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Jesús Laínz

Divagaciones talibanas

El tiempo ha acabado dando la razón a quienes la tenían.

El tiempo ha acabado dando la razón a quienes la tenían.
Afganos hacen cola para huir en un avión de EEUU en el aeropuerto de Kabul. | Cordon Press

Desde mi verde rincón se oye poco y se ve menos, gracias a Dios. Y lo poco que podría oírse y verse ya me ocupo yo de mantenerlo lejos para poder seguir viviendo en paz. Pero antes o después algo acaba filtrándose y devolviéndome a la realidad, la fea, sucia y aburrida realidad. ¿Habíamos vuelto a través de un túnel temporal a aquel famoso helicóptero revoloteando por los tejados de Saigón en 1975? No, no era Saigón hace medio siglo, sino Kabul hoy. ¡Los talibanes reconquistan Afganistán! ¡Veinte años tirados a la basura!

Aunque más que veinte años, esos veinte años transcurridos desde la intervención de Bush junior en Afganistán como consecuencia del 11-S, quizás hubiese que añadir diez más: esos treinta años transcurridos desde que Bush senior, recién derrumbada la URSS, empujase a su país a la peliaguda profesión de gendarme planetario. Porque si en décadas anteriores los Estados Unidos ya habían tenido que vérselas con el perpetuo enfrentamiento árabe-israelí, con la invasión de Kuwait comenzó la última fase de su intervención en el avispero de Oriente Medio. Pensadores y estrategas de variado pelaje ya habían avisado de que, tras la desactivación del comunismo, el próximo enemigo de Occidente iba a ser el mundo islámico. La verdad es que no tardó en autocumplirse la profecía.

Mucho se habla de la lamentable imagen dada por todo Occidente, con los Estados Unidos de Biden al frente, retirándose de un atrasado país asiático ante el avance de una tropilla de camelleros con escopetas. Pero ¿acaso dependía todo de la presencia militar y diplomática extranjera? ¿No había un Gobierno afgano? ¿Y un Ejército afgano? ¿Dónde se han metido? ¿No tenían poder, ni voluntad ni medios para imponer el orden? Y en cuanto al pueblo afgano, aparentemente tan indomable, ¿por qué no ha movido ni un dedo, salvo pocas excepciones, para impedir el avance talibán? ¿Será, por sorprendente que nos parezca a los ignorantes y vanidosos europeítos, que no lo ven con malos ojos?

Ya que nadie parece acordarse de ellos, es de justicia mencionar a Pat Buchanan y Ron Paul, olvidados dirigentes del Partido Republicano de categoría personal e intelectual a años luz de las marionetas que suelen ganar las elecciones. Porque hace dos décadas no cesaron de desaconsejar a los gobernantes de su partido, tradicionalmente más reacios a las aventuras exteriores que los muy intervencionistas demócratas, que se lo pensasen muchas veces antes de meter las manos en el mundo islámico, ya que, además de no tener ningún derecho a hacerlo, lo único que iban a conseguir era empeorar la situación. Pero los Bushes y sus continuadores, con la muy notable excepción de Donald Trump, no quisieron escucharles. Muy al contrario, se dejaron guiar por los neocons, extrotskistas desembarcados en el Partido Republicano para empujar a sus dirigentes a exportar, por las buenas o por las malas, la revolución democrática y capitalista a todos los países del mundo, especialmente a los que denominaban islamofascistas, término acuñado por ellos mismos para convertir en sinónimos una religión afroasiática nacida en el siglo VII y una ideología política europea nacida tras la Primera Guerra Mundial y aniquilada en 1945.

Uno de los más influyentes neocons, Michael Ledeen, publicó en 2002 The war against the terror masters, en donde explicó la que consideró misión histórica de los Estados Unidos como potencia revolucionaria destinada a erradicar del mundo toda tradición:

La destrucción creativa es lo que nos define, tanto en nuestra sociedad como en el extranjero. Nosotros rompemos el viejo orden todos los días, desde los negocios y la ciencia, la literatura, el arte, la arquitectura y el cine hasta la política y la ley. Nuestros enemigos siempre han odiado este torbellino de energía y creatividad que amenaza sus tradiciones, sean cuales sean, y se avergüenzan por su incapacidad de respuesta. Nos temen al vernos destruir las sociedades tradicionales, puesto que no quieren ser destruidos. No pueden sentirse seguros mientras estemos aquí, pues nuestra existencia amenaza su legitimidad. Deben atacarnos para sobrevivir, del mismo modo que nosotros debemos destruirlos para avanzar en nuestra misión histórica.

Han pasado veinte años desde entonces, y, visto lo sucedido en el Irak de las armas de destrucción masiva que nunca existieron, la Palestina siempre convulsa, la Siria descoyuntada y ahora el Afganistán regresado al pasado, el tiempo ha acabado dando la razón a quienes la tenían.

Pero no crea usted, optimista lector, que esto va a servir para que Occidente reaccione con virilidad. La perdió hace muchas décadas, al igual que el respeto por sí mismo. Tantas genuflexiones, tantas lagrimitas, tantas estatuas derribadas, tanto remordimiento por sus ancestros, tanto asco por sí mismos, tanta disolución progre sólo podía conducir a escapar con el rabo entre las piernas. Y esto no ha hecho más que empezar. Tras la disolución, la genuflexión; tras la genuflexión, la rendición; y tras la rendición de todo Occidente, no habrá horror que se nos ahorre.

Dicho esto, regreso a mi rincón, recóndito y oscuro cual caverna de talibán, al que no llegan los periódicos. Ojos que no ven…

www.jesuslainz.es

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