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Iván Vélez

La falsilla de EHBildu

ETA y su entorno, mal que nos pese, ha sido un agente activo, un protagonista de la democracia coronada al que nunca se quiso sacar del todo.

Mertxe Aizpurua y Arnaldo Otegi, en rueda de prensa en San Sebastián | EFE

El voto afirmativo de EHBildu ha servido para que su socio de Gobierno logre sacar adelante la Ley de Memoria Democrática en el Congreso de los Diputados, herramienta perfectamente calculada para mantener la tensión que, en su día, precisaba José Luis Rodríguez Zapatero, impulsor de esa contradicción en términos llamada la Ley de Memoria Histórica, que tantos réditos dio al partido tardofranquista que le aupó a la presidencia de la, para él, nación discutida y discutible llamada España. Un par de días antes de que un conjunto de españoles transidos de odio se concentraran en Bilbao para pedir la liberación de los etarras Fernando García Jodra, Jurgi Garitagoitia, Garikoitz Aspiazu y Arkaitz Agirregabiría. Mercedes Aizpurúa, en pleno éxtasis cínico, afirmó en la tribuna de la sede de la soberanía española que "no debemos usar a las víctimas del terrorismo como arma política".

El desahogo con el que la diputada española e hispanófoba se conduce sólo se explica por el hecho de saberse imprescindible en la nueva etapa abierta por Sánchez, en quien muchos ven a un simple narcisista sin escrúpulos instalado en el embuste, condición que no es incompatible con los objetivos que, al margen de su propia supervivencia, persigue un PSOE para el que sus miembros más veteranos comienzan a suponer un incómodo lastre.

Entre el sector felipista no han faltado voces críticas con una ley, escrita sobre la falsilla bildutarra, que pone su punto final en el año 1983, fecha escogida cuidadosamente para dejar dentro del arco temporal legislativo el rastro de cal de los GAL y, por ende, de su famosa X. No hay duda de que, si fuera preciso, un futuro gobierno sanchista, en el que se mantendrían todas las fuerzas secesionistas al precio de la concesión de derechos a decidir envueltos en fórmulas federales, el cierre de la ley podría llevarse hasta el momento en el cual un bolso sustituyó a Rajoy en ese mismo Congreso en el que pisan con seguridad los afectos al "movimiento vasco de liberación".

La verdad oficial afirma que ETA ha sido derrotada. Sin embargo, esa supuesta derrota, sustanciada en el hecho de que la banda del hacha y la serpiente no asesina, requiere de un análisis menos simplista. Los motivos que movieron a ETA fueron estrictamente políticos. Se trataba de mutilar la nación española para dar paso a una república vasca cargada de indigenismo y de una particular pátina marxista. En pos de ese objetivo, no alcanzado en su plenitud, actuaron los terroristas, apoyados por gran parte de la sociedad vasca, pero también por colectivos exteriores de distinta adscripción política. Entre ellos los militantes de un temprano ecologismo, capaces de gritar "ETA, Lemóniz, goma-2". La Comunidad Autónoma Vasca, parte de esa Euskal Herria ansiada por las sectas aludidas, no es, en efecto, una república de semejantes características. Sin embargo, la acción criminal sirvió para alcanzar unas prebendas asumidas por una gran parte de los españoles en general, y de los votantes del PSOE, incluidos muchos "de toda la vida", aquellos que votaron al partido en los tiempos del GAL y lo siguen votando en los tiempos del acercamiento semanal de etarras y de celebración de homenajes públicos.

ETA y su entorno, mal que nos pese, ha sido un agente activo, un protagonista de la democracia coronada al que nunca se quiso sacar del todo de escena pues, al cabo, no son pocos los que entonces, en los tiempos de una Transición criticable por motivos opuestos a los expuestos en la nueva ley, confunden a los vascos con los secesionistas.

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