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Amando de Miguel

El mundo patas arriba

El panorama político español revela un estado de completo disparate.

El panorama político español revela un estado de completo disparate.
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. | Dani Gago

Son tantas las dudas y paradojas que nos asaltan, sobre los asuntos que interesan a toda la población, que no se puede evitar una consideración harto pesimista. Simplemente, el mundo se muestra desbocado en una especie de cafarnaúm (para adoptar la magnífica expresión de Josep Pla).

Los españoles nos habíamos hecho muchas ilusiones con la incorporación de la pobre España a la Unión Europea (de soltera Mercado Común). Sobre el particular, hoy predomina el desengaño en casi todos los cuarteles. Ya, es sospechoso que se designe como Unión Europea (o coloquialmente, Europa) a un cardumen en el que se hallan ausentes dos peces tan gordos como el Reino Unido y Rusia. El Gobierno de la Unión Europea acumula todas las lacras administrativas, que antaño calificaban solo a las burocracias de los Estados miembros. No menos desasosiego produce el hecho de que los Estados Unidos de América, que siempre fue el modelo de una democracia avanzada, muestren el espectáculo de unas elecciones presidenciales tan tramposas, como las de 2020. Más parecen propias de las repúblicas bananeras.

Con una mirada histórica de escala secular, se concluye la secuencia de la sucesión de imperios en el mundo. Pasó el español y el portugués, siguió el británico, el austrohúngaro y el turco, entre otros. Culminó la secuencia, en nuestros días, con el de los Estados Unidos de América. Se intuye que el próximo será el chino o el asiático. Mientras, Europa languidece.

Un mito que se ha derrumbado en España es el de la “sanidad pública gratuita y general”. No es posible mantener tal ficción cuando la mascarilla obligatoria cuesta un dinero al personal. ¿Pasará lo mismo con la vacuna contra la pandemia del virus chino?

Una parecida desesperanza se deriva de la penosa sucesión de leyes educativas en España durante la última generación. Cada una de ellas ha sido peor que la anterior. Se ha evaporado la idea de la enseñanza como cultivo del espíritu de esfuerzo y la valoración del mérito. Incluso se presenta como un avance que el idioma español ya no vaya a ser el común de los centros educativos españoles. Asombra que una proposición así haya sido auspiciada por el Partido Socialista Obrero Español, que ya no es ninguna de las cuatro cosas.

No hay por qué acudir a asuntos tan solemnes. Baste una consideración de tejas abajo muy personal. El largo confinamiento de la pandemia me ha proporcionado el placer de visionar más películas que en toda mi vida anterior. He llegado a esta desoladora conclusión: las películas de mediados del siglo XX son una maravilla en todos los sentidos. En cambio, las del siglo XXI suelen ser aburridas, infectas, adocenadas; ni siquiera han mejorado los sistemas de sonido. Cabe la sospecha de que esa misma degradación se podría observar en otros varios capítulos de las artes, de la cultura toda. Sería interesante comprobar qué méritos acompañan al actual ministro de Cultura en España, si es que existe.

El panorama político español revela un estado de completo disparate. Se ha llegado a un punto en el que alcanzan la dignidad de hombres de Estado los que ni siquiera se consideran españoles; es más, los que se proponen “tumbar el régimen” democrático y constitucional. No sorprenderá que cualquier día el Gobierno de turno, siempre presidido por el doctor Sánchez, ponga en la calle a los condenados por terrorismo o por intento de sedición. (¿O era de rebelión, de secesión o de golpe de Estado?). Después de lo cual se convertirán en héroes. Ya es desgracia.

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