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Jesús Laínz

La autodestrucción de Occidente

Hace unos meses las autoridades francesas comenzaron los trámites para declarar la basílica del Sacré-Coeur “monumento histórico”.

Hace unos meses las autoridades francesas comenzaron los trámites para declarar la basílica del Sacré-Coeur “monumento histórico”.
El Sagrado Corazón de París. | EFE

Hace unos meses las autoridades francesas comenzaron los trámites para declarar la basílica del Sacré-Coeur “monumento histórico”. La imponente iglesia que culmina la colina de Montmartre lleva décadas en el punto de mira de una izquierda que desea su demolición, lo que se evitaría con dicha declaración. Socialistas y comunistas consideran la basílica una ofensa a los descendientes de los comuneros de 1871, la expiación de cuyos crímenes fue una de las causas de su erección junto a la de la derrota de Sedán y la de la ocupación de los Estados Pontificios. Por todos estos motivos la izquierda francesa ve en dicho templo un símbolo de la milenaria historia cristiana de Francia, historia que desean rectificar; en el caso del Sacré-Coeur, mediante su destrucción y posterior contrucción de un “espacio de solidaridad”.

Al parecer, también debe ser rectificado Luis IX, cuya estatua en el Senado desea eliminar el comunista Jean-Luc Mélenchon a causa de las medidas antijudías que aquel rey adoptó en el siglo XIII. Y lo mismo sucede con la de Jean-Baptiste Colbert, ministro del Rey Sol en el punto de mira por la legislación esclavista que dictó en el siglo XVII.

Precisamente el esclavismo ha sido durante el último año el tema estrella de la agitación antieuropea, pues con la excusa de la trágica muerte de George Floyd en Minnesota se desató la histeria mundial que provocó saqueos, destrucciones, derribos de estatuas, cientos de heridos y no pocos muertos, algunos de ellos negros de los que nadie se acordó por haber tenido la mala suerte de ser asesinados por los justicieros antirracistas.

El enfrentamiento racial es el talón de Aquiles de unos Estados Unidos crecientemente inestables por los espinosos asuntos de la esclavitud y la discriminación. La primera desapareció en la década de los sesenta del siglo XIX tras una sangrienta guerra que tuvo en la disputa entre esclavistas y abolicionistas una de sus causas. Pero la segunda tendría que esperar hasta la derogación de las últimas Jim Crow laws con las que el Partido Demócrata –detalle que no se recuerda nunca– prolongó la discriminación de los negros un siglo más.

La manifestación más peculiar de esta última ola antirracista han sido las genuflexiones con las que blancos de todo el mundo han pretendido pedir perdón por los pecados ideológicos de sus tatarabuelos, como si la culpa se transmitiera con los espermatozoides. Si esta autoflagelación por culpas colectivas pasadas se tomara como norma universal, no habría grupo humano que se librara de tener una por la que pedir perdón siglos o milenios después, empezando por todos aquellos que, en una u otra época, hubieran construido un imperio: chinos, egipcios, romanos, griegos, mongoles, japoneses, rusos, ingleses, franceses, holandeses, belgas, portugueses, austriacos, alemanes y, por supuesto, los maestros de la autodenigración: los españoles.

Pero ¿no tendrían que irse acostumbrando también a ponerse de rodillas los árabes, principales esclavistas hasta bien entrado el siglo XX, y sobre todo los mayores esclavizadores de negros desde el origen de los tiempos, los propios negros? Porque la esclavitud, junto a su inseparable compañera la antropofagia, fue la norma social de todos los pueblos del África negra hasta que los blancos consiguieron acabar con ella contra la voluntad de los propios beneficiarios. Como resumió jocosamente Julio Camba, “los blancos trabajaron como negros para que los negros pudiesen vivir como los blancos”. Hoy estas cosas no se recuerdan porque las modas ideológicas van por otro lado, pero ahí están las páginas que a estos terribles asuntos dedicaron testigos como Matthews, Park, Chaillu, Livingstone, Stanley, Burton, Speke, Kingsley, Westmark o Waugh.

Si de culpas colectivas se trata, ¿por qué son los blancos los únicos obligados a pedir perdón por una esclavitud cuyos abuelos abolieron y obligaron a abolir a los demás? ¿Por qué no se aplica a todos la misma vara de medir? ¿Qué sucede cuando un atentado islamista provoca decenas de muertos? Que se subraya insistentemente que los autores son locos aislados y el mundo entero se lanza a repartir abrazos a los musulmanes para demostrar que la inmensa mayoría de ellos son inocentes. Pero ¿qué sucede cuando un policía blanco mata a un negro? Que los blancos del mundo entero se arrodillan porque todos los blancos son culpables.

Otra manifestación del mismo impulso autodestructivo es el creciente afán por deseuropeizar el canon cultural, aunque ello implique su aniquilización por imposibilidad de sustitución. Reciente es la noticia de que la universidad de Oxford está estudiando “descolonizar” su currículo musical por su excesiva blancura. ¿Con quiénes piensan sustituir a Mozart, Beethoven y compañía? ¿Abandonarán pianos y violines por la enseñanza de tamtanes y didyeridús?

Pero esto de Oxford no es ninguna novedad. La deseuropeización del canon literario comenzó hace ya medio siglo mediante la progresiva eliminación de Dante, Balzac, Cervantes, Goethe, Shakespeare y otros grandes machos blancos de las superprogres universidades yanquis, vanguardia de toda disolución.

La autodestrucción es general en el Occidente de nuestros días, ansioso de su propia muerte. Distintas en sus detalles pero idénticas en su esencia fueron las recientes palabras del historiador Peio Riaño, columnista de El País y otros medios izquierdistas, sobre la censura que debería sufrir el Museo del Prado para adecuarlo a los mandamientos de la iglesia dominante, la de la Santa Corrección Política. Porque demasiados cuadros de tema histórico y mitológico pecan de machistas:

Hay violaciones en directo en el museo que no se reconocen como tales. Se están consintiendo las violaciones porque los mitos así los definen, pero ellos esconden la violación en otras palabras, con eufemismos. Por ejemplo, El rapto de Paris, El Rapto de Hipodamia, El rapto de Proserpina, Diana y las ninfas sorprendidas por los centauros, ¡sorprendidas no, violadas por los centauros!, Las hijas del Cid, que se supone que han sido mancilladas por sus esposos. No, ¡han sido violadas por sus esposos!

Da lo mismo que la víctima sea la historia, la religión, la literatura, la música o la pintura, y da lo mismo que la justificación ideológica sea el antirracismo, el antifascismo, el anticristianismo, el progresismo o el feminismo. El denominador común de todo ello es el odio por eso que durante milenios se conoció como la Cristiandad, Europa u Occidente.

Toda una civilización, exhausta y acomplejada, desea morir, y ante eso muy poco se puede hacer. Tan solo levantar acta del proceso de suicidio.

jesuslainz.es

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