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Juan Gutiérrez Alonso

Luchar inútilmente contra la inflación

Nuestros gobernantes nos han embarcado en la aventura de salvar el planeta y todo apunta a que habían decidido, sin preguntarnos, sacrificarnos.

Nuestros gobernantes nos han embarcado en la aventura de salvar el planeta y todo apunta a que habían decidido, sin preguntarnos, sacrificarnos.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la excanciller alemana, Angela Merkel. | EFE

El mundo no puede ser próspero sin energía abundante, segura en el suministro y barata. Ningún país puede ser tampoco soberano si depende energéticamente de otro. Sin energía suficiente, de producción inmediata y accesible, el nivel de bienestar alcanzado por nuestras sociedades se vería seriamente diezmado y las consecuencias políticas, económicas y sociales son entonces impredecibles.

Nuestros gobernantes nos han embarcado desde hace tiempo en la aventura de salvar el planeta y todo apunta a que habían decidido, sin preguntarnos y sin explicarlo debidamente, sacrificarnos. En el sentido más amplio de la expresión. Y lo estaban haciendo mediante la intervención de las fuentes de producción de energía y una intensa planificación para hacer de nuestras sociedades lugares menos prósperos, donde el acceso a bienes y servicios se fuera complicando o encareciendo. En paralelo, con la lucidez que les caracteriza, los regímenes de Pekín y Moscú, y otros asimilables en mayor o menor medida, se han convertido en los acreedores de la economía global mediante la asunción de deuda y la producción de todo aquello que nosotros hemos dejado de producir nosotros, incluidos los hidrocarburos.

Al socialismo esto no le importa demasiado porque ya sabemos que su mercancía ideológica está escacharrada y su visión del mundo en general es completamente equivocada. Igual hasta ven aquí una oportunidad para, como siempre, producir miseria y personas dependientes. Es decir, el sueño de poblaciones enteras sacrificadas por un engaño o una quimera, dispuestos además a aplaudir y abrazar a la dirigencia del sofisma allá por donde pase porque sus necesidades condicionan todo lo demás, incluso su dignidad.

Pero a quienes defendemos el capitalismo, la racionalidad y las libertades políticas y civiles de los ciudadanos frente a todo tipo de concentración de poder, esto no debe darnos igual y se nos exige un análisis racional de las cosas y también la denuncia pública. Así, sabiendo, como sabemos, que sin energía suficiente, constante y barata no hay mercado posible que pueda funcionar y que por tanto la consecuencia lógica es un colapso, caos y la aparición, antes o después, de un régimen político de corte tiránico, urge advertir a los ciudadanos del riesgo que corren y corremos todos.

Ignoramos si en Bruselas, Frankfurt, Berlín o París sabían lo que vemos que sí saben en Moscú y Pekín, pero si nuestros planificadores y aventureros energéticos se están dando por notificados ahora y aun así se emplean en la dirección contraria a los intereses de los ciudadanos, no queda más remedio que advertir a todos del peligro que corremos, imputable desde luego a esta tendencia suicida que parte del abrazo ideológico alemán y la anglosfera en general a la cultura radical Go Green, o como queramos llamarlo.

De repente una guerra y una inflación desbocada. Todos conocemos los precedentes. Ahora la subida de tipos de interés se encamina a provocar y monitorizar una desaceleración económica, es decir, una recesión, porque los mandamases han entendido a Putin y que el arte de la negociación no funciona con la megamáquina postsoviética. La instantánea es, en efecto, el mundo libre en manos de China como acreedor de la economía global y Rusia como patrono energético, ¿qué podía salir mal? Conservo un gif de Angela Merkel soplando erráticamente un molinillo de viento en papel en mi teléfono. Lo considero tan ilustrativo, ¿para qué más explicaciones? Hace una década me costó no pocos rifirrafes y acalorados debates con mis amigos alemanes cada vez que les decía que esta señora era una desgracia y que estaba conduciendo Europa a otra calamidad. No sé si seguirán siendo amigos, pero bueno, igual ahora hasta me entienden mejor.

Volviendo a la inflación. Recordar que se explica normalmente por los errores de juicio acerca de las consecuencias de las medidas adoptadas por los gobernantes; errores que, al menos en principio, pueden ser corregidos mediante un mejor conocimiento de la ciencia económica, nos enseñó Milton Friedman, que siguiendo el símil médico, se preguntó por la causa de la enfermedad, por el remedio, si es que lo tiene, por los efectos secundarios que el tratamiento puede tener y, por último, por los escenarios posibles si se deja al mal seguir su curso, no vaya a ser que los remedios sean peores que la enfermedad.

Y en esto estamos precisamente. No todos han comprendido que, a diferencia de, por ejemplo, Estados Unidos, nuestra inflación se debe, por un lado, al incremento de moneda en circulación, muy superior a la producción, por lo que el Banco Central debe intervenir en este extremo y de paso hacerle un favor a los deprimidos bancos, que ya no sabían qué hacer para exprimir a los clientes. Pero también a las sanciones económicas impuestas al patrón energético de nuestras economías europeas, como decíamos antes. El desorden que se ha provocado es tal que alguien debería pensar que, si no se está dispuesto a afrontar una guerra convencional contra el régimen de Putin, igual lo aconsejable es reconocer nuestro fracaso abiertamente y emprender la retirada, porque las consecuencias de no hacerlo pueden ser catastróficas, es decir, esos efectos secundarios que referíamos antes.

Mientras estaba escribiendo este texto leí que el Gobierno promueve acuerdos con distribuidores de alimentos para "topar" el precio de una cesta y claro, me he acordado de mi paso por Bolivia y Venezuela. Cuando uno lee estas cosas se le quitan las ganas de seguir escribiendo, es realmente desolador. Además, por la ventana acabo de ver a varios funcionarios que se desplazan en bicicleta eléctrica a sus puestos de trabajo mientras campesinos y obreros, productores en general, viven angustiados porque no les llega para el diésel o porque los costes de todo tipo cada vez hacen más difícil su tarea. Son los mismos que, con sus impuestos, están también financiando la compra de costosos vehículos eléctricos a clases acomodadas y pudientes. Cosas de la "transición energética" y los sacrificios que exige el nuevo socialismo a las clases menos pudientes y más vulnerables.

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