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Amando de Miguel

Españoles deprimidos

La causa más honda de la gran represión colectiva de la tribu hispana está en lo malas que suelen ser las relaciones interpersonales entre nosotros.

La causa más honda de la gran represión colectiva de la tribu hispana está en lo malas que suelen ser las relaciones interpersonales entre nosotros.
Duelo a garrotazos, de Goya. | Wikipedia

Estoy dispuesto a reconocer que aquí opera algún desatado mecanismo de proyección. Me explico: mi personal depresión, no sé si congénita o sobrevenida, la lanzo sobre el conjunto de mis compatriotas, y así me quedo un poco más tranquilo. Claro, que la procesión va por dentro. Para ocultar esa actitud defensiva, intento informarme sobre la realidad del conjunto, cosa no siempre asequible. O trato de ponerme a leer y escribir como un obseso, los dos quehaceres que han llenado mi vida un tanto eremítica. Así, me estremece este dato: los españoles hodiernos somos los mayores consumidores de psicofármacos de toda Europa, junto con nuestros hermanos portugueses. Algo tendrá la maldición de la vieja piel de toro sobre el equilibrio mental de las tribus ibéricas. Más precisiones: durante el año 2021, los españoles nos administramos 61 millones de cajas de ansiolíticos, lo que no deja de ser una alegría para los laboratorios. Añádase el incremento, respecto al año anterior, de un 39% en el consumo de hierbas sedantes, esto es, del ramo de la parafarmacia, que no requiere receta médica.

Dispuesto estoy a admitir que la culpa de esta adicción a las drogas legítimas se debe a la pandemia del virus chino. Mas razono que ese antecedente no sirve, pues ha afectado a casi todo el mundo. Bien es verdad que en España la gestión oficial de la lucha contra el dichoso virus ha sido lamentable. Aun así, debe de haber causas más profundas para la depresión colectiva. Me refiero a las instaladas entre nosotros con un grueso espesor histórico. Habrá que abrir algunos pozos prospectivos. No es tarea fácil, pues los españoles nos resistimos a ser analizados.

Desde luego, sobran testimonios para advertir que los españoles somos un pueblo con insomnio pertinaz, como revela el estereotipo de don Quijote, nuestro héroe nacional.

No me convence el argumento común de que los españoles toleramos mal el sufrimiento. No creo que el postulado sea correcto; más bien, hemos sido grandes sufridores en todas las épocas. No otra cosa es la fortaleza ante los gobernantes ineptos que hemos tenido, a babor y a estribor. Por cierto, me entero de que el Gobierno actual, que Dios confunda, perpetra una Ley de Salud Mental. De seguir adelante, es como para la solicitar la expatriación. Tendré que pedir antes una cita previa con el robot telefónico del negociado de turno.

Me convence algo más la idea de que los españoles toleramos mal los fracasos, especialmente, los sentidos por dentro en lo más íntimo. Ignoro a qué se debe una tacha tan agobiante. Acaso sea porque, desde la Edad Media, se ha ido forjando una personalidad colectiva que ha dado un desproporcionado influjo al qué dirán. Otra vez, cabría citar al Quijote, nuestra biblia nacional. Puede que sea una exacerbación del tradicional sentido del honor. Américo Castro lo estudió esto muy bien.

De un modo más amplio y menos discutible, la causa más honda de la gran represión colectiva de la tribu hispana está en lo malas que suelen ser las relaciones interpersonales entre nosotros. Se me objetará que en todas partes cuecen habas; sí, pero en algunos lugares a calderadas. Obsérvese que las guerras que han menudeado en España han sido, casi siempre, civiles; por ponerle un epíteto decoroso. En todas las épocas, han sido innúmeros los vocablos que tachan de forma despreciativa o insultante a los adversarios políticos. En la economía, lo característico ha sido la proliferación de pequeñas iniciativas individuales y el menosprecio popular hacia las grandes empresas. En el plano privado han destacado las peleas, no ya entre familias o estirpes, sino dentro de los mismos clanes familiares. La clave de un país tan bronco está en el cultivo de la pasión española por excelencia: la envidia. No es más que el imperioso y oculto deseo de ocupar el lugar de otra persona cercana. Si todo eso es así, no extrañará el resultado colectivo de la depresión. Se podría expresar con términos menos técnicos y más groseros.

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