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Amando de Miguel

El pintoresco separatismo

La presencia activa de los separatismos en las Cortes y en el Gobierno contribuye a que el régimen democrático se tiña con algunos tonos autoritarios.

EFE

Los españoles del último siglo hemos sido particularmente originales en cuestión de formas políticas. Los historiadores se desviven por explicar la dictadura de Miguel Primo de Rivera de hace un siglo. Podría pasar, irónicamente, por dictablanda, pues no se persiguió sañudamente a los opositores. Una víctima excepcional fue Miguel de Unamuno, más que nada por su admirable vocación de llevar la contraria. Al final, el dictador se hartó y cogió el expreso para París. Lo mismo había hecho Estanislao Figueras, uno de los presidentes de la I República.

La II República, desgraciada para unos y gloriosa para otros, resultó una versión vagamente burguesa, y no "de los trabajadores", como se propuso. Tuvo la ocurrencia de cambiar de bandera, escudo e himno nacionales. Como es sabido, la alteración de una banda roja de la bandera secular por otra de color morado pretendió asimilarla al pendón histórico de Castilla. Pero la tal enseña milenaria era, realmente, de color carmesí; ajada por el paso de los siglos, se volvió violeta. La II República convivió con una extraordinaria dosis de violencia política.

Más arduo todavía es el intento de clasificar el régimen de Franco. Por cierto, el Caudillo odiaba el término franquismo; por eso se impuso. Quiso ser, inicialmente, un régimen totalitario. Pero se quedó en autoritario y, al final, con el reconocimiento de un cierto pluralismo de hecho. Fue el que preparó la transición. Ahora se intenta enseñar a los escolares que el franquismo no existió. A eso lo llaman "memoria histórica", convertida en obligación legal.

Parecería que hubiéramos llegado a la normalidad con la democracia, que oficialmente se tituló "transición democrática". Con lo cual la ambivalencia está servida. Es un sistema de monarquía parlamentaria, pero en el actual Gobierno hay ministros abiertamente republicanos. Es más, en la conjunción gubernamental tienen un peso desproporcionado los partidos separatistas vascos y catalanes. Los cuales, como es lógico, ni por pienso se proponen representar al conjunto del pueblo español. Es cierto que la Constitución se refiere expresamente al "pueblo español". Sin embargo (como me hace ver mi amigo Santiago Trancón), también se habla en ese desmesurado texto de los "pueblos españoles". Para mayor confusión, se añade el esperpento reciente de que los partidos separatistas van a participar de los asuntos reservados del Centro Nacional de Inteligencia, vulgo "los espías".

El actual separatismo de vascos, catalanes y otros es algo más que una cuestión ideológica. Ha conseguido que tanto Cataluña como el País Vasco dispongan de sustanciales privilegios, de los que no participan otras regiones. Las cuales, para mayor inri, se hacen llamar autonomías. Es un extraño remedo de la terminología de la antigua Unión Soviética.

La presencia activa de los separatismos en las Cortes y en el Gobierno contribuye a que el régimen democrático se tiña con algunos tonos autoritarios. No es el menor el uso descaradamente partidista que se hace de la radio o la televisión públicas por parte de los Gobiernos, el nacional y los autonómicos. Fue un invento del franquismo (Radio Nacional de España empezó como un regalo de Hitler al Generalísimo) y se mantuvo y reforzó con la democracia. Nadie protestó por tamaña desventura.

La pretensión más pintoresca de los separatismos es que en sus respectivos territorios se realice la inmersión lingüística de los escolares. Ese desgraciado concepto supone que el idioma castellano (el común de todos los españoles y de una veintena de países más) sea desplazado por el vascuence o el catalán. La pretensión resulta disparatada y, a la postre, imposible. Empero, se insiste en ella con más voluntad que lógica. La paradoja final es que hoy es más alta que nunca la proporción de catalanes y vascos que hablan castellano.

En definitiva, los sistemas políticos de la España del último siglo no acaban de encajar en los supuestos de los manuales de Ciencia Política. Va a ser verdad que "España es diferente", como asegura el reclamo turístico.

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