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Emilio Campmany

China, las multinacionales y la izquierda

Se da por hecho que China tan sólo quiere crecer económicamente. Y no es así. Lo que quiere es alcanzar la supremacía mundial.

Se da por hecho que China tan sólo quiere crecer económicamente. Y no es así. Lo que quiere es alcanzar la supremacía mundial.
EFE

La pandemia ha ofrecido a la izquierda algunos paisajes para ella muy atractivos. El más apetecible es el de una sociedad en el que la economía funcione a medio gas a fin de que sea más ecológica, más sostenible y más eficaz en la lucha contra el cambio climático. En Estados Unidos, esta izquierda quiere una especie de New Deal verde, con inmensas inversiones públicas en energías renovables y subvenciones para empresas que favorezcan la sostenibilidad. En Europa, Francia quiere ser el faro de la nueva economía, donde el combustible esté casi racionado y la eficiencia energética, generosamente subvencionada. Alemania redoblará sus esfuerzos en el mismo sentido. Al mismo tiempo, esa misma izquierda, tan amiga del medio ambiente, abomina de cualquier enfrentamiento con China y clama por llegar a alguna clase de entendimiento que relaje las tensiones, mientras nada dice de exigir políticas verdes a Pekín. Todo tiene una misma razón de ser.

Son muchos los intereses en juego. Por supuesto, los comunistas chinos quieren que los costes de producción en Occidente se encarezcan con el fin de compensar los incrementos salariales que inevitablemente tendrán que ofrecer a sus ciudadanos para poder venderles que el comunismo trae prosperidad conservando las ventajas con las que hoy compiten en nuestros mercados. Pero están también los de las grandes empresas occidentales que fabrican sus productos en China. Son las más interesadas en sostener a un régimen que les permite competir en casa con sus rivales más pequeños, que no tienen volumen suficiente para externalizar su producción. Pero para que la ventaja se mantenga los costes de producción en Occidente han de incrementarse. Y están finalmente los de la izquierda, que ve que el encarecimiento de la producción en Occidente generará paro y la consiguiente mayor dependencia de los electores de los subsidios estatales, lo que a su vez garantizará mayor apoyo a las políticas de izquierdas.

El problema de este planteamiento no es sólo que a la larga desaparecerá el tejido industrial en Occidente y generará mayor desigualdad, sino que parte de una falsedad. Se da por hecho que China tan sólo quiere crecer económicamente. Y no es así. El crecimiento económico es efectivamente objetivo primordial del Partido Comunista Chino, pero no como fin en sí mismo. Es un medio con el que alcanzar la supremacía mundial. China invierte la mayoría de sus beneficios en su ejército. Las grandes multinacionales occidentales y los Gobiernos de izquierda que de una u otra forma en esto se apoyan mutuamente no es que les vendan a los chinos la cuerda con la que nos ahorcarán, sino que les dan los medios para que la fabriquen, nos la vendan y luego nos ahorquen con ella. En España, el programa económico del Gobierno de izquierdas que padecemos, que va desde el incremento del salario mínimo hasta la contrarreforma laboral, pasando por las trabas destinadas a ganar sostenibilidad, va en la misma dirección. Los chinos serán cada más ricos y más fuertes y nosotros, los occidentales, cada vez más pobres y débiles, y encima, mientras en el resto del mundo se siga contaminando como hasta ahora, especialmente en China, ni siquiera conseguiremos nada que realmente ayude a proteger la salud del planeta.

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