El título de ‘Estado de las Autonomías’, acuñado hace cuarenta años, fue demasiado presuntuoso, como también la nueva unidad administrativa de las comunidades autónomas. Si bien se mira, una región no será nunca una auténtica comunidad y, desde luego, no podrá ser tan autónoma como el Estado mismo. Si la nueva fórmula era para contentar a los poderosos secesionistas de Cataluña y Vasconia, poco se consiguió. A estos disidentes ni siquiera les basta el melifluo término de nacionalidades; ellos se refieren a sus respectivas naciones.
El etiquetaje de las autonomías regionales pareció en su día una especie de panacea para curar los seculares males políticos, principalmente, los conflictos territoriales. Se ordenó café para todos, olvidando que a los españoles les gusta el café de distintas maneras. Ni siquiera se cumplió esa divisa igualitaria. Sencillamente, los poncios nacionalistas de Cataluña y Vasconia nunca se consideraron del todo españoles, y cada vez menos. Siempre supieron hacer rancho aparte.