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Marcel Gascón Barberá

Lituania, la UE y el chantaje chino

Lituania está siendo noticia estos días por una disputa inédita con la dictadura comunista china.

El dictador chino Xi Jinping. | Alamy

Lituania está siendo noticia estos días por una disputa inédita con la dictadura comunista china. Esta república exsoviética desató la ira del gigante asiático al permitir el verano pasado la apertura de una embajada de Taiwán en su capital. La de Vilna no es la primera oficina diplomática en Europa de este país al que Pekín sigue considerando una provincia rebelde. La novedad está en el nombre. A diferencia de las demás legaciones taiwanesas en la mayoría de países del mundo, no se llama Oficina Económica y Cultural de Taipei, en referencia a la capital de Taiwán, sino Oficina de Representación Taiwanesa en Lituania.

Para el régimen de Pekín, el uso de la palabra taiwanesa es un grave ataque a la soberanía y la integridad territorial chinas. Taiwán –que sigue llamándose oficialmente a sí misma República de China– se desgajó de la China continental en 1949. Los comunistas acababan de ganarle la guerra civil a los ejércitos nacionalistas de Chiang Kai-shek, que estableció un próspero sistema capitalista de partido único en la isla. En 1996, este reducto de orden y libertad económica se transformó en la democracia pluripartidista que es hoy. Pese a sus muchos éxitos, la creciente presión de la China comunista es un obstáculo formidable para que la comunidad internacional reconozca plenamente a Taiwán.

El uso de la palabra Taiwán –nombre del archipiélago del sureste de China al que se retiraron los nacionalistas, y de la principal isla del mismo– en la denominación de la embajada de Vilna es un paso simbólico hacia el reconocimiento al que aspira el Gobierno de la democracia asiática. En respuesta a la afrenta, China ha declarado la guerra económica a Lituania. Además de prohibir la entrada de sus mercancías a China, Pekín ha declarado un boicot a todas las empresas europeas que utilizan bienes procedentes de Lituania para fabricar sus productos. Entre los afectados por la medida destaca la empresa alemana Continental, que produce parte de sus piezas para vehículos en Lituania. China es un destino importante para Continental, y el régimen de Pekín ha presionado a la empresa para que traslade a otro país sus operaciones en Lituania si no quiere perder ese mercado.

El acto quijotesco de Lituania nos enseña que dar cuota de mercado a empresas chinas es ofrecer un poder a China que Pekín no duda en utilizar para propósitos políticos que nada tienen que ver con los beneficios económicos y los negocios.

Las represalias comerciales chinas pueden tener consecuencias funestas para la economía lituana. Si China no da marcha atrás, muchas empresas europeas que hacen negocios en Lituania podrían optar por otros países antes que renunciar al lucrativo mercado chino. Los efectos de la presión de Pekín ya han empezado a surtir efecto. El presidente lituano, Gitanas Nauseda, se ha desmarcado del Gobierno y ha tachado de "error" la apertura de la embajada con ese nombre. El Gobierno de la primera ministra Ingrida Simonyte se mantiene firme por el momento. Pero una encuesta reciente indica que la mayoría de los lituanos no están por la labor de pagar las consecuencias de un enfrentamiento con Pekín en nombre de la causa libertaria de Taiwán, que necesita como nunca del apoyo exterior ante las amenazas de invasión de la cada vez más agresiva China comunista.

Un papel destacado en la crisis lo tiene, a priori, la Unión Europea (UE), a la que el ministro de Exteriores lituano, Gabrielius Landsbergis, ha pedido la adopción "urgente" de mecanismos "anticoerción" que protejan "el orden legal comercial internacional" de este nuevo atropello por parte de la dictadura comunista china. En su estilo característico, Bruselas se ha limitado hasta ahora a las palabras. El jefe de su diplomacia, nuestro Borrell, se ha mostrado esperanzado en poder conseguir una "desescalada" de la crisis en la cumbre que espera mantener con los líderes de la China roja este marzo. Mientras, la Comisión Europea ha invocado un proyecto de ley presentado en diciembre que busca dotar a la Unión de nuevos instrumentos para hacer frente a tácticas de guerra comercial utilizadas por países terceros.

Pero hasta que se convierta en ley, el proyecto aún debe pasar por la tupida red de la burocracia bruselense. ¿Y cuánto puede resistir el idealismo del Gobierno lituano a las consecuencias económicas y la presión empresarial y social que traerá consigo el sabotaje chino? No parece que mucho. Pase lo que pase, sin embargo, la valentía de un Gobierno lituano que viene mostrándose particularmente beligerante en la defensa de sus intereses y los de Europa ante los bullies –como Lukashenko y Putin– que le han tocado como vecinos no será en vano.

El affaire de la embajada taiwanesa ya está mostrando lo lejos que puede llegar Pekín para castigar el menor gesto que le incomode. La naturaleza híbrida, político-comercial, de sus represalias nos recuerda que China no es una democracia de libre mercado y es el propio régimen el que determina qué y a quién le compran las empresas. El acto quijotesco de Lituania (menos de 2,8 de millones de habitantes, frente a más de 1.400 millones de chinos) nos enseña que dar cuota de mercado a empresas chinas es ofrecer un poder a China que Pekín no duda en utilizar para propósitos políticos que nada tienen que ver con los beneficios económicos y los negocios.

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