Colabora
Marcel Gascón Barberá

Dos respuestas ante la turba

Una de las pocas publicaciones sudafricanas comprometidas con la razón, la libertad, la justicia, el respeto por los hechos y la honradez intelectual se enfrenta a un reto colosal.

PoliticsWeb

El pasado día 7, en una victoria histórica del fundamentalismo victimista de izquierda, el editor de Opinión del New York Times, James Bennet, fue obligado a dimitir después de ser víctima de una brutal campaña de acoso en las redes. Bennet había quedado en el punto de mira de la turba moralista que patrulla hasta los rincones más recónditos del espacio público por publicar un artículo del senador republicano por Arkansas Tom Cotton.

El político republicano abogaba en su artículo por el despliegue del Ejército en las calles para parar la violencia y los saqueos en que han desembocado muchas protestas por la muerte del estadounidense negro George Floyd a manos de un policía blanco.

La aparición del artículo en el periódico provocó una ola de indignación tanto entre la plantilla del periódico como entre los lectores. Bennet fue acusado de dar voz a un discurso incendiario que, según los indignados, ponía en peligro a los afroamericanos y contenía ideas fascistas.

En un primer momento, los jefes de Bennet defendieron la publicación del artículo de Cotton, con el argumento de que un periódico de referencia y con vocación de equilibrio como el New York debe incluir en sus páginas todas las opiniones relevantes y legítimas de la sociedad a la que sirve, incluidas aquellas que no coinciden con la línea editorial del diario. Pero la presión doblegó a la razón y los jefes de Bennet acabaron obligándole a dimitir al rectificar y culparle de haber dado el visto bueno a un artículo impublicable.

Bennett no es la única víctima de la última gran avalancha de furia que la adánica turba de censores vocacionales lanza en nombre de la sensibilidad y la justicia social.

Como cuenta el periodista Matt Taibbi en un artículo titulado "The American Press is Destroying Itself", en los últimos días han caído también los editores de las revistas Bon Appétit y Refinery29, por vaporosas acusaciones de no haber mostrado la suficiente sensibilidad con las minorías en la redacción; la editora de Variety Claudia Eller, que ha sido suspendida de sus funciones por recriminar a un asiático su "acritud" en Twitter; y el editor del Philadelphia Inquirer, Stan Wischnowski, por aprobar el titular contra la destrucción de edificios y mobiliario urbano en las protestas "Buildings matter, too".

Tanto en el caso emblemático del New York Times como en el resto de ejemplos citados, la turba indignada ha impuesto su ley y obligado a claudicar a los periodistas señalados o a sus jefes.

Un desenlace muy distinto a un caso parecido se ha vivido hace poco en Sudáfrica, donde el director y dueño del portal liberal de opinión PoliticsWeb, James Myburgh, se ha negado a despedir a uno de sus columnistas estrella después de que este fuera tachado de racista por un comentario en Twitter.

La palabra 'racista' es un comodín que el chovinismo negro usa a discreción en Sudáfrica para descalificar y despojar de toda dignidad a la persona a la que se le aplica

El columnista en cuestión no es otro que David Bullard, que ya fue despedido del Sunday Times de Johannesburgo, en el que publicaba una popular columna, por un texto satírico en el que describía el África primitiva e inocente con que parecen soñar quienes siguen lamentando la llegada al continente del hombre blanco. Bullard es desde entonces uno de los enemigos primordiales del llamado Black Twitter sudafricano, masa de agresivos tuiteros a menudo anónimos conocida por su capacidad destructiva contra todo aquel que ose desafiar el canon neomarxista sobre las relaciones raciales y el colonialismo en África.

En una de sus última provocaciones, que ni a mí ni a Myburgh nos pareció inteligente ni divertida, Bullard se permitió bromear a cuenta del tabú que pesa en Sudáfrica sobre el equivalente del nigger norteamericano en ese país, el término despectivo para los negros kaffir. (Kaffir proviene de la palabra con la que designa al infiel en árabe). El escándalo provocado por el tuit hizo que el libertario Instituto de Relaciones Raciales cancelara la columna de Bullard en su publicación online, The Daily Friend.

Muchos esperaban que Myburgh hiciera lo mismo y se deshiciera de uno de sus mejores escritores en PoliticsWeb, sobre todo cuando el principal patrocinador de esta publicación de referencia para los liberales del sur de África, la Fundación Friedrich Naumann para la Libertad, le exigió la cabeza de Bullard como condición para seguir recibiendo apoyo financiero. En una carta abierta a esta fundación liberal alemana titulada "No, no despediré a David Bullard como columnista", Myburgh escribió:

Preferiría luchar por la supervivencia financiera que condenar a PoliticsWeb a la muerte lenta desde el punto de vista reputacional e institucional que supone para cualquier publicación que el editor ceda a las presiones entre bastidores de sus donantes, patrocinadores o propietarios.

Myburgh no solo se negó a aceptar que Bullard sea un racista, sino que se mostró en contra de condenar a la muerte civil a alguien por un comentario o un comportamiento puntual, por desafortunado sea. "Es veneno para la libre circulación de ideas en una sociedad democrática que la gente tenga que preocuparse por que una frase fuera de contexto capturada para siempre electrónicamente pueda acarrear la ruina y la deshonra por la acción de una turba insensible", escribió. El director de PoliticsWeb apeló asimismo a "a la decencia humana y la lealtad" para con las personas cuando estas están en su momento más vulnerable, como es el caso de todas las víctimas amenazadas con la exclusión social y profesional por la turba digital.

Una persona puede estar completamente equivocada en un asunto un día y puede tener razón al día siguiente, por lo que no entiendo la lógica de quitarle la voz a nadie, y mucho menos la de hacerlo en perpetuidad.

Myburgh subrayó que la palabra racista es un comodín que el chovinismo negro usa a discreción en Sudáfrica para descalificar y despojar de toda dignidad a la persona a la que se le aplica, y advirtió de la gravedad de señalar a los individuos con etiquetas que anulen la legitimidad de sus puntos de vistas y hasta su derecho a un trato humano.

Personalmente, no creo que sea correcto aplicar una etiqueta degradante, ya sea física o de cualquier otra naturaleza, a nadie. O pensar que, una vez lo hemos hecho, uno tiene derecho a intentar destruir a una persona y a cualquiera que de una u otra forma se ‘asocie’ con ella.

Myburgh no logró convencer a la fundación y se ha quedado sin su primer patrocinador. Una de las pocas publicaciones sudafricanas comprometidas con valores humanistas clásicos como la razón, la libertad, la justicia, el respeto por los hechos y la honradez intelectual se enfrenta a un reto colosal para poder seguir haciendo de Sudáfrica y el resto de África meridional un lugar mejor.

Como hice hace semanas comprando acciones de Libertad Digital, yo quiero contribuir a que siga existiendo y acabo de hacerme suscriptor de PoliticsWeb. Para poder seguir disfrutando de uno de los medios que más me enseñan todos los días y me hacen sentir menos solo en la siempre desigual batalla con las fuerzas de la oscuridad.

Temas

Ver los comentarios Ocultar los comentarios

Portada

Suscríbete a nuestro boletín diario