Hay políticos que creen que la economía evoluciona al albur de su imaginación. Es a ellos a los que habría que dirigir la pregunta que la genial Deirdre McCloskey, cuando aún se llamaba Donald, formuló en su Retórica de la Economía: "Si eres tan listo, ¿por qué no eres rico?". Calviño, la ministra del ramo en el Gobierno de Sánchez, es una de ellos, los listos. No ha habido más que verle presentar los acuerdos del Consejo de Ministros el otro día, acompañada de la ministra de Hacienda y de la portavoz, para darse cuenta de sus ilusas convicciones. Calviño la fantástica nos deleitó con los frutos de su clarividencia: como me imagino que el PIB y el empleo suben como la espuma, vino a decirnos, me creo que, en España, "está en marcha una sólida recuperación económica". Y se quedó tan pancha, incluso cuando afirmó –tal vez para que los mortales comunes, que ni somos tan listos ni aspiramos a explicar por qué no somos ricos, lleguemos a entenderlo– que la recuperación era "fuerte", aclarando, de esta manera, el significado económico del calificativo sólido.
Para más inri, esto lo anunció mientras el Banco de España publicaba que los depósitos bancarios de las familias fueron en junio un 5,5 por ciento mayores que un año antes –mostrando también que, desde que se declaró la crisis del covid-19– no han dejado de crecer. Puede ser que a Calviño la fantástica esto le parezca un signo de fuerte solidez y que crea que los españoles somos cada vez más ricos y, por eso, metemos más dinero en nuestras cuentas corrientes. Claro que cualquier economista avezado –de los que no son tan listos– le diría que ese desorbitado aumento de los depósitos en una economía metida en recesión no es más que un signo de la desbocada desconfianza con la que los ciudadanos perciben su futuro y que, por eso mismo, quieren tener dinero a mano por si acaso. Keynes –uno de esos mismos economistas que, sin embargo, sí se hizo rico– le llamó a esto preferencia por la liquidez y señaló que, en casos extremos –como, por ejemplo, una depresión–, esa preferencia puede conducir a una trampa en la que se anulen las inversiones. A lo mejor a la ministra Calviño esto debería sonarle, aunque sólo sea para pensar que su fantasiosa recuperación arrastra un lastre de difícil manejo. Ese lastre, por cierto, lo visualizamos también en los datos que difunde el Banco de España acerca del crédito, en los que muestra que desde hace año y medio el saldo de los hogares no ha variado prácticamente nada –seguramente porque las muchas familias que huyen de las deudas se equiparan con las pocas que tienen posibles para endeudarse– y el de las empresas se encuentra anclado en una tasa intertrimestral del uno por ciento –muy insuficiente como para sacar a la inversión del pozo en el que la hundió la epidemia–.
Pero no nos quedemos en estas menudencias, porque la imaginación de Calviño la fantástica llega mucho más lejos y ya visualiza un crecimiento intertrimestral sostenido del dos por ciento, de lo que deduce que este año el PIB acabará siendo un 6,5 por ciento mayor que el de 2020. Pero si echamos los números, teniendo en cuenta el fiasco del primer trimestre, fácilmente llegaremos a la conclusión de que, de ser cierta la tasa de la ministra, ese aumento apenas superará el 2,1 por ciento. O sea, 4,4 puntos menos que el anunciado por Calviño y sobre el que se ha asentado un techo de gasto de 196.142 millones de euros para el año próximo –"la cifra más elevada de la historia", dice la titular de Hacienda, como si esto del manejo de la política presupuestaria fuera una prueba olímpica de velocidad–.
Y la cosa no queda ahí. Según Calviño la fantástica, el empleo también aumenta con solidez, dejando la tasa de paro en el 15 por ciento. Eso sí, sin contar a los casi 450.000 trabajadores que están amparados por un ERTE –una situación ésta que la ministra de Economía cree sujeta a una "reducción sostenida", aunque no nos dice cuál es su ritmo de caída, tal vez para no resaltar que desde octubre del año pasado su disminución es muy parsimoniosa–, lo cual, por cierto, no le preocupa demasiado porque, según ella, aunque no trabajen, no son parados. Pero si nos vamos a los números que aparecen en la Encuesta de Población Activa resulta que, según el último dato disponible, correspondiente al segundo trimestre, con respecto al nivel de 2019, el número de ocupados que trabajaron efectivamente había descendido en 598.000 personas, el de parados había aumentado en 313.000 y la jornada de cada ocupado se había reducido en casi una hora. O sea, estamos aún ante una monumental crisis del empleo, aunque las cifras de mediados de este año, salvo en el caso del paro, hayan mejorado con respecto a las del año pasado –que fueron respectivamente 2.425.000 para los ocupados que trabajaron, 283.000 para los desempleados y 3,15 horas para la jornada–.
Nada de esto arredra a Calviño la fantástica, pues lo que ella deduce de su soñada situación del empleo es que en otoño habrá tanta ocupación como en febrero de 2020 y, en esa situación, puede ser posible "retomar la senda del incremento del salario mínimo". Ya se ve que sobre ella no hacen mella ni el informe del Banco de España que destaca el efecto destructor de puestos de trabajo que ha tenido la anterior elevación de ese salario, ni el del Instituto Nacional de Estadística que señala una caída de la retribución bruta de los asalariados del 2,6 por ciento en 2020, expresiva de la desvalorización del trabajo que ha sido impulsada por la crisis epidémica.
Dicen que la ministra Calviño es, en el ámbito de la administración europea, una economista prestigiosa. Debe de ser por su manejo del entorno burocrático bruselense o porque en ese entorno nadie atiende a la fantasiosa política del Gobierno de Sánchez, de la que su ministra es fiel redactora y ejecutora, porque, si no, no se explica. Pero dejémoslo ahí, con resignación, porque ya llegará la Economía de verdad para poner las cosas en su sitio, desvelándonos el empobrecimiento al que nos han conducido la crisis y los monstruosos sueños de sus gestores.