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Amando de Miguel

El fracaso de las autonomías

El asunto de la pandemia del virus chino ha corroborado el gran fracaso del sistema democrático español: las llamadas 'autonomías' regionales.

Las banderas de las comunidades autónomas, en la puerta del Senado. | Wikimedia

El asunto de la pandemia del virus chino, agobiante como está siendo, ha corroborado el gran fracaso del sistema democrático español: las llamadas autonomías regionales. En principio, fue una concesión de los artífices de la llamada Transición democrática para incorporar a los nacionalistas vascos y catalanes. El esfuerzo no sirvió de nada: los nacionalistas, más bien de derechas, dejaron paso a los independentistas de izquierdas. Consiguieron un decisivo logro: las autonomías vasca y catalana viven de las generosas subvenciones y privilegios otorgados por el Gobierno. Para evitar el peligro independentista, los autores de la Transición decidieron conceder la autonomía a todas las regiones ("café para todos"). Ese fue el invento del Estado de las Autonomías; no se sabe si es un pleonasmo o un oxímoron. El resultado práctico ha sido la multiplicación incesante en el número de altos cargos, lo que ha supuesto un coste disparatado. Un dato: la mayor parte de los casos de corrupción, en los últimos decenios, se han producido en la Administración regional.

Las transferencias más completas a las autonomías, sanidad y enseñanza, han revelado el descrédito de la burocracia regional (autonómica). Respecto a las transferencias educativas, las regiones bilingües las han utilizado para obstaculizar todo lo posible el derecho de la población a recibir la enseñanza obligatoria en español o castellano. En el caso de la sanidad, la gestión de la pandemia ha llevado a un verdadero desbarajuste. No se compadece con la cantinela de "en España gozamos del mejor sistema de salud del mundo", o uno de los mejores. Se confunde salud con sanidad (que en inglés son la misma palabra).

La penetración de los usos autonómicos ha llevado a la práctica decadencia de la idea de nación española, que fue una de las primeras en sobresalir dentro del continente europeo. Para mayor confusión, algunas regiones pretenden ser naciones y, lógicamente, independientes. El adjetivo nacional, referido a España, tiende a ser sustituido por estatal, lo que supone una grave confusión. La práctica nacionalista de evitar la palabra España, para sustituirla por Estado, no solo es un disparate, sino que ha sido aceptada por muchos políticos de casi todos los pelajes.

Lo que apetece a muchos españoles es, simplemente, un Estado bien organizado y eficiente, sin corruptelas, con un gasto mínimo.

Una consecuencia del desconcierto autonómico es la pérdida de valor de los símbolos nacionales (bandera, himno), incluso de la misma idea de la historia de España, como materia de enseñanza. Es evidente lo artificioso que resulta sustituir esos símbolos por los de las distintas regiones o de los varios partidos políticos. Ha llegado un punto en el que si un partido político exhibe la bandera o el himno de España, o se refiere a la "patria", se ve tildado por muchos como "fascista". En donde se demuestra una gran ignorancia de la Historia. Es sabido que los fascismos históricos sustituían los símbolos nacionales por los del respectivo movimiento político.

Se utiliza otro dicterio para calificar a los que manifiestan un espíritu crítico respecto a estos asuntos: "negacionista". Se aplica, alegremente, a quienes ponen en duda las tesis del dogma progresista dominante, sean el cambio climático o la memoria histórica. En ambos casos, se refieren a la interpretación progresista, sumamente estrecha.

Lo contrario del Estado de las Autonomías no es un sistema público centralista, y menos de manera autoritaria. Tal fórmula es residual. Lo que apetece a muchos españoles es, simplemente, un Estado bien organizado y eficiente, sin corruptelas, con un gasto mínimo, aunque pueda adoptar un sistema federal.

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