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Amando de Miguel

El invierno demográfico

Si se produce una situación de estabilidad o de mengua de la población durante algunos lustros, la sociedad se desintegra.

Si se produce una situación de estabilidad o de mengua de la población durante algunos lustros, la sociedad se desintegra.
EFE

Desde hace un milenio, por lo menos, una condición favorable para que se puedan constituir Estados (naciones autosuficientes) es que el número de sus habitantes tienda a crecer. Es raro que se sobrepase el 2% de crecimiento anual del censo, y menos durante el lapso de más de una generación. Nótese que se trata de un interés compuesto. Pero si se produce una situación de estabilidad o de mengua de la población durante algunos lustros, la sociedad se desintegra.

Tradicionalmente, la sociedad española ha mostrado una densidad de población (por kilómetro cuadrado) muy baja, si la comparamos con la de otros países europeos. A pesar de la sucesión de guerras, emigraciones y hambrunas, el censo europeo y español de los últimos siglos ha logrado mantener una dirección expansiva. Actualmente, las circunstancias son otras. No solo se estabiliza el número anual de nacidos y fallecidos, sino que la nueva tendencia es hacia el decrecimiento vegetativo. Ahora son intensas las oleadas de emigrantes hacia Europa provenientes del resto del mundo. Lo realmente nuevo para Europa es la perspectiva de que ha llegado el momento en que (a pesar de la fuerte inmigración) haya más óbitos que nacimientos. España no es una excepción en ese inevitable "invierno demográfico" europeo. Es más, lo acusa de manera más patente.

El balance migratorio español de los últimos lustros es particularmente aciago. Emigran a otros países muchos profesionales, técnicos, directivos y hasta investigadores o científicos que hubo que formar aquí. Nos llegan mesnadas de inmigrantes de otros países, por lo general una población inactiva o muy poco calificada. En realidad, ese contingente (a menudo ilegal) es, más bien, un sujeto acreedor de ayudas sociales de todo tipo. Por tanto, el balance migratorio para España representa un alto coste económico, por no hablar de la desorganización social que supone la inmigración proveniente de culturas lejanas. Se disimula mal con la ideología prevalente del multiculturalismo.

Desde que se dispone de estadísticas demográficas regulares (finales del siglo XIX), España ha logrado mantener una tasa de fecundidad superior al promedio europeo. Tal tendencia ha dado la vuelta en la última generación. Actualmente, la natalidad española es más baja que la de la mayor parte de los países europeos (que ya es reducida a escala mundial), hasta situarse en el intervalo con la mínima del mundo. Ciertamente, la mortalidad infantil se ha reducido mucho en España. Sin embargo, las mujeres que desean tener descendencia (una proporción en declive) deciden su primer embarazo cerca de los 30 años. Es claro que ya no podrán constituir familias numerosas.

Al tiempo, se ha producido en España un alza sistemática de lo que se llama esperanza de vida (realmente, años probables de vida media para cada cohorte, las personas nacidas en torno a unas mismas fechas). El resultado de las dos tendencias dichas es que la difundida imagen de la pirámide demográfica más parece la silueta de un bloque destartalado de pisos. Dicho de otro modo, el censo español mantiene una desusada y creciente proporción de personas mayores. Es un éxito social, pero una sangría económica.

Lo grave llegará en los próximos lustros. España (junto a otros países europeos) verá una situación insólita de decremento sistemático de la población. Es el equivalente simbólico de una constante epidemia o de una guerra continua. No se trata de una mera constatación estadística; ya se advierte una sensación colectiva de decadencia. Es un correlato de la pérdida de peso específico de Europa en la política y la economía del mundo.

La distribución territorial de los españoles ha seguido la tendencia secular avanzada hace más de medio siglo por Román Perpiñá. Es decir, la población de la Península Ibérica tiende a concentrarse en el centro y en los vértices de un hexágono: Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Lisboa, La Coruña y el País Vasco. Lo nuevo, en el siglo XXI, es el superior dinamismo del centro madrileño. Tanto es así que la zona metropolitana madrileña ha empezado a desbordarse sobre las provincias limítrofes. Es una radical novedad demográfica, consonante con otras realidades políticas.

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