Colabora
Manuel Pastor

¿Terrorismo ciudadano?

Hablo de un terrorismo que emana de la sociedad civil, fruto de la desorganización social, el caos y la histeria de masas.

Washington DC fue uno de los lugares violentamente sacudidos por los disturbios registrados tras la muerte de G. Floyd. | EFE

En su último libro (The Dying Citizen, 2021), mi admirado Victor Davis Hanson hace una inteligente y erudita defensa de la ciudadanía clásica, pero no esconde su temor a la muerte de la misma. Hay peligros intrínsecos en las guerras culturales que estamos viviendo, pero un peligro externo, real y presente en nuestro tiempo es el del terrorismo.

El título de este ensayo le parecerá al lector un oxímoron. Pero ya es hora de que nos vayamos acostumbrando a la variada tipología del terror: nihilista, anarquista, comunista, fascista, islamista (o de cualquier extremismo religioso)… y ahora también el que trataré de describir con un adjetivo que no estoy seguro de que sea el adecuado, y pongo con interrogación: terrorismo ciudadano. Un terrorismo como anomía, marginal, o psicopatología que emana de la sociedad civil, no del sistema político y los partidos propiamente, resultado de la desorganización social, el caos y la histeria de masas e indignación que pudo caracterizar y acompañar a ciertos movimientos de protesta, como el 15-M, Occupy Wall Street, BLM y Antifa, en segmentos independientes o autónomos, adjuntos a los posibles núcleos ideológicos más politizados que pudieran existir en tales fenómenos, conglomerados sociales muy heterogéneos.

Hansen es también autor de un ensayo pertinente sobre dos modelos enfrentados de populismo y protesta popular (Dueling Populisms, 2018): el izquierdista radical y generalmente violento, como Occupy Wall Street y BLM-Antifa, y el derechista y conservador no violento, como el Tea Party y el, en palabras de Trump, "patriótico y pacífico" que ejemplificó la protesta en el Capitolio del 6 de enero. Véase el magnífico y preciso análisis de Roger Kimball "The January 6 Insurrection Hoax", donde se subraya que en la mal denominada "insurrección" los manifestantes no usaron armas, y todas las víctimas mortales –Ashli Babbitt y, por distintas causas accidentales, otras cinco personas, incluido el policía Brian Sicknick– eran partidarios de Trump. Asimismo, en ciertos casos excepcionales, Hansen apunta a un populismo conservador que recurre por necesidad a una violencia proporcional de autodefensa, por ejemplo en la polémica historia de Kyle Rittenhouse.

En poco más de una semana, entre noviembre y diciembre, asistimos atónitos a tres casos ilustrativos en un limitado espacio territorial del Medio Oeste estadounidense: el final del polémico juicio de Kyle Rittenhouse (en Kenosha, Wisconsin) y los ataques terroristas de Darrell Brooks (en Waukesha, Wisconsin) y Ethan Crumbley (en Oxford, Michigan). Con el trasfondo de muchos meses de violencia (con múltiples víctimas mortales) y destrucción o saqueo de propiedades, acumulados a la criminalidad común en las grandes ciudades, generalmente administradas por el Partido Demócrata (criminalidad alentada, se sospecha, para aterrorizar a la sociedad), desde que estalló la pandemia del covid-19 y bajo la agitprop radical contra la policía.

Probablemente el terrorismo ciudadano de Antifa-BLM y similares ilustre lo que un historiador experto llamó hace años "nuevo terrorismo", en contraste con el tradicional, y tenga precedentes históricos en el terrorismo nihilista del siglo XIX.

Como las protestas del 6 de enero, el caso Rittenhouse ha sido calificado por los medios izquierdistas y la propia Administración Biden de "terrorismo doméstico" (acusación fake que ha sido aplicada también, proponiendo la censura rigurosa, a simples expresiones de opinión sobre el posible fraude electoral de 2020 o el probable origen del coronavirus comunista chino en el laboratorio de Wuhan). Paradójicamente, se ha acusado de terrorista injustamente a Kyle Rittenhouse por defenderse y no a los agresores de Antifa y BLM que le atacaron, aunque el juez y el jurado determinaron por unanimidad, con pruebas incontrovertibles, su inocencia.

Un doble rasero se aprecia en los otros dos casos. Al adolescente blanco Ethan Crumbley se le acusa de terrorismo y asesinato por su criminal acción con arma de fuego en la escuela secundaria de Oxford, pero al asesino por atropello intencionado de personas con un automóvil en Waukesha (el conductor, Darrell Brooks, es negro y presuntamente jaleado por BLM) no se le ha acusado todavía de terrorista. No deja de sorprender la transversalidad de las simpatías hacia BLM, un movimiento social o político agresivo e insultante (y a mi juicio racista), a veces muy violento (algunos de sus actos vandálicos con Antifa podrían calificarse de terrorismo urbano), por parte de la más dispar ciudadanía: la práctica totalidad de los políticos demócratas, el senador republicano antitrumpista Mitt Romney (participó en una manifestación callejera), los funcionarios de la embajada norteamericana en Madrid (colocando una pancarta gigante) y el abogado de los golpistas catalanes Andreu van den Eynde (decorando su ordenador con un eslogan) son algunos ejemplos.

Probablemente el terrorismo ciudadano de Antifa-BLM y similares ilustre lo que un historiador experto llamó hace años "nuevo terrorismo", en contraste con el tradicional (Walter Laqueur: Terrorism, London, 1977; New Terrorism, New York, 1999), y tenga precedentes históricos en el terrorismo nihilista del siglo XIX. Estos nuevos nihilistas cuentan con poderosos –pero muy poco conocidos– apoyos financieros, el respaldo descarado de los medios de comunicación progresistas (en EEUU: CNN, MSNBC, NYT, WP, etc.) y del Big Tech, así como de ciertas élites intelectuales y universitarias.

El nihilismo (descrito sucesivamente por nuestro Juan Donoso Cortés en su famoso Ensayo de 1852, por Iván Turguéniev en su novela Padres e Hijos de 1861 y por Nietzsche posteriormente en diversos escritos) adoptó los métodos del terror en la tradición populista radical rusa de los narodniki, que Nikolai Chernichevski narra y justifica en su novela ¿Qué hacer? (1863). Ya se sabe, porque la historiografía lo documenta, que el terror no benefició a los populistas sino que se volvió contra ellos, y que tras la represión zarista el beneficiario final del caos producido sería el bolchevismo, o brutal comunismo totalitario, predicado por Lenin en el escrito titulado también, precisamente, ¿Qué hacer?, de 1902.

Temas

Ver los comentarios Ocultar los comentarios

Portada

Suscríbete a nuestro boletín diario