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Santiago Navajas

Pablo Casado y la Guerra Civil

Pablo Casado ha reformulado la afirmación de Clara Campoamor durante la Guerra Civil: "Estoy tan alejada del fascismo como del comunismo. Soy liberal".

David Mudarra

Pablo Casado sentenció en el Parlamento que "la Guerra Civil fue un enfrentamiento entre quienes querían la democracia sin ley y quienes querían la ley sin democracia", lo que fue rápidamente respondido por el Gobierno socialista y los historiadores de la versión oficial actual que acusaron al líder del PP de "justificar la dictadura con su equidistancia". Sin duda, la tesis de Pablo Casado es revisionista respecto al relato hegemónico de los habituales señores de la izquierda progresista, comprometidos ahora con la democracia liberal y pluralista, pero que no quieren renunciar a sus privilegios académicos y sus mitos fundacionales, entre los que se encuentra lo de que la Guerra Civil fue una lucha de buenos (sus ascendientes) contra malos (todos los demás), sin matices.

Dicha de otro modo la frase de Casado: la Guerra Civil fue fundamentalmente un enfrentamiento entre totalitarios de izquierda y de derecha, en el que los demócratas liberales como José Ortega y Gasset, Manuel Azaña o Clara Campoamor, por muy diferentes que fueran sus credos y trayectorias, tenían que sufrir el doble embate de los fascistas y los comunistas. ¿Quiénes los fusilarían antes, los de los paseíllos mientras cantaban el Cara al Sol o los chequistas entonando La Internacional? Frente al simplismo maniqueo de los historiadores de izquierda, que son casi todos porque el que se mueve de los dogmas izquierdistas no sale en la foto, la sentencia de Casado refleja en su sencillez un conflicto de fondo de la Segunda República que suele ser ignorado y tapado por la historiografía políticamente correcta.

Lo que hay que subrayar en lo dicho por Casado es lo que no se nombra. Porque en la España republicana sí había una minoría que defendía una democracia limitada por la ley y una ley promulgada en democracia: la Tercera España que estaba horrorizada tanto por la deriva del socialismo hacia la extrema izquierda de los anarquistas y comunistas, con la Unión Soviética al fondo, como por la amenaza del fascismo cerniéndose desde la derecha conservadora, mientras lanzaba hurras a Mussolini y Hitler. La plana mayor de aquellos que habían traído la República como un recambio democrático y liberal de una monarquía que se había echado en brazos de dictadores como Primo de Rivera y Berenger, veía desde el año primero del nuevo régimen cómo la izquierda lo patrimonializaba para un programa revolucionario cuyos signos más obvios eran el desorden público, la quema de conventos, las huelgas indiscriminadas, la persecución religiosa, la insurrección armada, la censura republicana y el golpismo socialista y nacionalista.

Pablo Casado ha reformulado la afirmación de Clara Campoamor durante la Guerra Civil: "Estoy tan alejada del fascismo como del comunismo. Soy liberal". Campoamor que tuvo que huir de España para que no la fusilaran los fascistas pero tuvo que tener cuidado de que los comunistas y socialistas que dominaban el campo republicano no hicieran con ella lo que le sucedió a Melquíades Álvarez, el republicano liberal por excelencia, que fue asesinado en Madrid. ¿Su crimen? Defender que podía existir una república que fuese sinónimo de un Estado de Derecho en el que se respetase la tríada liberal de derecho a la vida, la libertad y la propiedad. De nuevo, Campoamor fue la que más claramente denunció el maniqueísmo como lente interpretativa de la Guerra Civil:

La división tan sencilla como falaz hecha por el Gobierno entre fascistas y demócratas, para estimular al pueblo, no se corresponde con la verdad. La heterogénea composición de los grupos que constituyen cada uno de los bandos (...) demuestra que hay al menos tantos elementos liberales entre los alzados como antidemócratas en el bando gubernamental.

Y, añadamos nosotros, de totalitarios entre los alzados y en el bando gubernamental. Lo que ha puesto de manifiesto Pablo Casado es la multivocidad del término democracia, que en los años veinte y treinta se declinaba según tres tipos: la democracia orgánica de los fascistas, la democracia popular de la izquierda revolucionaria y la democracia liberal, que era sistemáticamente despreciada por la izquierda, que la tachaba de "democracia burguesa". La democracia sin ley de Casado la llevaban a cabo los que pretendían una democracia popular al estilo soviético. Largo Caballero era su representante más conspicuo. Era una izquierda tan radicalizada que Luis Cernuda temía en Valencia que los suyos le hicieran un paseíllo y que sus amigos fuesen asesinados por homosexuales. Para Largo Caballero, la democracia consistía en la tiranía de los socialistas, y cualquier impedimento, en forma de oposición política o límite constitucional, debía ser ignorado y, en el límite, destruido por antidemocrático. En el bando franquista, por su parte, la obsesión por el orden les llevaba a prescindir de cualquier consideración de justicia o piedad.

Casado tiene razón en que la Guerra Civil fue fundamentalmente un enfrentamiento entre dos tipos de fascismo: el de derechas, victorioso, y el de izquierdas, derrotado. Pero también perdió la Tercera España, no todos con la misma lucidez ni coraje. Clara Campoamor, Juan Ramón Jiménez y Luis Cernuda se mantuvieron fieles a la legalidad y al espíritu republicano, mientras que Unamuno, Ortega y Marañón optaron por las filas de la retaguardia liberal dentro del bando sublevado. Nuestras simpatías pueden estar más con unos y otros –las mías están con los que se mantuvieron en el exilio exterior–, pero lo que es indudable es que todos ellos mantuvieron un talante y una coherencia ideológica en tiempos de penumbra totalitaria.

Es revelador que la izquierda política y académica siga defendiendo a Largo Caballero, un defensor de la violencia como método político, mientras ataca a Casado por manifestar lo obvio: que la Guerra Civil fue fundamentalmente un enfrentamiento entre totalitarios de todas las tendencias, en un escenario en que los pocos demócratas liberales en sentido amplio que había en España, de Azaña a Lerroux en política a Gaziel y Chaves Nogales en periodismo, fueron efectivamente masacrados y perseguidos por los fascistas de todas las tendencias, ya fuese en nombre de Cristo Rey o de Vladímir Ilich Uliánov, Lenin. El problema de la Segunda República no fue ella misma, un proyecto liberal pronto abortado, sino aquellos que pretendían reducirla a una tiranía popular sin ley, mientras otros la exterminaban con una ley ilegítima a fuer de antidemocrática.

No, Pablo Casado no ha justificado en absoluto la dictadura franquista. Lo que sí ha hecho es poner en evidencia a los que hubieran aplaudido ayer, y celebran hoy, a los que pretendían el poder sin Constitución.

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