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Jesús Laínz

Refugiados de verdad

Nuestra izquierda, incurable esclava de su irracionalidad, ha demostrado por enésima vez su portentosa facilidad para defender una cosa y la contraria.

Nuestra izquierda, incurable esclava de su irracionalidad, ha demostrado por enésima vez su portentosa facilidad para defender una cosa y la contraria.
Refugiados de Ucrania que huyen de la primera línea del frente. | EFE

Han pasado solamente dos semanas y ya han salido de su país más de dos millones de ucranianos huyendo de la guerra. Se trata de la mayor crisis de refugiados en Europa desde las guerras balcánicas de los años noventa y lleva camino de convertirse en el mayor éxodo desde la Segunda Guerra Mundial.

La mayoría son mujeres, ancianos y niños, como es lógico, pues los hombres son los encargados de luchar contra el ejército enemigo, heteropatriarcal privilegio de las mujeres que las feministas no suelen recordar. Aproximadamente la mitad de esta enorme masa humana se ha dirigido a Polonia, país muy cercano lingüística y culturalmente que también acogió a la mayoría de los huidos con motivo de la invasión de Crimea en 2014. La otra mitad ha cruzado las fronteras de Rumanía, Eslovaquia, Hungría, Bielorrusia, Moldavia y la propia Rusia. Es decir, los países limítrofes, como es lógico igualmente.

Varios dirigentes izquierdistas se han quejado de la apertura de puertas a los refugiados ucranianos en comparación con la que consideran mayor restricción a los sirios y afganos de hace algunos años. Aparte de que Alemania sola acogió a un millón de ellos, quizá conviniese señalar algunas diferencias.

Un refugiado es, por definición, una persona que abandona con urgencia su país huyendo de la guerra u otras circunstancias similares, como la discriminación o la persecución política. Naturalmente, los más indefensos ante la locura bélica son los niños, los ancianos y las mujeres y, como es también natural, el destino de los refugiados suele ser el punto de salida más cercano a otro país. Todas estas circunstancias se cumplen en el caso ucraniano, a diferencia de la mayoría de los a menudo también llamados refugiados que alcanzan suelo europeo en circunstancias muy distintas.

La gran mayoría de los que llegan desordenadamente a suelo europeo, aspirantes a refugiados incluidos, con las nada desdeñables consecuencias jurídicas y económicas que ello conlleva, no huyen de ninguna guerra ni persecución, son varones jóvenes, fuertes y sanos y provienen de países muy alejados de Europa, y no sólo geográficamente.

Por lo que se refiere a los refugiados en sentido estricto, y aunque en un principio ningún gobernante europeo se atrevió a sugerirlo debido a la asfixiante mordaza de la corrección política, la creciente presión inmigratoria y, sobre todo, el creciente descontento de los ciudadanos europeos por la difícil convivencia con los recién llegados les ha conducido a declarar –por ejemplo, los Gobiernos de Grecia, Dinamarca, Bélgica, Países Bajos, Austria y Alemania en agosto de 2021– que lo deseable sería que los refugiados salidos de países asiáticos y africanos fueran acogidos principalmente en los países de su entorno, lo que no siempre sucede. Y no sólo por la cercanía geográfica, que simplificaría enormemente el traslado, sino fundamentalmente por la cercanía lingüística, religiosa y cultural, que redundaría en el bienestar tanto de los ciudadanos acogedores como de los refugiados acogidos. Además, Europa no es ningún reino de Jauja en el que los billetes cuelguen de los árboles y los ríos manen eternamente leche merengada. Así, la propia Asociación de Afganos en España, más sensata que nuestros demagogos de los papeles para todos, recomienda a sus compatriotas evacuados ir a otro país por la sencilla razón de que "aquí no hay trabajo".

Mientras tanto, nuestra izquierda, incurable esclava de su irracionalidad, ha demostrado por enésima vez su portentosa facilidad para defender una cosa y la contraria dependiendo del interés de cada momento. Las feministas de última generación, que de tan jugosos cargos gubernamentales disfrutan actualmente, llevan décadas proclamando que los países occidentales, debido a su mentalidad forjada durante siglos de cristianismo, es un infierno para las mujeres. El islam, por el contrario, por no ser ni cristiano ni europeo, cuenta con sus simpatías. Debe de ser que la situación social y jurídica de las mujeres en los países musulmanes debería provocar la envidia de las pobres europeas sometidas a la heteropatriarcalidad. Por ejemplo, el verano pasado, tras la victoria de los talibanes, Irene Montero no tuvo empacho en arrimar el ascua a su sardina equiparando la violencia que iban a sufrir las mujeres afganas con la que las españolas sufren en España.

Efectivamente, no cupo la posibilidad de cerrar los ojos ante el negro futuro que se abría para las mujeres afganas con el triunfo talibán. Debe de ser que los varones afganos no cuentan. Pero al mismo tiempo la crisis afgana presentó una nueva oportunidad para los partidarios de la concentración en el aparentemente infinito suelo europeo de cientos de millones de personas llegadas de las cuatro esquinas del planeta. Y de repente las mismas feministas que abominan de los españoles y de su trato a las mujeres proclamaron, como Adriana Lastra: "España es un refugio seguro para las mujeres y niñas que huyen de la violencia". Cuando la izquierda feminista –o el feminismo izquierdista, llámese como se prefiera– quiere atacar a los varones y al machismo identificado con la derecha, el cristianismo y la tradición cultural española, España es un infierno para las mujeres. Pero cuando toca dar otro paso hacia la disolución de España, y de toda Europa, en el gran hormiguero multicultural, el infierno se convierte en paraíso. Felicitémonos, por cierto, de vivir en ese paraíso, aunque quizá habría que preguntarse para qué sirven entonces el Ministerio de Igualdad y sus numerosos departamentos, divisiones, cargos y organismos relacionados. Porque no se comprenden bien las incesantes subvenciones y campañas para promover una ingeniería social que, según Lastra dice ahora, es innecesaria, ya que España es un país seguro para las mujeres.

Pero regresemos a la trágica actualidad ucraniana, que ha dejado en segundo plano otros hechos no menos graves. Por ejemplo, los asaltos masivos de miles de jóvenes subsaharianos a la frontera melillense aprovechando unas reparaciones en curso, asaltos bien planeados y de gran violencia que han dejado a numerosos guardias civiles heridos.

Ninguno de estos jóvenes y robustos recién llegados a suelo español ilegal y violentamente es un niño, un anciano o una mujer huyendo indefensos de ningún país limítrofe en guerra, pero aspiran a ser recibidos con todo tipo de cuidados, ventajas y facilidades por parte de un país que ha renunciado a defender su ley, su soberanía, sus fronteras y su paz social. El caos no ha hecho más que empezar.

www.jesuslainz.es

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