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Juan Gutiérrez Alonso

Contabilidad de género en las orlas universitarias

Hacía tiempo que no me acercaba a las orlas que mi madre luce en una pequeña habitación de casa. Esta vez lo hice con perspectiva de género.

Hacía tiempo que no me acercaba a las orlas que mi madre luce en una pequeña habitación de casa. Esta vez lo hice con perspectiva de género.
Un grupo de estudiantes en un aula de la Facultad de Ciencias del Campus Montilivi de la Universidad de Gerona. | Europa Press

Hacía tiempo que no me acercaba a las orlas que mi madre luce en una pequeña habitación de casa. Esta vez lo hice con perspectiva de género o, mejor dicho, como contable de género. Así, aunque intuía los números, he querido comprobar de modo preciso si ese mundo insoportable de discriminaciones e invisibilidad femenina que cotidianamente se nos transmite dentro y fuera del ámbito universitario se ajustaba a la realidad de los de mi generación.

La primera orla que encuentro es de mi hermana mayor. Promoción de la Facultad de Ciencias de la Educación de los años 1992-1995. Entre el profesorado identifico 6 mujeres y 6 hombres, mientras que entre el alumnado contabilizo 90 féminas y 7 varones. La siguiente orla es de mi hermana pequeña. Promoción general de la Facultad de Trabajo Social de los años 2001-2004. Cuento 9 mujeres y 9 hombres entre los enseñantes mientras que el alumnado arroja 126 mujeres y 17 hombres. Justo al lado se encuentra la orla de mi hermano mayor, correspondiente a uno de los grupos de la Facultad de Derecho del periodo 1991-1996. Muestra 11 profesores varones y 7 mujeres, y entre los alumnos identifico 60 mujeres y 40 varones.

Han pasado casi tres décadas y recuerdo perfectamente que en aquel tiempo todos elegíamos estudiar lo que nos apetecía en función de nuestras calificaciones y la oferta más o menos restringida de los centros universitarios. Los estudiantes y nuestras familias éramos libres para elegir formación e incluso para acertar o equivocarnos. A nadie se le ocurría perder un segundo en detectar patrones discriminatorios ni pensar en la necesidad de desplegar una multimillonaria acción pública para identificar invisibilidades por razón de género, menos aún teledirigir la formación universitaria en nombre de la igualdad. Ninguna de mis hermanas, amigas, familiares o conocidas se sentía discriminada por la estadística ni tampoco creía que debía formar parte de una especie de justicia histórica en clave feminista. Su felicidad y su éxito pasaba exclusivamente por su talento, esfuerzo y la libertad de elección.

En las facultades o escuelas de Farmacia, Enfermería, Comunicación o Magisterio abundaban las mujeres; en las de Medicina, Ciencias Económicas o Derecho convivían ambos sexos en similares proporciones, y en las técnico-científicas o las denominadas ciencias puras (Matemáticas, Física, Telecomunicaciones, Caminos, etc.) predominaban los hombres, sin que nadie se detuviera a reflexionar en clave de género, porque a aquellas gentes no podíamos más que admirarlas y respetarlas, fueran hombres o mujeres, que también las había. Hoy, sin embargo, la arquitectura ideológica y la política, que todo lo invade, empujan por razones ideológicas y de propaganda, convirtiendo incluso a según quién y según por qué en una especie de trofeo.

Quiero pensar que mis contemporáneos, se dediquen a la enseñanza o no, saben que esto es rigurosamente cierto. Nosotros, hombres y mujeres, vivimos y elegimos en libertad, en función de nuestros intereses, preferencias o intuiciones personales. Estudiamos y competimos con respeto y en libertad, y a nadie se le ocurría pensar que estábamos bajo la acción una superestructura que condicionaba nuestras decisiones formativas, afectando de este modo al programa de género que alguien establecería en un futuro. Aquella generación, en la que hoy abundan profesionales y empleados públicos de todo tipo, hoy es machaconamente instruida en todo lo contrario, es decir, en una realidad que ni vivieron ni consideraron, porque sencillamente no existía. La libertad cede ante el activismo.

En efecto, esta nueva policía del pensamiento y la (des)igualdad, completamente falsa y acientífica, constituye un potentísimo programa cuyos resultados no presagian nada bueno. Y ya sé que pensarán en la doctrina de "los techos de cristal", que no consiste más que en hacer creer a las mujeres que, por serlo, tienen dificultades para desempeñar determinadas profesiones y acceder a puestos o cargos importantes, donde se encuentran los poderosos o mejor retribuidos. Como si la inmensa mayoría de hombres no tuviéramos esa misma dificultad. Como si ese asunto, el del acceso a los cargos o puestos de poder en las grandes estructuras públicas o privadas, entes u organismos, que es en lo que verdaderamente piensan, no fuera un tema estrictamente político, de clase, de pertenencia, de afinidad o de vinculación con determinados círculos.

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