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Amando de Miguel

China a la vista

China es ya 'la fábrica del mundo', camino de constituirse en la nueva potencia imperial en casi todos los órdenes.

China es ya 'la fábrica del mundo', camino de constituirse en la nueva potencia imperial en casi todos los órdenes.
La Plaza de Tiananmen. | Cordon Press

De vez en cuando aparecen algunos libros que estimulan las cavilaciones. Este es el caso del reciente tomito Estrategias de poder, del diplomático Fidel Sendagorta. No se trata, precisamente, de un modelo de buena redacción, pero está lleno de datos interesantes sobre la cuestión de nuestro tiempo. El libro se refiere al imparable ascenso de China al título de potencia hegemónica mundial. Constituye más bien un informe, pensado en inglés, y menos un ensayo o una obra de pensamiento. El objeto de su análisis no puede ser más polémico y sugestivo. Es una buena ocasión para echar mi cuarto de espadas.

Estamos ante la profecía que se cumple a sí misma. Las repetidas ensoñaciones sobre una China como centro del mundo (eso es lo que significa su nombre en mandarín) se verifican con la tendencia de los hechos. De momento, China es ya la fábrica del mundo, camino de constituirse en la nueva potencia imperial en casi todos los órdenes. La vieja hegemonía de Europa (que tendría que incluir a Rusia y al Reino Unido) y la más reciente de los Estados Unidos de América decaen a ojos vistas. La prueba es que la civilización occidental se organiza de un modo defensivo, en tanto que China se muestra ofensiva en casi todos los terrenos. La ética del esfuerzo se ha desvanecido de Occidente.

Más discutible es que, para llegar a esa primacía oriental, los chinos vayan a tener que experimentar una especie de revolución democrática. Lo harán a su modo, con la ética confuciana más que con la protestante. No será una democracia clásica (parlamentaria, con división de poderes, pluralismo político, libertades, elecciones regulares, etc.), sino, más bien, una suerte de autoritarismo capitalista. Téngase en cuenta que ya la mayor parte de los países del mundo pertenecen a ese género híbrido, aunque se definan formalmente como democracias de pleno derecho. Precisamente, China considera que debe acaudillar a todos esos países.

Se podrá argüir que la China de 1949 se definió como un Estado totalitario y se cerró a las influencias exteriores. Eso pudo mantenerse en el siglo XX con un efectivo aislamiento. Pero en el siglo XXI se ha roto. China mantiene de cutio un rimero de medio millón de estudiantes en distintas universidades extranjeras. Añádase la suma de varios millones de personas que integran las colonias chinas esparcidas por todo el mundo. Son muchos los nacionales chinos que viajan para visitar a esos paisanos. Por si fuera poco, China ha empezado a participar, de forma nutrida, en las corrientes de turistas internacionales. Todo eso sin mencionar la creciente presencia de sus técnicos y dirigentes empresariales en otros países. En conclusión, China ya no está aislada del mundo. Por tanto, es posible que se desencadene una especie de revolución democrática a su manera.

Tampoco hay que darse mucha prisa. Por eso la palabra revolución no es la más adecuada para el caso. Ya se encontrará otro término más poético. Todo lo que acontece en China es, siempre, con un plazo de muchos años por delante. Los occidentales tejemos nuestra historia en términos de años o de siglos; los chinos, de milenios.

Entre las varias avenidas de expansión, China mima con sumo cuidado el grandioso programa de la Nueva Ruta de la Seda. Se trata de constituir un bloque de influencia económica (y, al final, política) en el continente euroasiático. Nadie, hasta ahora, ha contemplado esa unidad continental. Para ello, las empresas chinas llevan a cabo colosales obras de infraestructuras: ferrocarriles, carreteras y puertos. La ruta de la seda es solo una expresión lírica. De momento, se traduce en un dominio comercial. El paso siguiente es mucho más ambicioso. China aspira a convertirse en el centro del conocimiento científico avanzado. Todo es cuestión de esperar y ver. Claro, que no se puede ver bien cuando no se mira.

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