borrando del pasado lo que no nos conviene.

La izquierda, también en este ámbito, debería mirar sin orgullo su pasado. Sí, Churchill hizo suya esa repulsiva idea de la mejora de la raza por métodos científicos. Pero, sin salirnos de las islas, podemos encontrar numerosas figuras de la izquierda que compartían esa idea. No voy a poner más que unos pocos ejemplos.

Marie Stopes, la gran iniciadora del movimiento proabortista, también creía en la eugenesia. Nadie le podrá acusar de incongruencia. Según Stopes, era necesario reducir "las hordas de defectuosos", a fin de evitar que fueran una carga para los que estaban bien. Desheredó a su hijo por casarse con una mujer con problemas de vista. El Gobierno británico conmemoró a Marie Stopes con un sello en 2008.

Harold Laski, historiador socialista y líder laborista, dijo: "Pronto veremos la producción de débiles como un crimen". La London School of Economics creó en 2015 la Cátedra Harold Laski. Y ya que hablamos de la LSE, fue creada por los fabianos, el movimiento socialista gradualista británico. Eran todos entusiastas de la mejora de la raza; de la eugenesia.

En el centro del movimiento se encontraba el matrimonio Webb, Sidney y Beatrice. Ella era una visionaria. Veía el mundo futuro gobernado por una élite genética, por Übermenschen vestidos como samurais, que habrían superado la moral cristiana y forjarían los designios del hombre. Los Webb tienen una placa conmemorativa en Londres.

William Beveridge, también vinculado a la LSE, es el autor del Beveridge Report, origen del Estado del Bienestar. A su juicio, quienes "por sus defectos" fueran considerados inempleables deberían "convertirse en dependientes reconocidos del Estado (...) pero con la pérdida completa y permanente de todos los derechos de los ciudadanos, incluido no solo el voto, también la libertad civil y la paternidad". Reconocido por la Corona con el título de sir, William Beveridge tiene una placa conmemorativa en Londres

John M. Keynes creía que su raza estaba librando una "guerra racial". Por eso era partidario de que la política imperialista de Inglaterra incluyese el uso de la violencia contra los pueblos orientales en defensa de la "población blanca". Keynes concibió un libro, que se titularía Prolegómenos de un nuevo socialismo, en el que preveía el control de la cantidad y la calidad de la población. Son incontables los espacios destinados a la conmemoración del economista británico.

Darwinismo social

¿Por qué estos y otros muchos intelectuales de izquierda abrazaron la eugenesia? Hay una línea perfectamente identificable desde el darwinismo social al fabianismo, y de ahí a la concepción del Estado del Bienestar, que desemboca en políticas abiertamente eugenésicas, como la llevada a cabo durante décadas en el país que, precisamente, es elegido como epítome del Estado del Bienestar: Suecia.

Comencemos por el darwinismo social. Popularmente se entiende que la traslación de las ideas de Charles Darwin al ámbito social es patrimonio de lo que llamamos la derecha, y de autores como William Graham Sumner. La reciente literatura sobre Sumner entiende que encajarle en la corriente del darwinismo social sólo se puede hacer convirtiéndole en una especie de caricatura.

Pero hay otros autores que sí trasladaron a Darwin al pensamiento social, y la gran mayoría de ellos, o al menos los más importantes, están en la izquierda. Darwin había explicado cómo los animales están condicionados por el ambiente, y la constante lucha por la vida favorece que el orden natural se mueva en un juego de equilibrios y desequilibrios que hace que los individuos de cada especie más aptos para adaptarse a las circunstancias transmitan su información genética y contribuyan al cambio, a la evolución, de la especie. Y a la creación de especies nuevas.

Desde la izquierda se entendió que, a diferencia del resto de los animales, el hombre cuenta con la inteligencia suficiente como para entender el ambiente que le condiciona. Es más, puede modificar ese ambiente, y por esa vía es capaz de diseñar su evolución futura. Un instrumento idóneo para el control del ambiente y la evolución es la eugenesia: la mejora de la raza por medios científicos. Esta concepción se ajusta como un guante a la visión progresista de entonces, que buscaba reformar la sociedad desde la meritocracia, con criterios forjados por los expertos, informados por los últimos hallazgos de la ciencia.

Esta idea encaja con la planificación social, y es incompatible con una actitud liberal. Sidney Webb, matrona del fabianismo, lo veía con claridad:

Ningún partidario de la eugenesia puede ser un individualista laissez-faire a no ser que vomite su jugo con desesperación. ¡Ha de interferir, interferir, interferir!

Bolchevismo eugenésico

De hecho, existió un movimiento, conocido popularmente como bolchevismo eugenésico", del que formaban parte un gran número de científicos occidentales entusiasmados con la Unión Soviética, que fundaría una nueva sociedad sobre unas bases científicas, alejadas del viejo y (para ellos) incomprensible caos capitalista.

Diane Paul, en un artículo científico titulado "Eugenics and the left", lo explica con estas palabras:

Para los biólogos, la prueba de un panorama científico se identificaba con la actitud de la sociedad hacia la eugenesia; esto es, la disposición a adoptar una actitud genuinamente científica hacia lo que se llamaba entonces ‘la mejora de la raza’. Los biólogos marxistas y fabianos creían que las sociedades occidentales habían fallado apreciablemente en esa prueba. Por lo general, estaban menos impresionados por las ideas de Marx que por el mismo ejemplo de la Unión Soviética, un Estado dispuesto a sacrificarlo todo al progreso técnico y científico.

Curiosamente, la URSS despeñaría su agricultura por un barranco por seguir las consignas del Trofim Lysenko, que entre otras cosas había descartado las leyes de Mendel. El caso de Lysenko es paradigmático de cómo una sociedad sojuzgada por el poder puede estar condicionada por una actitud anticientífica.

Esos científicos sabían que hay enormes diferencias en la dotación genética de los individuos. Y creían que una política que promoviera la reproducción de los más aptos y coartara la de los más incapaces contribuiría a acercarnos a la igualdad de oportunidades.

Estado del Bienestar

Esta idea informó la concepción del Estado de Bienestar. La primera piedra del edificio de ese conjunto de políticas sociales la puso William Beveridge. Pero Beveridge estaba respaldado por toda una tradición socialista fabiana, iniciada por el matrimonio Webb.

Los Webb, en su libro Las dificultades del individualismo (1896), alertaron del problema de combinar una política social con "la concepción de hordas de degenerados, de un residuo desmoralizado, incapaz de llevar una vida social". Havelock Ellis, otro fabiano, advirtió profilácticamente de que ese "residuo" debía ser controlado, pues de otro modo tendría un efecto "disgénico".

Los socialdemócratas suecos estaban menos seducidos que los fabianos por la idea de la lucha de clases. Veían a la sociedad sueca como un conjunto orgánico. Este interés en el pueblo sueco, y no en la clase trabajadora, reforzó el recurso a las ideas biológicas aplicadas a la sociedad. En 1909 ya se creó la Sociedad Sueca para la Higiene Racial.

La política eugenésica adquiere una importancia tremenda a partir de la labor de Alva y Gunnar Myrdal. En la práctica, estas ideas tenían dos pilares. Uno, el control de la inmigración. La población sueca podría asumir la llegada de pueblos cercanos, pero no la de los del sur de Europa, por ejemplo; menos, la de los procedentes de África o Asia. Todos estos elementos foráneos podrían infectar, decían, a la sociedad. El otro gran pilar era la política de esterilización forzosa de los elementos menos útiles a la sociedad. De hecho, las esterilizaciones comenzaron al año siguiente de la publicación del libro de los Myrdal Crisis en la cuestión de la población.

La política de marras duró cuatro décadas, hasta 1976, durante las cuales se esterilizó a más de 62.000 personas, principalmente débiles mentales o miembros de razas inferiores.

Erik von Kuehnelt-Leddihn escribió una historia de la izquierda titulada Izquierdismo: de Sade y Marx a Hitler y Marcuse. Habrá quien se extrañe de encontrar al líder del nacional-socialismo en una historia de la izquierda, aunque no debería. Lo que queda claro es que es la izquierda la que se plantea reconstruir la sociedad sobre nuevas bases, y que a finales del XIX y comienzos del XX se nutrió de las ideas científicas del momento para plantear una mejora social en términos raciales. Deberían recordarlo muchos que ahora critican el racismo como si no hubiese impregnado profundamente la historia del pensamiento de izquierdas.

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