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Santiago Navajas

Hasél y la tolerancia liberal

Hasél es un peligro para la seguridad y libertad de los ciudadanos, así como para la supervivencia de las instituciones democráticas.

Concentración de apoyo al rapero Pau Rivadulla Duró, conocido como Pablo Hasél. | EFE

¿Tiene Pablo Hasél derecho a proferir amenazas y enaltecer el terrorismo? Como siempre que entran en conflicto derechos básicos, la libertad de expresión contra la dignidad de las personas que objetivamente fueron amenazadas y la seguridad de todo el sistema democrático, depende de las circunstancias. El Tribunal Constitucional alemán prohibió un partido nazi y un partido comunista en los años 50, pero hace hace poco decidió no ilegalizar otro partido de extrema derecha. En aquel entonces sí suponía una amenaza real para el régimen constitucional democrático alemán y ahora mismo no.

La teoría liberal sobre la tolerancia en casos políticos la estableció de manera meridiana John Rawls en su obra Teoría de la Justicia, publicada en los años 70, cuando más arreciaba el terrorismo de extrema izquierda en Europa y en el resto del mundo:

Mientras una secta intolerante no tiene derecho a quejarse de la intolerancia, su libertad únicamente puede ser restringida cuando el tolerante, sinceramente y con razón, cree que su propia seguridad y la de las instituciones de libertad están en peligro.

Tras el abandono de las armas por parte de ETA, cabría discutir si el enaltecimiento del terrorismo que realiza recurrentemente Hasél es más bien obra de un filoterrorista, un exaltado, un perturbado o el habitual parásito artístico a la búsqueda de sus quince minutos warholianos de gloria (y las subvenciones asociadas en el Estado de clientelismo, mal llamado “de bienestar”, socialista). En cualquier caso, es ridículo y patético que alguien que insulta y amenaza sistemáticamente se queje de que un juez lo haya puesto en su sitio, la prisión. El terrorismo callejero de sus seguidores nos ha dejado claro que, efectivamente, Hasél es un peligro para la seguridad y libertad de los ciudadanos, así como para la supervivencia de las instituciones democráticas.

El caso Hasél nos muestra el peligro también de que un análisis superficial del lenguaje y unos clichés torpemente regurgitados sobre la libertad lleve a algunos liberales a defender la libertad de expresión ignorando la diferencia entre decir, querer decir y los efectos que el discurso tiene en los hablantes. La tolerancia, como explicó Popper, no alcanza a aquellos que emplean la violencia. Contra los violentos intolerantes sólo cabe ser firme mediante el uso legítimo de la fuerza, sustentado en el valor de la paz y el respeto al imperio de la ley,

Debemos reclamar el derecho de prohibirlos [los paradigmas intolerantes], si es necesario por la fuerza, pues bien puede suceder que (...) pueden prohibir a sus adeptos, por ejemplo, que prestan oídos a los razonamientos racionales (...) y que les enseñan a responder a los argumentos mediante el uso de los puños o las armas.

Por cierto, la fuerza empleada por la policía contra los violentos no debe ser proporcional, como se suele decir con mojigatería presuntamente bienintencionada y prudente pero en el fondo cobardemente apaciguadora, sino mucho mayor. Debe quedar claro en la práctica lo que es una obviedad en la teoría: las fuerzas del orden nos protegen personal e institucionalmente contra asesinos, violadores, terroristas y kaleborrokas habituales.

Pero, más allá de razonamientos filosóficos liberales, lo relevante de este caso ha sido la vertiente partidista, con la izquierda gubernamental esperando recoger las nueces mientras la extrema izquierda agita el nogal. Como le explicó José Luis Rodríguez Zapatero a Iñaki Gabilondo cuando pensaban que nadie les oía: “Necesitamos que haya tensión social”. Y es que esa izquierda de la ceja necesita la crispación para poder pescar votos en la cala del resentimiento y el odio que forma su estructura ideológica. ¿Por cuántos grupos de extrema derecha igualmente condenados por las letras de sus canciones se han manifestado Serrat, Sabina y el resto de músicos que apoyaron a Rodríguez Zapatero?

Stephen Zweig describió la República de Weimar como “una ilusión engañosa”. Al final el sistema constitucional alemán se fue al traste porque no supieron cortar a tiempo el ascenso de sus bárbaros nativos, dejándolos que se hicieran con las calles y que se adueñaran del gobierno. Mientras escribo estas líneas, la extrema izquierda quema Barcelona, para mostrar que Hasél es una persona inofensiva, Pablo Iglesias sigue viendo series de televisión siendo vicepresidente del Gobierno y Pedro Sánchez toca la lira siguiendo la partitura que le escribe Iván Redondo.

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