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Florentino Portero

Y si gana Biden

Si el demócrata se convierte en el próximo presidente de EEUU, su política exterior no será la misma que la de Trump, pero no será tan distinta.

El candidato demócrata a la presidencia de EEUU, Joe Biden | Cordon Press

Según se acerca la fecha de las elecciones en Estados Unidos, crece el interés por saber qué impacto tendrá su resultado sobre las relaciones con Europa. En el Viejo Continente los medios de comunicación y la clase política no han perdido ocasión durante estos últimos cuatro años de denigrar al todavía presidente. Su derrota será celebrada como una victoria de la visión europea de las relaciones internacionales. Sin embargo, entre los especialistas resulta evidente que el giro dado en estos últimos años por la política exterior de aquel país no se debe tanto a la singular personalidad de su presidente como a una revisión de intereses y objetivos bien asentada en el Capitolio.

Si el senador y antiguo vicepresidente Biden ganara, como los sondeos apuntan, ¿realmente cambiarían los términos de la relación? ¿Supondría el inicio de una nueva etapa en la relación de EEUU con el resto del mundo?

La primera idea que debemos tener en cuenta es que el giro de la política de aquel país no lo dio Trump, sino Obama. En lo fundamental, Trump se ha mantenido fiel al retraimiento de la política exterior establecido por su predecesor. Es evidente que el estilo de ambos no puede ser más diferente, pero si dejamos atrás las formas para concentrarnos en el fondo la continuidad ha sido la norma. Continuidad que cabe esperar de Biden, que llegaría a la Casa Blanca, en caso de ganar las elecciones, acompañado de un numeroso grupo de especialistas en política exterior y política de defensa veteranos de la Administración Obama.

Estados Unidos continuará centrado en sí mismo, tratará de evitar verse envuelto en crisis que no afecten a sus intereses nacionales de forma directa, desconfiará de sus aliados europeos y se concentrará en contener la influencia china. Sin embargo, cabe esperar en el discurso cambios que darán paso a distintos enfoques diplomáticos.

Los demócratas se presentan como defensores del orden liberal, que los republicanos dan por muerto y enterrado. Intentarán que las organizaciones internacionales cumplan con su papel…, pero llegado el momento, y constatada su inutilidad, actuarán por su cuenta. Su multilateralismo es sincero, como su creencia, compartida por los europeos, de la necesidad de revitalizar el orden liberal, pero, a diferencia de estos últimos, no se quedarán pasmados esperando que, cual ave fénix, resurja de sus cenizas.

Los demócratas veteranos, entre los que Biden destaca, sienten como propio el vínculo trasatlántico. Al fin y al cabo, ha sido uno los ejes que han marcado sus vidas políticas. Tenderán puentes, culpando a Trump del grave deterioro que las relaciones entre ambas partes han sufrido, pero no se engañan sobre la voluntad y capacidad de sus aliados ni sobre el penoso estado en que se encuentra la dimensión internacional de la Unión Europea. Parece que entre ellos ha calado la propuesta británica, de indudable raíz histórica, de refundar el bloque occidental a través de una Liga de las Democracias, un club privado cuyo acceso estaría cerrado a alguno de los actuales miembros de la Alianza Atlántica. La idea tiene aspectos sugerentes, pero no despierta grandes pasiones en el Continente por su inequívoco enfoque anglosajón. En cualquier caso y en el corto y medio plazo no será más que la posición establecida por Donald Rumsfeld de “alliance of the willing”. En cada caso se izará el banderín de enganche y quien quiera que se sume. La Alianza Atlántica es cada vez más un espacio diplomático y cada vez menos un ámbito militar.

Elemento clave de la nueva política será la renovada confianza en la disuasión militar, quintaesencia de su relación con adversarios y enemigos. Y aquí si que nos encontramos un problema mayor. Los demócratas confían en sus capacidades militares, pero sus adversarios o enemigos están convencidos de que, llegado el caso, no las utilizarán. Para Biden el legado Obama es fatal. La famosa” línea roja” establecida en Siria pesará sobre este equipo durante mucho tiempo. La disuasión, convencer a la otra parte de que el coste de la acción de fuerza no le compensa por la magnitud de la represalia, requiere tanto de capacidades como de una voluntad creíble de usarlas llegado el caso. Se mire como se mire, Estados Unidos ha perdido esa credibilidad, más aún con el equipo de Obama en la Casa Blanca.

Si los sondeos aciertan y el senador Biden se convierte en el próximo presidente de EEUU, su política exterior no será la misma que la de su predecesor, pero no será tan distinta. En lo fundamental el giro establecido por Obama hacia el retraimiento continuará.

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