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Marcel Gascón Barberá

Occidente no debe convertirse en un agente para la destrucción de Israel

Solo expresando nuestro apoyo a Israel podemos contrarrestar una corriente de opinión suicida a favor del integrismo islamista y antisemita, que también nos amenaza a nosotros.

C.Jordá

Mi amigo Mihai Isac suele contar este chiste. Un judío encuentra a otro leyendo la prensa árabe y le pregunta: "Moshé, ¿qué haces leyendo la prensa del enemigo?"; a lo que el otro responde: "A veces, Ariel, me gusta creerme que estoy forrado, que controlo los grandes periódicos y los bancos y que mando en la política exterior de Estados Unidos".

El mito del judío –o del israelí– todopoderoso es un tema recurrente del antisemitismo –ahora del antisionismo–, pero también afecta a veces a quienes apoyamos a Israel y queremos pensar que es invencible.

La apabullante superioridad militar y tecnológica conseguida por Israel puede hacernos creer que la existencia misma del Estado judío y sus habitantes está garantizada. Pero todas las catástrofes históricas se nos antojan imposibles hasta que ocurren.

Aunque ahora parezca inevitable, lo normal, atendiendo a factores poblacionales y de balance de fuerzas, es que los árabes y sus ejércitos hubieran derrotado, masacrado y expulsado de la región a los judíos en casi todas las guerras que se han librado desde la declaración de independencia de Israel.

Como demuestran los Acuerdos de Abraham impulsados por Trump, el Estado judío tiene hoy más aliados en la región que nunca. Muy probablemente, las ambiciones nucleares de un Irán al que los europeos y la Administración Biden se empeñan en apaciguar son la única amenaza existencial para Israel en este momento.

Los cohetes de Hamás, los pogromos de los ciudadanos árabes de Israel y las posibles incursiones desde el Líbano, Jordania o Judea y Samaria son problemas graves, pero no parecen entrañar un peligro para la continuidad del único país democrático y exitoso de la región.

A no ser que se produzca un cataclismo, Israel no va a ver su viabilidad comprometida a corto plazo. Pero hay razones para preocuparse sobre los efectos que la presión en su contra de una opinión pública occidental idiotizada en su glorificación del fracaso (en este caso palestino) pueda tener en un horizonte algo más lejano.

En Estados Unidos, Biden y los palomos que le asesoran han apostado hasta ahora por destejer la red de estabilidad que en Oriente Medio había logrado armar Trump. Pese a ser preocupante, la inquietud que esto pueda despertar palidece comparándola con lo que vendrá si el ala radical (que ya está en la Casa Blanca y marca en muchos aspectos la agenda del Partido Demócrata) llega a hacerse con el poder en Estados Unidos.

Es crucial que quienes queremos que el modelo de libertad y prosperidad israelí prevalezca y no sea reemplazado por otro Estado árabe violento, opresivo y fallido alcemos la voz en nuestros países en defensa de nuestro aliado en Oriente Medio.

Mientras tanto, en Europa, Bruselas y muchos de los países con más peso en el continente siguen sumidos en su tradicional hipocresía buenista. Algunos, como la muy golpeada por el terrorismo España, ni siquiera se han dignado a condenar el lanzamiento de cohetes contra civiles desde Gaza. Otros Gobiernos más decentes, como el de Holanda, sí condenan a Hamás, pero piden a Israel una extraña "reciprocidad" que permitiría a los terroristas seguir disparando misiles hasta que se cansen.

Ni siquiera la presencia dentro de sus propias fronteras de millones de musulmanes que vuelven a llenar de consignas antisemitas las calles de Europa mientras, al grito de Allahu Akbar!, con el que también se mata en París y Madrid, se manifiestan por sus correligionarios en Palestina hace abrir los ojos a las élites de estos países.

Muy importante en la ecuación son también los grandes medios de comunicación a ambos lados del Atlántico. Sus corresponsales y columnistas escriben como si estuvieran en nómina o secuestrados por Hamás, hurtando en sus informaciones detalles cruciales con el solo propósito de hacer pasar a Israel como un Estado innecesariamente brutal que disfruta encarnizándose con los palestinos y la prensa.

Avivado por el crecimiento demográfico en Occidente de las siempre militantes comunidades islámicas, este clima adverso a Israel coincide con iniciativas cada vez más agresivas para castigar y ahogar al Estado judío. Una de ellas busca sentar en el Tribunal de la Haya a los generales y políticos israelíes que dirigen las campañas contra el terror en Gaza. En una línea parecida van los intentos del BDS de boicotear a Israel y convertirlo en un Estado paria. Aún más preocupantes son los esfuerzos del liderazgo palestino y las ONG que les son cómplices en Europa y Estados Unidos de declarar un embargo de armas contra el Gobierno de Jerusalén.

Vista la predisposición de los gobernantes y la opinión pública occidental a condenar en cualquier circunstancia a Israel, es razonable temer que estas medidas sean recibidas con creciente entusiasmo, o simplemente no encuentren resistencia, en muchos de los países que Israel podría considerar hasta hace poco aliados.

De generalizarse y concretarse estas acciones encaminadas a aislar y sofocar al Estado judío y a sus ciudadanos, Israel vería comprometida su capacidad para seguir protegiéndose y responder con la fuerza a las agresiones como hace cualquier otro Gobierno democrático cuando intentan asesinar a sus ciudadanos.

Por ello, es crucial que quienes queremos que el modelo de libertad y prosperidad israelí prevalezca y no sea reemplazado por otro Estado árabe violento, opresivo y fallido alcemos la voz en nuestros países en defensa de nuestro aliado en Oriente Medio. Solo expresando nuestro apoyo a Israel, manifestándolo en las calles y explicando públicamente nuestros motivos, podemos contrarrestar una corriente de opinión suicida a favor del integrismo islamista y antisemita, que también nos amenaza a nosotros.

Hace algunos años, en Sudáfrica, durante una protesta de estudiantes en la Universidad de Wits de Johannesburgo, una turba de estudiantes apedreaba a los indefensos guardas de seguridad que protegían el Rectorado. Cuando la policía se decidió a intervenir con pelotas de goma y cañones de agua, un grupo de académicos comunistas se sentó en el suelo para formar una cadena humana e impedir el paso a las antidisturbios. Mientras los guardas recibían las pedradas de los bárbaros desde cada vez más cerca, los académicos saboteaban la acción policial gritando eslóganes contra la brutalidad de los agentes y en apoyo de los pobres estudiantes desarmados.

En Oriente Medio, los terroristas palestinos son la turba de estudiantes, los civiles israelíes los guardas y el Ejército israelí la policía, mucho mejor dotada pero amenazada por el boicot paralizante de las almas cándidas. Europa y Estados Unidos no pueden permitirse ser los académicos comunistas que, apoyando directamente a los bárbaros o exigiendo al acosado la famosa reciprocidad, hacían posible el linchamiento en la Universidad de Wits.

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