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Amando de Miguel

La otra memoria de la guerra civil: el humorismo

Un nuevo género literario que ya se había asomado en el periodo de la anteguerra.

Un nuevo género literario que ya se había asomado en el periodo de la anteguerra.
Portada de 'La Codorniz' | Fundación Enrique Herreros

La ley de la "memoria democrática" (de soltera, "histórica") nos obliga a leer la historia contemporánea española de una forma autoritaria, impuesta. Es la que marca el Gobierno de izquierdas, como una especie de revancha. Por ejemplo, nos impele a creer que la guerra civil de 1936 la ganaron los socialistas-comunistas-separatistas, defensores de la democracia. Simplemente, son las fuerzas que hoy integran el Gobierno. Ni qué decir que me opongo a tal arbitrariedad, un verdadero insulto a la inteligencia. No soy el único.

Se pueden dar otras muchas interpretaciones de las causas y efectos de la guerra civil. No es la menor el culto masivo a un nuevo género literario que ya se había asomado en el periodo de la anteguerra: el humorismo. Es una respuesta paradójica, por parte del bando nacional, a las miserias del conflicto bélico doméstico.

El artífice más caracterizado del nuevo movimiento literario fue Miguel Mihura, director de la nueva revista humorística, La Trinchera, en 1937. Al tercer número pasó a llamarse La Ametralladora. Participaba un elenco de ingeniosos escritores: Edgard Neville, Tono (Antonio Lara), Álvaro de la Iglesia y otros. El evangelio del nuevo estilo lo dejó escrito Wenceslao Fernández Flórez, en una genial novelita de estampas, El hombre que compró un automóvil, publicada en 1938. Es una narración descacharrante.

Concluida la guerra, los españoles tuvieron que sortear las enormes dificultades de una década de aislamiento, autarquía y hambre. El movimiento de los humoristas se refuerza. La Ametralladora pasó a ser La Codorniz en 1941, con el mismo director, el prolífico Miguel Mihura. La pléyade de colaboradores se enriquece: Enrique Jardiel Poncela, Juan López Rubio, Wenceslao Fernández Flórez, Ramón Gómez de la Serna, Francisco de Cossío, etc.

Lo fundamental es que, en medio de extraordinarias tribulaciones, se popularizó el nuevo género literario del humorismo. No es más que la contemplación de un suceso ingenuo o ridículo que desata la ternura y mueve a la sonrisa o la risa. Julio Casares, a propósito de un ensayo sobre Fernández Flórez, escribió: "Nos reímos de lo que, siendo absurdo, se nos presenta como razonable". En efecto, el humor de La Codorniz es todo un nuevo estilo, al satirizar, de un modo absurdo o disparatado, los lugares comunes, retorciendo las frases hechas. Véase un ejemplo en esta viñeta de Tono. Figura un salón con dos sillas vacías, una enfrente de la otra. El texto dice: "No somos nadie, doña Amelia; no somos nadie".

Naturalmente, el nuevo género literario tuvo que enfrentarse a la férrea censura de tiempos de la guerra y la posguerra. Lejos de ser un obstáculo, la institución represora constituyó un estímulo para el ingenio. El subtítulo de La Codorniz resulta bien expresivo: "La revista más audaz para el lector más inteligente". Se recuerda la portada de uno de los números. Figuraba en ella el dibujo de un huevo gigantesco. El texto rezaba: "Este es el huevo de Colón. La semana que viene publicaremos el otro".

Siempre se podrá argüir que el humorismo es un género menor. Sí, claro, como la novela policíaca o el cine. En esos casos, se trata de manifestaciones de la cultura que ayudan a perfilar una época: la nuestra. Puede que, efectivamente, sea una cultura menor.

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