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Alfonso García Nuño

Vales nada

El hombre no puede crear ni su bien ni el bien, ni la verdad ni la belleza.

Friedrich Nietzsche, en 1882. | Wikipedia

En uno de los pasos más estremecedores y clarificadores del pensamiento de Nietzsche, concretamente de la obra que suele traducirse como La gaya ciencia (Die fröhliche Wissenschaft) –¡un libro de hace 140 años!–, ya entonces el loco que camina por las calles buscando con un farol encendido, en plena luz del día, no un hombre como sí lo hiciera milenios antes Diógenes, grita sin cesar: "¡Busco a Dios!, ¡Busco a Dios!". Y el loco, después de que se burlen de él y de que no lo tomen en serio, dice:

¿Qué a dónde se ha ido Dios?, os lo voy a decir. Lo hemos matado: ¡vosotros y yo! Todos somos su asesino. Pero ¿cómo hemos podido hacerlo? ¿Cómo hemos podido bebernos el mar? ¿Quién nos prestó la esponja para borrar el horizonte? ¿Qué hicimos cuando desencadenamos la tierra de su sol? ¿Hacia dónde caminará ahora? ¿Hacia dónde iremos nosotros? ¿Lejos de todos los soles? ¿No nos caemos continuamente? ¿Hacia delante, hacia atrás, hacia los lados, hacia todas partes? ¿Acaso hay todavía un arriba y un abajo? ¿No erramos como a través de una nada infinita? ¿No nos roza el soplo del espacio vació? ¿No hace más frío? ¿No viene de continuo la noche y cada vez más noche? ¿No tenemos que encender faroles a mediodía? ¿No oímos todavía el ruido de los sepultureros que entierran a Dios? ¿No nos llega todavía ningún olor de la putrefacción divina? ¡También los dioses se pudren! ¡Dios ha muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado! ¿Cómo podremos consolarnos, asesinos entre los asesinos? Lo más sagrado y poderoso que poseía hasta ahora el mundo se ha desangrado bajo nuestros cuchillos.

Las imágenes penetrantes se suceden unas a otras, las preguntas incesantes martillean al lector, la belleza de la escritura no sólo no oculta el drama, sino que invita a una tragedia desesperanzada. El hombre, en el que incluyo varones y mujeres, es capaz de grandes cosas en lo bueno y, como nos enseñó y anunció el siglo pasado de extraordinaria manera en la historia, también en lo malo.

El hombre es capaz de prescindir de lo que todos los siglos adoraron, de ignorarlo, de beberse el mar. De borrar, como si en un antigua pizarra estuviera, la línea que alguien trazó con una tiza y hacer desaparecer la distinción entre trascendente e inmanente, hacer como si no hubiera más que lo intramundano y convertirse en ave doméstica del inmenso corral del universo.

Si fuera la línea que trazó Platón, con la que demedió la realidad en mundo sensible e inteligible, con gusto cogería yo la esponja y la borraría. Pero esa era solamente una interpretación de la realidad que penosamente ha gravitado en la historia de Occidente. Mas, al borrarla, miraría a la realidad y dejaría que ella me hablara y me dijera si hay trascendencia y, desde ahí, desde la realidad verdadera, desde la verdad dada por la realidad, pensarla sin tener que demediarla.

El hombre de Occidente ha desencadenado la tierra de su sol, hemos prescindido de la gravedad que hacía que el planeta elipsoidalmente girara en torno de su estrella. Creyendo que nos quitaba libertad. Pero, al hacerlo, vaga sin destino ni ruta por los espacios oscuros e interminables del cosmos. Sin un hontanar último y fundante de todo valor y de nosotros mismos como valiosos, ¿no estaremos cayendo irremisiblemente? ¿No dará lo mismo lo uno que lo otro? ¿No dejaremos de tener dignidad? ¿Cuándo empezó la era en que cada uno ha de crear sus valores o acaso el tiempo en que se impone irremisiblemente la ley del más fuerte? Sin ese hontanar, ¿qué tenemos ante la desgracia, el abandono, la debilidad… el tirano, la muerte?

¡Cuántos de los que se han bebido el mar se llevan las manos a la cabeza viendo cómo se desmorona el edificio a crecientes zancadas! Desde Caín siempre ha habido asesinos, desde Adán y Eva en el mundo abunda la maldad, los delincuentes nunca han escaseado, la mentira ha tratado de imponerse a la verdad, pero a nosotros nos han tocado los tiempos en que no es que se hayan invertido los valores, que también, sino los tiempos en que todo es posible. Y cuando todo es posible, cuando la libertad se confunde con la omnipotencia, cuando se cree que uno mismo, que cada uno, puede definir desde sí qué es el bien y qué es el mal, qué la verdad y la mentira, qué la belleza y la fealdad, entonces el hombre deja de tener valor, porque el hombre no puede crear ni su bien ni el bien, ni la verdad ni la belleza. Simplemente deja de beber del manantial de que manan.

La libertad, cuando se confunde con la omnipotencia, cuando se cree que ha de ser ilimitada para poder ser libertad, deja de ser humana, porque el hombre no es ni omnipotente ni infinito. El hombre es pequeño y limitado, y, cuando pierde de vista su carnalidad, cuando cae en la tentación de vivir como si fuera un ser divino, uno de los elohim (אלהים), pensando que puede abarcar el bien y el mal, entonces el hombre empieza a valer nada, entonces uno no puede extrañarse de que el totalitarismo empiece a ser inundatorio, también en donde se sigue diciendo que hay democracia. Vales nada y el más fuerte, para ti, creará el bien y el mal.

Pero la verdadera fidelidad a la tierra está en acoger nuestra pequeña carnalidad; no hay una moral de señores y una moral de esclavos, porque todos somos de carne, todos somos igual de menesterosos. Todos tenemos el mismo apetito de ser siempre y ser más y ninguno puede con sus solas fuerzas saciarlo, como mucho encontrar algún momentáneo sucedáneo o aturdirse para no sentir ese hambre insatisfecha.

Si vales nada antes de nacer, ¿por qué vas a valer algo después? Si los que tienen algún defecto no tienen derecho a nacer, ¿acaso no vales tú menos y deberías tener menos derechos que el más capaz? Si no hay un sentido que esté allende toda peripecia y adversidad, en que poder sentir y asentar la inmensa dignidad de ser hombre a pesar del sufrimiento, ¿por qué no quitarse la vida? O mejor, que le apliquen la eu-tanasia, la buena muerte, que es más estético que sui-cidarse, matarse a sí mismo. Escribía Viktor E. Frankl, fruto de su experiencia como preso en los campos de exterminio:

En un campo de concentración es posible practicar el arte de vivir, aunque el sufrimiento sea omnipresente.

Esta pendiente descendente de lo humano está llegando más allá de la muerte. Leí la terrible noticia de que en Nueva York se está legislando para que a los cadáveres humanos, siempre tratados en todas las culturas con el máximo respeto por haber sido cuerpos de alguien con una dignidad inconmensurable, se los pueda compostar, convertir, en otras palabras, en humus de nutrientes abundantes, que siempre es algo más ecológico que un entierro o una incineración y, desde un punto de vista agrícola, mucho más útil. ¿Cuánto tardará esto en llegar aquí? ¿Cuánto esperaremos hasta que sea obligatorio por mor del planeta?

Tal vez haya exagerado al decir que el hombre ha venido a valer nada; seamos pragmáticos, podemos servir para que nos manipulen, para que hagan con nosotros lo que quiera un poderoso… y también podremos ser usados para fertilizar un huerto de agricultura ecológica. Los que se creyeron que eran seres divinos se volvieron utensilios.

Cuenta un texto apócrifo, que azarosamente encontré en un puesto del Rastro madrileño, que Diógenes y el loco de que hablaba Nietzsche se encontraron con sus candiles encendidos y al preguntarse uno a otro qué buscaba, se dieron cuenta de que, en el fondo, los dos buscaban y no encontraban por lo mismo.

Y Pilato, tras haberlo azotado y después de la burla de los soldados, presentó a Jesús vestido con manto púrpura y corona de espinas y dijo: "He aquí el hombre" (ἰδοὺ ἄνθρωπος).

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