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Francisco José Contreras

Ocho tesis sobre el aborto

La sacralización del deseo de maternidad como la única instancia digna de consideración en la problemática del aborto lleva a extremos delirantes.

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Ocho tesis sobre el aborto:

1) Abortar significa matar a un ser humano en las primeras fases de su desarrollo. Las sociedades sanas lo entendieron siempre así.

Es significativo que los Estados liberales de los siglos XIX y XX —los que reconocieron los verdaderos derechos: libertad religiosa, libertad de expresión, garantías jurisdiccionales, separación de poderes, etc.— penalizaran el aborto hasta la década de 1970. Más aún: la regulación penal del aborto se hizo más severa durante el siglo XIX, al compás de los nuevos hallazgos científicos sobre la procreación (como los de Von Baer), que hacían cada vez más patente la existencia de un nuevo sujeto humano desde el momento de la concepción. En EE.UU., la American Medical Association reclamó en 1859, y consiguió en algunos estados, una penalización más dura del feticidio (1). En Francia, el aborto fue tipificado como delito por el Código Penal de 1810 y por leyes de 1852 y 1920. Lo mismo cabe decir de los demás países occidentales.

Viceversa, los Estados totalitarios fueron pioneros en la legalización del aborto. La Rusia comunista se apresuró a despenalizarlo tan pronto como 1918 (2); su práctica masiva —se estima que a mediados de la década de 1920 el 55% de los embarazos concluían en aborto en la URSS— llevará al país a una sangría demográfica (agravada, por supuesto, por las matanzas de la guerra civil, la deskulakización y el Holodomor), frente a la cual reacciona Stalin en 1936 volviendo a decretar su penalización, que permanecerá hasta los años 50.

La Alemania nazi reconoció el derecho al aborto en las "razas inferiores" (judíos, eslavos, gitanos) que poblaban las zonas de Europa llamadas a ser su "espacio vital". En las Conversaciones de sobremesa (Tischgespräche) de Hitler figuran comentarios como: "Pueden [los miembros de las ‘razas inferiores’] usar anticonceptivos o practicar el aborto, cuanto más mejor. Viendo las familias numerosas que suele tener esa gente, sólo puede convenirnos que las mujeres tengan allí [Polonia y Rusia ocupadas] cuantos más abortos mejor" (3). O bien: "Debe hacerse algo contra el rápido aumento de la población rusa; por ejemplo, mediante la extensión del uso de anticonceptivos y la promoción del aborto. Me gustaría acribillar personalmente a los idiotas funcionarios que intentan evitar esto" (4). El aborto siguió estando prohibido, en cambio, para las mujeres arias, si bien con excepciones para los casos de presumibles deficiencias físicas o mentales en el feto, conforme al espíritu eugenésico del régimen nazi, recogido hoy por nuestra regulación del aborto (que prevé un plazo más extenso —de 22 semanas— para estos casos).

Extraño "derecho" este, que les fue reconocido a los Untermenschen y esclavos del totalitarismo, pero no a los ciudadanos de los países libres. Si el aborto es progreso, las tiranías se habrían adelantado a las democracias en varias décadas.

2) Robert P. George, Patrick Lee y Christopher Tollefsen han explicado muy bien las razones por las que el cigoto (y, a fortiori, el embrión y el feto) debe ser ya considerado un ser humano. Posee el genoma característico de la especie Homo sapiens: es, pues, humano. Se trata de un organismo genéticamente distinto al de su padre y su madre, como puede comprobarse en sus 23 pares de cromosomas. Y es un organismo completo, aunque inmaduro. Es completo porque posee, codificada en sus genes, la programación necesaria para desarrollarse hasta el ser humano adulto: le basta para ello no ser destruido (5). Su sexo, color de pelo, ojos y piel, etc. quedan fijados desde la concepción: el individuo queda dotado de un "DNI genético" que acredita su singularidad.

Para poder deshumanizarlo y justificar su destrucción, los pro-aborto suelen argumentar que no basta la posesión del genoma humano para ser incluido moralmente en la especie. La condición de persona o sujeto de derechos debe, según ellos, ser atribuida, no en base a características genéticas, sino a la presencia de propiedades mentales como la autoconciencia o la autonomía. Es ser humano —en sentido moral y jurídico— quien es consciente de sí mismo, o es capaz de un mínimo de actividad cerebral (lo formulo con ambigüedad porque las versiones difieren: los pro-aborto no son capaces de ponerse de acuerdo en torno a las características mentales que confieren la condición de persona; los pro-vida, en cambio, somos unánimes en considerar que existe un nuevo ser humano desde el momento de la concepción).

Basar la condición humana exclusivamente en la dimensión mental supone una recaída en el viejo dualismo platónico; lo que realmente nos constituye como humanos no sería el cuerpo, sino la mente: somos primordialmente una conciencia que "habita" o se sirve de un cuerpo. O, como escribió Descartes: "¿Qué soy pues? Una cosa que piensa. […] Una cosa que duda, entiende, concibe, afirma, niega, quiere, no quiere y, también, imagina y siente" (6).

Pero lo cierto es que mente y cuerpo son indisociables, y que experimentamos al cuerpo como parte de nuestro "yo" (7). Cuando corro, mi vivencia no es "mi cuerpo me está transportando a otro sitio", sino "yo estoy corriendo". El hombre es una totalidad psicofísica; "mente" y "cuerpo" son abstracciones, pues en la práctica experimentamos ambos unitariamente (8). La mente no es una sustancia independiente "enganchada" transitoriamente al cuerpo, sino un conjunto de funciones superiores que el cuerpo será capaz de ejecutar a medida que se desarrolle. (Por cierto, esta concepción unitaria no es incompatible con la creencia cristiana en la vida eterna: el Credo habla de resurrección de la carne, y en los relatos evangélicos Cristo resucitado come con los apóstoles).

3) El dualismo ontológico de los pro-aborto (el ser humano como yuxtaposición de una sustancia física y otra mental) desemboca en un dualismo moral: la especie humana se dividiría en organismos privados de mente y organismos dotados de ella, y los primeros carecerían de dignidad y derechos. La categoría de los cuerpos (humanos) "desalmados" no incluye —o no debería incluir, si los pro-aborto fuesen coherentes— sólo a los embriones y fetos: un enfermo de Alzheimer, una persona en coma, un niño recién nacido, tampoco poseen facultades de reflexión o volición. Peter Singer fue coherente cuando, en la primera edición de su Ética práctica, reivindicó el derecho a eliminar al recién nacido —si se daban ciertas circunstancias— hasta unas semanas después del parto: si se puede matar a un feto en el octavo mes de gestación, ¿por qué no en el primer mes de vida extrauterina? Singer escribió: "Un recién nacido no es un ser autónomo, capaz de hacer elecciones, y por tanto matar a un recién nacido no es una violación del principio de respeto a la autonomía. En todo esto, el recién nacido ocupa la misma posición que el feto, y por tanto existen menos razones en contra de matar tanto a bebés como a fetos que en contra de matar a seres que son capaces de verse a sí mismos como entidades singulares que existen a través del tiempo [o sea, los humanos adultos o animales superiores como los simios: Singer fue el inspirador del ‘Proyecto Gran Simio’]" (9).

Lo cierto es que las capacidades mentales no están actualizadas a lo largo de toda la vida del sujeto: no fuimos seres pensantes o autónomos en la vida intrauterina, pero tampoco en los primeros años de la extrauterina, ni cuando estamos en coma o en el sueño profundo. Exigir las capacidades superiores en acto como requisito para gozar del derecho a la vida equivaldría a admitir que se puede matar a los comatosos, los durmientes o los niños de un año.

Cuando nos referimos a la conciencia o la autonomía como cualidades definitorias del ser humano es preciso distinguir, pues, entre "capacidades en acto" (inmediatamente ejercitables) y "capacidades latentes" (o, como prefieren George y Lee, "capacidades radicales") (10). Las primeras las poseen sólo los seres humanos adultos no afectados por patologías mentales mientras están en estado de vigilia. Las segundas las poseen todos los miembros de la especie, desde el momento de la concepción. Pertenecer a la especie humana implica poseer –como "capacidad radical"— conciencia y libertad. Implica también la actualización gradual de tales capacidades –a medida que madura el sujeto— y su suspensión durante el sueño y determinadas patologías.

4) El bando pro-aborto invoca el desarrollo gradual de las facultades mentales para privar del derecho a la vida a los seres humanos en los que tales facultades no han alcanzado cierto nivel. Judith Jarvis Thomson (11) propuso una comparación con el derecho de voto, que se adquiere a los 18 años porque se presupone que entonces se ha alcanzado la madurez intelectiva suficiente.

La comparación es falaz. Hay derechos que, por su propia naturaleza, dependen de la edad, el sexo u otras características accidentales. Pero el derecho a la vida no es un derecho más: en realidad, es el presupuesto para todos los demás; tener derecho a la vida es tener estatus moral en absoluto. Siendo la base de nuestros derechos, debe ir asociado a la base de lo que somos, a nuestra esencia (12). Nuestra esencia consiste en ser humanos, no en tener una determinada edad, grado de madurez, sexo o raza.

Occidente recorrió un largo y meritorio camino hacia la igualdad ante la ley, aboliendo las discriminaciones jurídicas basadas en el sexo o la raza (esa igualdad está siendo destruida con las nuevas leyes woke de affirmative action y asimetría penal, aunque ese no es ahora el tema). Pero, justo en el momento en que se superaban las discriminaciones basadas en el género o el color de piel, la legalización del aborto introdujo una nueva y más dramática —porque afecta al derecho a la vida— basada en el tamaño, la edad, el grado de desarrollo.

¿Carece un feto del derecho a la vida por ser pequeño? Un recién nacido también lo es.

¿Se le puede matar porque está situado en el útero? ¿Qué propiedades mágicas tiene el canal del parto (material biológico desechable mientras se está dentro, sujeto de derechos inviolables cuando se está fuera)?

¿Se le puede matar porque depende transitoriamente del organismo de su madre? ¿Podemos, entonces, matar también a otros humanos en situaciones de dependencia extrema (recién nacidos, paralíticos, comatosos, Alzheimer…)?

5) Hay teorías pro-aborto que reconocen —digamos "en abstracto"— el derecho a la vida del embrión y el feto, pero niegan que tenga derecho a recibir el sustento vital del cuerpo de la madre si ésta no desea concedérselo (de la misma forma que un enfermo renal no tiene derecho a exigir que alguien le done un riñón, incluso si su vida depende de ello). Si existieran úteros artificiales que permitieran el desarrollo de la criatura, ésta tendría derecho a ser transferida a uno de ellos. Pero en el estado actual de la tecnología, la expulsión del útero materno supondrá su muerte. No se trataría de homicidio intencional, sostienen tales autores (por ejemplo, Margaret O. Little) (13), sino de un daño colateral inevitable. La madre no puede ser obligada a prestar ayuda a su hijo contra su voluntad.

Pero la relación entre una madre y su hijo no es comparable a la de un enfermo renal con un eventual donante. Donar un riñón es dañar el propio organismo; gestar a un niño no supone daño físico para una madre sana, pues el embarazo no es una enfermedad. Por otra parte, la madre ha engendrado a su hijo: la concepción, salvo en caso de violación, es el resultado de su actividad sexual voluntaria. Entre ella y la criatura existe un vínculo biológico que tiene consecuencias morales: los padres tienen una responsabilidad especial respecto de sus hijos. Después del parto, esa responsabilidad requerirá también sacrificios de su parte, sin duda mayores que las pequeñas molestias del embarazo.

La concepción de la relación madre-hijo que subyace al abortismo es, como ha explicado O. Carter Snead, aberrante: "Disuelve la relación parental, atomiza y aísla a la madre y el niño, concibiéndolos como extraños enfrentados en un conflicto de suma cero", y atribuye a la mujer "el derecho a ejercer violencia letal para repeler a un intruso". Pero madre e hijo no son extraños enfrentados, sino dos seres en profunda simbiosis, "corporalmente ensamblados, de manera literal, el uno dentro de la otra, estrechamente interdependientes: dos vidas integradas e interrelacionadas hasta un grado que no se da en ninguna otra relación humana" (14).

6) El abortismo es woke en su forma de convertir al deseo en árbitro de la realidad: "mi deseo es la ley". Si el feto es deseado por su madre, es un sujeto de derechos cuya eliminación es severamente penada por el artículo 144 del Código Penal español ("El que produzca el aborto de una mujer, sin su consentimiento, será castigado con la pena de prisión de cuatro a ocho años e inhabilitación especial para ejercer cualquier profesión sanitaria"). Si no es deseado, es material biológico desechable, con menos derechos que las crías de ciertas especies animales protegidas.

El deseo subjetivo prevalece frente a la realidad objetiva. Lo importante no es lo que sea objetivamente el feto, sino lo que la mujer sienta en relación a él.

En realidad, la relación madre-hijo presupuesta por el abortismo se parece a la relación amo-esclavo (en los lugares y épocas históricas —no todos— en los que el amo tenía derecho de vida y muerte sobre el siervo).

Esta sacralización del deseo de maternidad como la única instancia digna de consideración en la problemática del aborto está llevando a la sociedad a extremos delirantes. Por ejemplo, en Francia ha cobrado carta de naturaleza la expresión "guardar al bebé [garder le bebé]" para referirse a la decisión de proseguir un embarazo: o sea, se presupone que el destino natural de la criatura sería ser abortada, salvo que su madre decida "guardarla". Las generaciones más recientes estarían compuestas, pues, por los "indultados" del aborto. Comenta Tugdual Derville: "Cada vez más, debemos nuestra existencia a la indulgencia explícita de nuestra madre. Se exige el consentimiento psico-afectivo como complemento al consentimiento fisiológico que ya ha prestado el cuerpo. […]. Se llega a afirmar, como ha hecho Israël Nissand, que, a diferencia de los animales, el ser humano necesita, para existir realmente como hombre, no sólo la fusión de los dos gametos parentales, sino también ‘la palabra de amor de una mujer’. Eso equivale a divinizar a la madre. ¡Como si el cuerpo del feto no cobrase auténtico valor humano más que en virtud de su deseo!"15.

7) Que el embrión no tenga todavía "forma humana" es moralmente irrelevante, dado que sí tiene la programación genética que certifica su pertenencia a la especie y la posesión –bajo la forma de "capacidades radicales"— de las cualidades definitorias del hombre. Pero es que, además, el embrión va a adquirir forma humana con una celeridad que debería resultar interpelante para los defensores del aborto. Basta acercarse a los manuales de embriología o las imágenes de la vida intrauterina en sus sucesivos estadios para descubrir qué asombrosamente rápido es el desarrollo embrionario. El protocorazón del embrión empieza a latir entre 18 y 24 días después de la concepción (16). A los 35 días están tomando forma boca, oídos y nariz. A los 40 días han sido registradas ondas cerebrales. A las siete semanas, el no nacido responde a estímulos. A las ocho, las manos y pies están formados, se están desarrollando las huellas digitales, y aparecen sensores nerviosos del dolor (aunque aún no está maduro el sistema nervioso central). A las nueve, se están formando las uñas y el embrión se chupa a veces el pulgar. A las doce, el nasciturus da patadas (aunque su madre no pueda sentirlas aún), agita los dedos de los pies, cierra el puño, abre y cierra la boca, frunce el ceño (17). En todas estas fases de desarrollo –hasta las catorce semanas— el nasciturus puede ser eliminado por simple voluntad de la mujer, según la ley española actual.

8) Una posición abortista "moderada" entiende que el aborto es un mal, pero un mal inevitable, pues siempre habrá mujeres que lo intenten. Por tanto, debería combatirse el aborto, no prohibiéndolo, sino ofreciendo generosas ayudas sociales a las embarazadas, "para que nadie se vea en la necesidad de hacerlo". Es la noción de "aborto legal y seguro, pero infrecuente", famosamente defendida por Bill Clinton o Isabel Díaz Ayuso.

Pero la experiencia internacional demuestra que, allí donde el aborto es legal, en ningún caso se mantiene en niveles infrecuentes, por cuantiosos que sean los subsidios ofrecidos a las embarazadas. No, no se aborta por pobreza o por deficiencias de las políticas sociales: en los países nórdicos –con gasto social enorme y niveles de renta entre los más altos del mundo–, la tasa de aborto oscila entre los 15 y los 20 por cada mil mujeres y año (en España fue de 8,2 en 2021) (18). Por otra parte, incluso la mujer en situación económica apuradísima dispone de la posibilidad de entregar a su hijo en adopción.

La inevitabilidad del aborto es un mito abortista. En los años 60 y 70, antes de la legalización, los activistas esgrimían unas cifras enormes de abortos clandestinos y de supuestas muertes en ellos. Esas cifras estaban fradulentamente manipuladas al alza, como han reconocido después muchos de los que las utilizaban (19). La penalización o despenalización tiene una enorme incidencia en el número efectivo de abortos: en EEUU, la cifra anual de abortos oscilaba en torno a los 100.000 antes de la sentencia "Roe vs. Wade" de 1973; tras la legalización, subió en pocos años a 1’5 millones anuales (20). En Francia se ha estimado que la cifra de abortos clandestinos antes de la legalización de 1975 giraba en torno a los 60.000 anuales; tras la "ley Veil", ascendió a los 220.000 anuales aproximadamente, manteniéndose estable desde entonces (21).

La ilegalidad del aborto disuade a un contingente enorme de abortadoras potenciales; además, la ley tiene un efecto pedagógico (22): en las sociedades en las que el aborto es legal, tiende a crecer el porcentaje de personas que consideran dicha práctica moralmente admisible, y viceversa (23). En Polonia, la introducción de una ley de supuestos muy restrictiva en 1993 consiguió hacer descender el número anual de abortos desde más de 100.000 en los años 80 a menos de mil (24). Cuando se aprobó la nueva ley polaca, los pro-aborto advirtieron que se producirían muchas muertes de mujeres en abortos clandestinos; sin embargo, el número de muertes anuales en embarazo, parto y post-parto bajó desde ochenta en 1991 a diez en 2010. Se dijo que aumentaría enormemente el número de neonaticidios y abandonos de recién nacidos: pero también la cifra descendió (desde 59 en 1992 a cinco en 2011) (25).


1 Cf. James C. Mohr, Abortion in America: The Origins and Evolution of National Policy, Oxford University Press, Oxford, 1978, pp. 35–36; Vasu Murti, The Liberal Case Against Abortion, R.A.G.E. Media, 2006, pp. 7-8.

2 "La nueva Ley de Familia (1918) reconoció el matrimonio civil, el divorcio, el aborto y la legitimidad de los hijos nacidos fuera del matrimonio. […] A mediados de la década de 1920 había [en Rusia] 55 abortos por cada 100 nacimientos" (Mira Milosevich, Breve historia de la Revolución rusa, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2017, p. 135).

3 Citado en Leon Poliakov, Harvest of Hate: The Nazi Program for the Destruction of the Jews of Europe, Syracuse U.P., 1954, p. 273.

4 Henry Picker (ed.), Hitlers Tischgespräche im Führerhauptquartier, 1941-42, Athenäum Verlag, Bonn, 1951, p. 20.

5 "Su crecimiento y desarrollo están impulsados desde su propio interior. Contiene en sí mismo la "programación genética" y las características epigenéticas necesarias para dirigir su propio progreso biológico. Posee la capacidad activa para su autodesarrollo hacia la madurez, simplemente utilizando la información que ya posee" (Robert P. George – Christopher Tollefsen, Embryo: A Defense of Human Life, Witherspoon Institute, Princeton, 2011, p. 41).

6 René Descartes, Meditaciones metafísicas, II.

7 "La entidad que es denotada por la palabra "yo" (a saber, el sujeto de los actos conscientes, intelectuales) es idéntica con el organismo físico que es sujeto de actos corporales como ver o sentir. Por tanto, la entidad que soy […] es un organismo físico, que también está dotado de ciertas capacidades no físicas. Por tanto, como ustedes y yo somos esencialmente organismos físicos, llegamos a la existencia en el momento en que tales organismos físicos llegaron a la existencia [o sea, en la concepción]" (Patrick Lee – Robert P. George, "The Wrong of Abortion", en Andrew I. Cohen – Christopher Heath Wellman (eds.), Contemporay Debates in Applied Ethics, Blackwell, Oxford, 2005, p. 16).

8 ""Espíritu o persona" y "cuerpo humano" son constructos filosóficos, ninguno de los cuales da cuenta satisfactoriamente del yo unificado que intenta explicarse su propia realidad" (John Finnis – Joseph Boyle – Germain Grisez, Nuclear Deterrence, Morality and Realism, Clarendon, Oxford, 1987, p. 309).

9 Peter Singer, Practical Ethics, Cambridge University Press, 1980, p. 152.

10 "Los embriones y fetos también poseen, aunque sea en forma radical, una capacidad o potencialidad para tales funciones mentales: la poseen en virtud del tipo del tipo de entidad que son [seres humanos, o sea, animales racionales]. […] Por supuesto, los embriones y fetos no pueden ejercitar inmediatamente esas capacidades. Pero están relacionados con tales capacidades en una forma distinta a la que lo está, por ejemplo, un embrión de perro o de gato. Pertenecen a un tipo de entidades –la especie humana- que, salvo que se lo impidan circunstancias extrínsecas, se desarrollan en virtud de un dinamismo interno hasta alcanzar el punto en que esas capacidades inicialmente poseídas sólo en forma radical se convierten en capacidades inmediatamente ejercitables" (Patrick Lee – Robert P. George, "The Wrong of Abortion", cit., pp. 17-18).

11 "Si se deja a los niños desarrollarse normalmente, llegarán a tener [cuando crezcan] derecho de voto; pero eso no significa que posean ahora derecho de voto" (Judith Jarvis Thomson, "Abortion", Boston Review (Summer 1995) [http://www.bostonreview.net/BR20.3/thomson.html]).

12 "Tener derecho a la vida es tener estatus moral en absoluto [To have the right to life is to have moral status at all]; tener derecho a la vida es ser el tipo de entidad que puede tener derechos. […] Tener estatus moral en absoluto –a diferencia de tener derecho a hacer cosas específicas en situaciones específicas- se sigue del hecho de que una entidad es determinado tipo de cosa (o entidad sustancial). Por tanto, el derecho a la vida no se posee o deja de poseer en virtud del lugar o la ubicación [vivir en tal o cual país, o dentro o fuera del útero], ni en virtud de alguna cualidad, capacidad, habilidad o disposición adquiridas. Más bien, ese derecho pertenece al ser humano durante toda su existencia, no durante partes de la misma, o en ciertas circunstancias, o en virtud de atributos adicionales, accidentales" (Patrick Lee – Robert P. George, "The Wrong of Abortion", cit., p. 17).

13 Margaret Olivia Little, "Abortion, intimacy, and the duty to gestate", Ethical Theory and Moral Practice, 2, 1999, pp. 295-312.

14 O. Carter Snead, "Inhuman Nature: The false anthropology of Roe", National Review, Vol. LXXVIII, n. 22, 29 Noviembre 2021, p. 32.

15 Tugdual Derville, Le temps de l’homme: Pour une révolution de l’écologie humaine, Plon, París, 2016, p. 43.

16 Cf. Brian Clowes, The Facts of Life, Human Life International, Front Royal, 2001.

17 Vid. bibliografía en Randy Alcorn, ProLife Answers to ProChoice Arguments, Multnomah Books, Sisters (Or.), 2000, p. 65 ss.

18 https://www.nationmaster.com/country-info/stats/People/Abortion/Abortion-rate

19 Por ejemplo, el movimiento abortista norteamericano hablaba en los años 60 de "10.000 muertes anuales" por aborto clandestino. En realidad, las estadísticas sanitarias americanas prueban que el número de muertes anuales por aborto osciló en los años 60 entre 90 y 150. Cf. Bernard Nathanson, Aborting America: The Case Against Abortion, Doubleday, Nueva York, 1979, p. 193. El doctor Nathanson, abortista arrepentido, reconoce que se mintió descaradamente para arrancar la legalización del aborto: "Confieso que sabía que las cifras eran totalmente falsas, y supongo que los otros lo sabían también. […]. Pero, dada la moralidad de nuestra revolución, eran cifras que resultaban útiles, así que ¿por qué complicarse la vida con estadísticas honradas?" (B. Nathanson, Aborting America, cit., p. 193).

20 Vid. A. Socci, El genocidio censurado, Cristiandad, 2007, p. 108; cf. B. Nathanson, Aborting America, cit., pp. 40-41.

21 http://www.survivants.com/esppublic/chiffreivg.php3

22 "Hoy las leyes son consideradas la principal fuente moral de la sociedad. […] [C]on la desaparición de la moral compartida de la sociedad, se tiende a identificar lo que es legal con el bien" (Josep Miró i Ardèvol, El fin del bienestar… y algunas soluciones políticamente incorrectas, Ciudadela, Madrid, 2008, p. 155).

23 La gran excepción es EEUU, donde, a pesar de ser legal el aborto desde 1973, aumenta el porcentaje de población pro-vida, que es ya mayoritario: vid. "More Americans "Pro-Life" than "Pro-Choice" for First Time" [http://www.gallup.com/poll/118399/more-americans-pro-life-than-pro-choice-first-time.aspx].

24 Vid. "The Polish Way to the Right to Life Law" [http://www.prolife.com.pl/upload/how_the_low_protects_life.pdf].

25 Vid. "The Polish Way to the Right to Life Law" [http://www.prolife.com.pl/upload/how_the_low_protects_life.pdf].

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