Quienes se hayan entretenido en estudiar Historia serán más o menos conscientes de que este país es una fuente continua de tensiones, problemas o decisiones que acaban siendo perjudiciales para él y también para los países vecinos o vinculados.
Algunos llevábamos años prestando atención a las razones y consecuencias de las posiciones alemanas en muy diferentes órdenes. Desde el asunto tenebroso del programa Petróleo por Alimentos en tiempos de la Guerra de Irak hasta lo acontecido en la crisis de 2008, cuando sus bancos y entidades financieras incurrieron en excesos y errores que pasaron bastante inadvertidos. Ahora estamos en pleno conflicto ruso-ucraniano, que ha provocado, por fin, que surjan más voces pidiendo explicaciones. Imagino que estamos aprendiendo que la energía es sinónimo de seguridad, y resulta que el país teutón lleva décadas promoviendo e impulsando una reconversión energética en el continente que nos ha dejado en manos de varias satrapías, creándonos unos problemas estructurales de muy difícil resolución.
Alemania decidió autolesionarse con su política energética porque iba a enseñar al mundo lo que hay que hacer para salvarlo. Optó entonces por hacerse dependiente de Rusia, confiando negocio a las empresas de Putin y perjudicando a las suyas, como es el caso de EoN y RWE, que han protagonizado un conflicto judicial de gran dimensión como consecuencia del apagón nuclear al que la opinión pública no ha prestado gran atención. Para los gobernantes alemanes, la estrategia estaba trazada y pasaba por ese caballo de troya que era, y es, Nord Stream, además de llenar nuestro paisaje de molinillos de viento y megagranjas solares. En Berlín pensaban, y piensan, que lo que ellos habían decidido era lo mejor para el planeta y la humanidad.
Los misiles en Mariúpol nos han hecho comprender que aquello que la laureadísima Ángela Merkel, sus predecesores y socios tenían en mente era una arriesgadísima operación que ahora ha dejado a muchos países sin capacidad de reacción y a merced de la voluntad y las decisiones de los más cualificados tiranos que se recuerden en décadas. Desde Rabat a Moscú, pasando por Argel o Estambul, contribuyendo además a un bloque antioccidental nítidamente identificable.
Dicen que en Estados Unidos se frotan las manos porque, según se informa, la única solución será aumentar exponencialmente sus exportaciones de gas licuado para satisfacer la demanda europea. Satisfacer las necesidades energéticas de este manicomio europeo en el que los mandatarios van sin camisa de fuerza sólo se asegura gracias a la tecnología del fracking, esa que tanto detestan nuestros mandamases. La cotización en bolsa de Cheniere Energy Inc. ($LNG) estos últimos meses así lo adelantaba y resulta muy ilustrativa.
La obsesión enfermiza de Alemania con el clima y su no declarada voluntad de imponer su criterio a los demás países europeos para así, sabiéndolo o no, desprotegerlos ya ha alcanzado incluso a sus órganos judiciales, que son también en gran parte responsables de todos los problemas económicos que ahora se han destapado y nos azotan. El año pasado, su Tribunal Constitucional dictó una sentencia que consideraba que la ya muy exigente Ley Climática debía revisarse para conseguir un mejor equilibrio en la carga entre gente joven y mayor. Una de las demandantes, hija de agricultores en la isla de Pellworm (Mar del Norte), aseguraba que el aumento del mar acabaría con su isla y entonces perdería su herencia. El entonces ministro de Economía, Peter Altmaier, declaró que tras el fallo debía priorizarse aún más la protección del clima y los derechos de los jóvenes respecto de sus mayores, insistiendo en la planificación económica como método. No hay que ser un genio para comprender que de todo esto han estado tomando buena nota en Moscú y también en Pekín.
Ahora hemos sabido que el Tribunal de Cuentas alemán critica duramente las medidas y acciones del Gobierno en materia climática (y por tanto energética y consecuentemente de seguridad) porque, según se denuncia, todo esto es un sindiós. No hay manera de saber si en verdad se está protegiendo el clima o no, porque la política desplegada es sencillamente incomprensible y del todo ineficaz. Aun así, se insiste en la Agenda 2030 y los objetivos climáticos propuestos. Llegaremos a esa fecha y, como es lógico, no se cumplirán, pero tampoco sabemos las condiciones en las que se encontrará el continente e incluso si han desaparecido algunos países o aparecido otros.
No puedo finalizar sin referirme a otro asunto en el que ha incidido también Alemania sin apenas eco mediático, aun estando relacionado con este orden de cosas. Es el del Sáhara Occidental, donde Berlín venía ya adelantando la posición claudicante de España respecto del régimen de Rabat. De hecho, a finales de 2021 Alemania hacía un guiño a Marruecos sobre sus exigencias para este territorio y a principios de este año el canciller Olaf Scholz escribió a Mohamed VI dando un espaldarazo a su posición. Lo que ha venido después ya lo conocemos. Y lo que vendrá se puede intuir, y me temo que será nada bueno para nuestro país.
En definitiva, que hemos dejado nuestros destinos en manos de Alemania, por mucho que ande por ahí el tal Macron intentando hacer creer otra cosa. De hecho, el fin de semana pasado los reporteros de los principales medios de Europa nos decían desde Bruselas que todos los mandatarios y sus delegaciones parecen estar esperando la posición de Alemania respecto de los grandes temas en ciernes. Deberíamos preguntarnos por tanto qué se puede esperar. No lo sabemos, o puede que sí.
Nietzsche, que algo sabía de esto, en su obra en Más allá del bien y del mal (1885) nos advierte de que el "alma alemana" es compleja, tiene orígenes dispares, se compone más bien de elementos yuxtapuestos y superpuestos. El poeta trágico afirmaba que en esa alma alemana hay galerías y pasillos, cavernas, escondrijos, calabozos; el alemán es experto en los caminos tortuosos que conducen al caos.