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Cristina Losada

Por qué las feministas de Montero no apoyan a las mujeres de Irán

Las puritanas, intrusivas e inquisitoriales feministas de Montero son nuestros clérigos. Son, 'mutatis mutandis', nuestros ayatolás. 

Las puritanas, intrusivas e inquisitoriales feministas de Montero son nuestros clérigos. Son, 'mutatis mutandis', nuestros ayatolás. 
C.Jordá

El silencio habla. Vayamos, para verlo, a Madrid. Mientras un centenar de personas se manifestaban allí delante de la embajada de Irán para condenar la muerte de Mahsa Amini y respaldar a quienes reclaman derechos para las mujeres en aquel país, el Ministerio de Igualdad anunciaba en su cuenta de Twitter que había abierto un "punto violeta" en TikTok y… nada más. Ni una palabra sobre las mujeres que, en Irán, estaban quemando velos y cortándose el pelo en protesta por la muerte de Amini y hacían frente a la represión del régimen de los ayatolás para pedir igualdad.

No fue un silencio de unas horas ni de un día. El Ministerio de Igualdad mantuvo un espeso silencio sobre la muerte de la joven detenida por la Policía de la Moral, y acerca de la mayor rebelión que se ha desencadenado bajo la teocracia iraní en contra de la imposición de normas de vestir a las mujeres y su degradación a ciudadanas de segunda. No hablamos de un ministerio cualquiera. Hablamos del ministerio de Igualdad del Gobierno que presume de ser el más feminista de la Historia.

La pequeña manifestación en Madrid la habían convocado varias asociaciones de mujeres relacionadas con el mundo de la cultura, y ninguna de las popes del feminismo ministerial se hizo eco. No solamente porque la iniciativa no era suya. Es que la opresión de las mujeres en Irán no está en su radar. No se identifican con la causa. Y no por la relativa lejanía geográfica, sino por la lejanía política. El impulso en favor de la igualdad que mueve a los manifestantes iraníes, y tanto a las mujeres como a los hombres que están en las protestas, se halla fuera de las coordenadas dogmáticas del feminismo que cultivan Irene Montero y sus colaboradoras.

Identificar hoy al feminismo dominante en los países avanzados con la igualdad de derechos es equivocarse de época. Las corrientes feministas que prevalecen en estos países, cuando hablan de igualdad, hablan de otra cosa. Entre aquella causa de la igualdad y las doctrinas de las nuevas sacerdotisas del feminismo se ha abierto un abismo infranqueable. No hay relación ni comunicación posible. Son universos paralelos. Ese cisma y ese antagonismo se ha manifestado pocas veces con tanta claridad como a raíz de esta oleada de protestas en Irán.

Mahsa Amini murió el 16 de septiembre en las dependencias de un cuerpo policial —la Policía de la Moral— que se dedica a arrestar, arrastrar, golpear y "reeducar" a las mujeres iraníes que no llevan velo o lo llevan mal puesto y que no cumplen adecuadamente alguna de las otras reglas sobre cómo han de vestir en público. El 17 de septiembre fue su funeral, y las protestas estallaron enseguida gracias a que la noticia de la muerte se publicó en un diario iraní. La periodista que firmaba la información fue detenida y se encuentra en confinamiento solitario en una cárcel.

Las manifestaciones de protesta en Irán aparecieron desde el primer momento en medios de comunicación de todo el mundo, pero el Gobierno más feminista del planeta iba a tardar en dignarse a realizar algún pronunciamiento. El presidente Sánchez no quiso opinar cuando le preguntaron el día 22, pues sólo había visto algo "en redes sociales", pero tampoco tuvo tiempo para enterarse hasta seis días después. Y entonces, en una declaración, dejó sentado que "España es un país feminista" y se las arregló para relacionar lo que ocurría en Irán con la violencia de género.

Su ministra de Igualdad había roto el silencio unos días antes, con un mensaje en su cuenta de Twitter, motivado, seguramente, por un comunicado de ONU Mujeres sobre los hechos. Pero lo esencial no era el apático respaldo que mostraba "a las mujeres que participan en las protestas en Irán", sino la enfática y vacía declaración de que "el feminismo está al frente en las luchas por la democracia". Su Ministerio no se molestó en difundir el parco mensaje de la titular de la cartera. Para qué. Su agenda política va por otros derroteros.

Había, para el ministerio de Igualdad, asuntos y urgencias más importantes que el apoyo a las mujeres iraníes. En esos días, las actividades de Igualdad se centraban en promover la figura del "hombre blandengue" y una "masculinidad más sana"; en anunciar unas jornadas sobre "una nueva generación de derechos sexuales y reproductivos"; en la puesta en marcha del Punto Violeta en TikTok y en celebrar el Día internacional de la Visibilidad Bisexual.

Las valerosas acciones en pro de la igualdad que se desarrollaban en Irán, encabezadas por mujeres, no tenían hueco en su agenda. Pero la Igualdad del Ministerio y la igualdad a la que aspiran las mujeres iraníes no son la misma cosa. No tienen, en puridad, nada que ver. Sabemos con certeza qué son la igualdad de derechos y la igualdad ante la ley. Pero sobre la igualdad del Ministerio de ese nombre no sabemos nada con seguridad, y lo que sabemos es que no va de igualdad. El feminismo en el que militan Montero y sus colaboradoras procede de doctrinas que se pierden en la espesura de la posmoderna impostura intelectual.

Perdido el contacto con la realidad, la bandera del feminismo se utiliza para intervenir en la política y en la sociedad de forma intrusiva, divisiva e inquisitorial. La criminalización del hombre, por ser hombre, es una de sus inclinaciones más ostensibles, igual que la victimización de la mujer. Los excesos del Me Too como tribunal paralelo para perseguir a hombres famosos acusados de algún tipo de abuso o acoso a mujeres, no importa cuántos años atrás, hicieron visible el fin de la época de la igualdad y el principio de la época de la revancha, donde hombres y mujeres forman en bandos enfrentados y opuestos. En este delirio, el hombre es culpable mientras no se demuestre lo contrario, y ha de ser castigado y reeducado. Más aún, debe probar el éxito de su reeducación, despojándose de su "masculinidad tóxica" y declarándose, quizá, "hombre blandengue", como promueve el ministerio de Igualdad.

Cuando los talibanes tomaron de nuevo el poder en Afganistán, por la salida de las tropas norteamericanas ordenada por Biden, y le preguntaron a Irene Montero por la suerte de las mujeres afganas, su respuesta fue significativa. Lo fue porque minimizó el sometimiento de las mujeres bajo regímenes como el talibán al decir que no había que distinguir entre distintas "culturas", dijo que en todas partes ejercía su maligno poder el patriarcado y fue enseguida a su único interés: donde las mujeres sufren violencias de todo tipo es, insistió, en países como España. Para estas nuevas sacerdotisas del feminismo, la "cultura de la violación" está instalada en todas las sociedades sin excepción, y sobre todo en la nuestra. No importa cuál sea el grado de opresión de las mujeres en otras "culturas". Ven en Occidente, justo donde la igualdad de derechos existe, el lugar donde anida el Mal, con mayúscula.

Tiene cierta lógica, en el fondo, que a las feministas de Montero no les despierten gran interés las protestas que lideran las mujeres iraníes contra la teocracia de los clérigos. A fin de cuentas, las iraníes quieren derechos, igualdad y libertad, mientras que las doctrinas y la práctica de las feministas de Montero flotan en otra dimensión. Y cuando aterrizan, están en el dogmatismo y el puritanismo. Están en modelar a las mujeres a su imagen y semejanza. Están en imponerles qué han de pensar, cómo han de conducirse, qué han de estudiar o cómo deben mantener relaciones. Su intrusión llega hasta las cuestiones más personales e íntimas. No quieren mujeres con autonomía. Quieren mujeres tuteladas. Quieren a las mujeres bajo su control. Todo esto se traduce en una analogía. Las puritanas, intrusivas e inquisitoriales feministas de Montero son nuestros clérigos. Son, mutatis mutandis, nuestros ayatolás.

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