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Iván Vélez

Dolores Ibárruri, la Pasionaria, adalid de la Reconquista

En la polarizada España, el empleo de la palabra 'reconquista' o el de 'imperio' tiene una poderosa carga de catalogación social.

En la polarizada España, el empleo de la palabra 'reconquista' o el de 'imperio' tiene una poderosa carga de catalogación social.
Dolores Ibárruri, la Pasionaria. | Cordon Press

La reciente publicación, por parte de la Fundación Disenso, de un informe titulado La idea de España en la Reconquista ha desatado una pequeña marejada en las intervenidas aguas de Twitter que ha afectado, entre otros, a Javier Rubio Donzé, impulsor del exitoso proyecto Academia Play, en el que me precio de haber colaborado en alguna ocasión. El pecado del señor Rubio: defender públicamente el uso del concepto Reconquista, término que muchos creen que, en su sentido historiográfico, apareció en el siglo XIX. Una creencia que en algunos casos es simplemente ignorancia, o despiste, que diría Rosendo Mercado, pero que en otros sirve a propósitos muy alejados de la discusión puramente erudita a propósito de un rótulo. Mucho de esto último hubo en las respuestas, cargadas de argumentos ad hominem, lanzadas por un petulante interlocutor henchido de gremialismo e iluminado por el europeísta cielo.

La discusión acerca de la pertinencia del historiográficamente ya tradicional concepto Reconquista marcó gran parte del pasado siglo, especialmente su último tercio, cuando Abilio Barbero y de Marcelo Vigil impugnaron la propia idea de reconquista por no haberse llevado a cabo por parte de los herederos del reino con capital en Toledo, sino por una serie de pueblos –astures, cántabros y vascones– enemigos de los visigodos. La irrupción de los musulmanes en la Península habría desplazado a los godos, dejando espacio a la expansión de las irreductibles naciones étnicas citadas. Pese al éxito del que gozó esa tesis, no ajena al proceso de implantación del modelo autonomista por el que atravesaba España en el último cuarto del siglo, la arqueología ha demostrado que el norte de la Península estuvo mucho más romanizado y sujeto al poder visigodo de lo que creyeron Barbero y Vigil. Frente a sus tesis indigenistas, la realidad es que los astures que consolidaron el poder de Pelayo estaban cristianizados y, en muchos casos, vinculados a familias godas asentadas en la zona.

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Monumento a Don Pelayo en Covadonga.

Si de negar la reconquista se trata, Ignacio Olagüe también hizo su aportación. En efecto, en 1966, el antiguo militante de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista terminó una obra cuya versión reducida se publicó en París en 1969 bajo el título Les arabes n'ont pas envahi l'Espagne. La versión completa, titulada La revolución islámica en Occidente, apareció en España en 1974. En su libro, Olagüe negaba que se hubiera producido un proceso de conquista por parte de los mahometanos. La conclusión era evidente, ante la inexistente conquista, pues el arrianismo y el paganismo existentes en el seno de la Spania visigoda habrían favorecido la integración pacífica de los musulmanes, que luego habrían impulsado un proceso de arabización, no tenía sentido plantear una re-conquista. Las tesis de Olagüe fueron retomadas a principios de este siglo por Emilio González Ferrín en su Historia general de al-Andalus. Europa entre Oriente y Occidente (Córdoba 2006), libro en el que, a despecho de la obra homónima de Averroes, domina la interpretación psicologista de la yihad.

El debate, como decíamos, desborda por completo el ámbito puramente historiográfico. Aunque consolidado durante el siglo XIX, su uso está documentado un siglo antes, realidad que resulta incómoda para todos aquellos que pretenden ligarlo al surgimiento de la nación política española y a la confección de una renovada Historia de España, impregnada de romanticismo, que ensombrecería todas esas historias regionales con las cuales se han ganado, y nada mal en muchos casos, los garbanzos muchos historiadores de las diferentes –no me atrevo a cuantificarlas– realidades nacionales aherrojadas por España.

En la polarizada España, el empleo de la palabra reconquista o el de imperio tiene tanta carga de catalogación social como la tuvo la trenka en su momento. Ocurre, sin embargo, que una serena consulta de los archivos arroja sorpresas tan desconcertantes para el maniqueo como el hecho de que en 1970 Dolores Ibárruri, en su informe ante el Pleno ampliado del Comité Central del Partido Comunista titulado España, Estado multinacional, incorporó el citado vocablo al afirmar:

Tras la unión de Castilla y Aragón con el reinado de los Reyes Católicos, después de la toma de Granada, que completó la reconquista, ni Euzkadi ni Cataluña ni Galicia llegaron a fundirse con este centro de lo que habría de ser más tarde el Estado español.

Una aseveración cuyas contradicciones son dignas de ser cabalgadas, pues, si se afirma la finalización de la reconquista por parte de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, ¿cómo excluir de ese proceso a una parte de esta última corona, en cuya capital, Barcelona, la noticia de la entrega de Granada se celebró con un Te Deum en la catedral, que dio paso a diez días de celebraciones?

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