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Iván Vélez

Cruz del Llanito de las Descalzas: sección horizontal

El actual iconoclasmo guerracivilista es, desde el punto de vista historiográfico, un grave error.

Diócesis de Córdoba.

El pasado día 19, el disco de una radial, manejada por manos expertas, se abrió paso en el hormigón que, en forma de cruz, se mantenía en pie al lado de la puerta del Monasterio de San José y de San Roque de Aguilar de la Frontera. Pronto, la limpia sección horizontal se convirtió en tosca horadación gracias a un martillo compresor. Una grúa de la que pendía una cinta garantizó la seguridad de los operarios, pero también la de la propia cruz, impidiendo que se hiciera añicos contra el suelo. Tumbada sobre la caja de un camión, el considerado escombro cruciforme terminó tirado en una escombrera de Moriles.

La operación fue realizada gracias a la decisión de la alcaldesa del municipio, doña Carmen Flores Jiménez, perteneciente a Izquierda Unida Los Verdes-Convocatoria por Andalucía, que, sin hallar amparo en la Ley de Memoria Histórica, decidió la eliminación de la cruz para evitar las humedades que el arriate sobre el que se elevaba producía en el templo. Argumento que reforzó esgrimiendo su escaso valor artístico. La retirada de determinadas cruces no es algo insólito. De hecho es una práctica que cuenta con sonoros y nocturnos precedentes, como el de Callosa de Segura. El caso aguilarense acusa, no obstante, ciertas peculiaridades que nos obligan a retroceder más de ocho décadas.

Morosamente, la secuencia de los hechos es la que sigue. El 24 de julio de 1936 el pueblo fue bombardeado por la aviación del bando sublevado, que trataba así de bloquear el avance del enemigo –menos de una semana después del 18 de Julio, la distinción nacional-republicano es del todo imprecisa–. El saldo de víctimas de aquel ataque ascendió a cuatro fallecidos. A este bombardeo le sucedió otro, de signo contrario, ocurrido el 25 de octubre de 1938, que dejó 42 víctimas entre muertos y heridos, además de devastadores daños materiales. Como en tantos otros enclaves, en memoria de estos últimos, con la prosodia propia de aquellos tiempos, en 1939 se erigió la cruz que se acaba de derribar.

La erradicación de estos monumentos supone una importante merma a la hora de elaborar una historia fenomenológica, que requiere de relatos, pero también de reliquias que puedan explicar que hace más de ochenta años, en efecto, hubo quien murió aferrado a un credo y a una concreta manera de entender España.

Ya en tiempos de la actual democracia coronada, la placa que acompañaba a la cruz comenzó a ser cuestionada, hasta el punto de que la comisión municipal permanente decidió por unanimidad retirar la lápida de la Cruz de los Caídos en la Cruzada de Liberación Nacional por considerar que estaba –citamos literalmente– "desfasada en el tiempo”. José María Navarro León, concejal del partido socialista, llegó a sugerir una alternativa. Considerando que “el recuerdo de todos los que murieron" en la contienda debía "perdurar", ya que "cada uno defendía los ideales de que estaba poseído”, propuso la sustitución de la lápida por otra con una inscripción que aludiera "a todos los caídos", del tipo: "En memoria de los caídos en la Guerra Civil Española 1936-1939.

Corría el año 1981. Eliminada la alusión al bando vencedor, alrededor del símbolo cristiano se han celebrado homenajes en recuerdo de los caídos del otro bando, que perdió la guerra mas no, al menos en su totalidad, la fe. De hecho, la cruz, pintada de amarillo, formaba parte del paisaje del municipio, sin que nada delatara el motivo de su construcción.

Como es sabido, a principios del presente siglo José Luis Rodríguez Zapatero –recordemos su “nos conviene que haya tensión”, confesado a Gabilondo– impulsó una polarización guerracivilista de la sociedad que le procuró importantes réditos electorales y que, posteriormente, dio paso a una ley, antesala de la de Memoria Democrática con la que se pretende mantener el efecto de la referida a la Memoria Histórica.

Pese al pretexto de las filtraciones y eflorescencias que pueda producir la tierra sobre la que se asentaba la cruz, las manifestaciones hechas por la alcaldesa –“esa cruz no tiene ninguna connotación religiosa”– muestran hasta qué punto el verdadero motivo de su retirada fue ideológico.

El tiempo dirá si la decisión tomada pasa factura al Gobierno municipal y si, en función del efecto logrado, cunde o no el ejemplo en otros municipios en los que una cruz pueda valer una alcaldía. Más allá de estos efectos prácticos y de las ofensas que tales actos pueden suponer, ofensas que, en todo caso, siempre se dirigen contra cristianos, pues las dirigidas a la secta mahomética se pagan caras, el actual iconoclasmo guerracivilista es, desde el punto de vista historiográfico, un grave error, dado que la erradicación de estos monumentos supone una importante merma a la hora de elaborar una historia fenomenológica, que requiere de relatos, pero también de reliquias que puedan explicar que hace más de ochenta años, en efecto, hubo quien murió aferrado a un credo y a una concreta manera de entender España.

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