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Amando de Miguel

La política a media luz

De poco sirve tener luz, claridad, transparencia, si la gente no quiere ver.

De poco sirve tener luz, claridad, transparencia, si la gente no quiere ver.
Pixabay/CC/Comfreak

Durante los veranos, nuestros abuelos cuidaban mucho de mantener a media luz las habitaciones de la casa, con las ventanas oscurecidas por persianas o cortinas. Al tiempo, procuraban que circulara el aire, si bien evitando las nefastas corrientes, antaño provocadoras de fatales enfriamientos. Hoy, por fortuna, no se estila una forma tan ineficiente de mitigar el calor. Antes bien, se aconseja que la luz penetre en todas las habitaciones con sistemas de refrigeración bastante más eficientes.

Sin embargo, metafóricamente, aceptamos muchos dispositivos sociales para mantener no ya a media luz sino a dos velas al vecindario. Son innúmeras las falsas creencias transmitidas por los clanes más poderosos de nuestra sociedad, los ecologistas y los feministas, ambos en sus versiones más radicales. Se trata de oscurecer la realidad, confundir al personal. Un ejemplo nimio reciente. Se ha establecido el 23 de marzo... no como la fiesta gozosa del primer día completo de primavera: la iniciativa es más ambiciosa y ridícula: “Día Nacional de la Conciliación de la vida personal, familiar y laboral, y la corresponsabilidad en los asuntos de las responsabilidades familiares”. Todo de un tirón y con los correspondientes atentados gramaticales. No se me alcanza del todo qué intereses pueda haber detrás de tan sorprendente celebración. Sobre todo, ¿por qué se necesitan tantas palabras? ¿Hay que reservar un día especial para una práctica tan común?

La verdad es que de poco sirve tener luz, claridad, transparencia, si la gente no quiere ver. Habrá que recordar la diferencia entre ver (percepción clara de los objetos) y mirar (aplicar, voluntariamente, el sentido de la vista). Espero que no se confundan los dos planos, como se hace, por ejemplo, entre oír y escuchar. Con tanto ruido, nadie oye nada; esa acción ha quedado subsumida por la de escuchar. Por lo mismo, se ha mitigado mucho la facultad de ver; basta con mirar. Es lo que hacemos, perezosamente, delante de las infinitas pantallas, que rodean nuestra vida por todas partes. Resulta imposible percibir todas las imágenes, que pasan, febrilmente, por ellas. Obsérvese la norma no escrita en la realización de las películas y series actuales: las imágenes deben durar solo unos poquísimos segundos en la pupila de los espectadores.

Las normas profilácticas contra la pandemia del virus chino llevan a la prohibición de mantener una corta distancia respecto a los otros viandantes o los que confluyen en un recinto. Se hace una generosa excepción con los futbolistas y los forofos de los respectivos clubes. Ellos sí pueden acercarse y abrazarse, sin mascarillas por medio. No se trata de tolerar la conculcación de una norma. La cosa está en la simplificación de la vida. Es algo parecido a lo que sucede con el ingente mercado de la difusión de noticias. Da la impresión de que a los usuarios les basta con los titulares, tal es la continua cascada de informaciones que nos inunda de cutio por todos los medios. Los titulares de las noticias son como chispazos o relámpagos de luz; iluminan muy mal. Hay una forma más artera de mantener al público a oscuras: consiste en multiplicar, hasta el infinito, la cantidad de noticias. Al final, resulta difícil arrojar la luz suficiente como para dibujar los contornos, comprender las conductas de las personas relevantes, y más si pertenecen a la esfera del poder.

Es patente el escándalo y la tragedia de las residencias de ancianos, con decenas de miles de fallecidos sin la debida atención, durante las primeras olas de la pandemia. La claridad deseada es que hubieran salido a la luz los nombres de algunos responsables de tan enorme desidia organizativa. Sin embargo, no se espere que aparezcan. Realmente, nadie los busca. En esto como en todo, el vecindario se ha acostumbrado a la oscuridad, o mejor, a la media luz.

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