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Enrique Navarro

China busca soltar lastre de Rusia

Resulta evidente el creciente interés de China por un retorno a las fronteras anteriores al 24 de febrero.

Resulta evidente el creciente interés de China por un retorno a las fronteras anteriores al 24 de febrero.
El presidente chino, Xi Jinping, recibe a su homólogo Vladimir Putin, antes de mantener un encuentro, el 4 de febrero de 2022. | Europa Press/Kremlin/dpa

Comprender China quizás sea el esfuerzo intelectual más complejo que se puede acometer en el análisis de la geoestrategia. En lo único que coincidiríamos todos es en que se trata de un país gobernado por un partido, una élite endogámica en la que los puestos de los órganos de gestión política y administrativa se heredan y que se dicen comunistas, que no significa otra cosa que el control por el Partido Comunista Chino de los derechos y obligaciones, de la educación y la cultura, en definitiva, el estado se fundamenta en el férreo control de la sociedad a través de la inexistencia de derechos políticos o individuales. Entre el partido y los empresarios surgidos alrededor de este contubernio reina un capitalismo salvaje donde no existen restricciones a las operaciones inmobiliarias, ni financieras, ni medio ambientales.

Detrás de este régimen se esconde un secreto que ha permanecido perenne a lo largo de la historia. El convencimiento de los dirigentes de que su tamaño y heterogeneidad, así como la extensión y diversidad, demandan una política activa de distracción social con el fin de mantener el país en paz, que es el estado que en el fondo ambicionan los chinos. Resulta muy llamativo el contraste entre una economía pujante y liberal y las restricciones de derechos, que por mucho que nos cuenten, son un pesado hándicap para un desarrollo económico y sostenible. Que China coma todos los días y su crecimiento no se detenga son condiciones imprescindibles para asegurar la supervivencia de la República Comunista, y a todos estos fines se dirige toda su acción política.

Es importante comprender este punto de partida para analizar las actitudes en política internacional de China y en particular su relación con la Rusia de Vladimir Putin.

El gigante económico asiático depende en gran medida de su comercio exterior para financiar su economía, de hecho su superávit comercial oscila alrededor del 4% del PIB, es decir unos 600.000 millones de dólares. Sin duda esta fortaleza tiene un impacto enorme en los mercados financieros, de deuda y monetarios mundiales, pero lo relevante es analizar quiénes son sus socios principales. El 17,5% de sus exportaciones van a Estados Unidos y el 10,5% salen por Hong Kong hacia Occidente, es decir, el 90% de sus exportaciones se dirigen hacia el mundo liberal y democrático, mientras que Rusia no supone ni el 2% de su mercado exterior. Lo mismo ocurre con sus importaciones, lo que nos induce a pensar que China debe adoptar posiciones diplomáticas que no pongan en peligro esta realidad de la que depende su supervivencia.

Otro punto a considerar es su menor dependencia exterior y su mayor dependencia del consumo privado. En 2005, sus exportaciones suponían el 35% del PIB y sus importaciones el 29%; en 2019, antes del Covid, las exportaciones se habían reducido al 17% del PIB y las importaciones al 14%. Es decir, la mitad. Con un consumo público muy bajo, con una presión fiscal que es menor de la mitad de la europea y con un PIB per cápita de 10.500 dólares, se antoja muy difícil que China pueda mantener altas tasas de crecimiento sobre un modelo autoritario y con un sistema financiero totalmente deficiente.

Otro aspecto a analizar con carácter previo es su posicionamiento geoestratégico; es decir cuál es la ambición política y económica de China con el resto del mundo y en particular frente a Estados Unidos.

La apuesta de Beijing por una defensa estratégica es muy reciente, no tiene más de quince años; hasta ese momento las fuerzas armadas chinas dependían de la tecnología rusa y apenas disponían de material moderno, encontrándose a una distancia sideral de Estados Unidos. Desde entonces se ha realizado un esfuerzo enorme en nuevos aviones de combate, portaviones, submarinos nucleares... En definitiva, China es ahora mismo el líder militar del continente con una destacada superioridad sobre el resto de países. Recientemente se ha dotado de algunos misiles DF-41 de alcance intercontinental, pero su arsenal nuclear, según todas las estimaciones, se cifra en unas doscientas cabezas nucleares. En cualquier caso, su entidad es insuficiente para enfrentarse a Estados Unidos e incluso a la alianza de países occidentales en Asia. Es posible que en unos treinta años alcance el nivel actual de Estados Unidos, pero suponemos que antes de que esto ocurra, Washington ya habrá tomado nota.

Los intereses estratégicos de China en el mundo pasan por abastecerse de las materias primas que necesita su economía, mantener la cohesión territorial y su liderazgo en el continente, y liderar la economía mundial con su enorme superávit. Sin embargo, a diferencia de Putin, carece de una ambición estratégica de corte político. China no aspira a exportar su modelo ni tiene ansias expansionistas. De hecho, a China le sobran terreno y habitantes. La recuperación de Taiwán es un objetivo político, el éxito de la democracia en la población china en la isla es una amenaza enorme para Beijing y por eso es tan importante recuperarla. Esta es otra clave importante para comprender el escenario ante el que nos encontramos.

China además reconoce que su economía padece fuertes debilidades, el sistema financiero asociado al boom inmobiliario podría estallar en cualquier momento y con unas consecuencias impredecibles; cada vez depende más del consumo interno y menos del sector exterior, lo que tiene mucho que ver con hábitos de consumo y de producción diferentes que son menos expansionistas. Es decir, en un modelo autoritario que carece de emprendedores, el sostenimiento de un crecimiento cercano al 10% anual se antoja imposible. Este es otro riesgo añadido que debemos considerar. Decía Napoleón que si China despertase el mundo temblaría, yo suelo decir lo contrario, que cuando China se duerma el mundo temblará, pero lo cierto es que las perspectivas económicas a medio plazo apuntan más a un colapso que a un sostenido crecimiento económico.

Para comprender la diplomacia china, hay que fijarse en los más mínimos detalles, y lo cierto es que desde el encuentro previo al conflicto, el pasado cuatro de febrero en Beijing, durante la ceremonia de inauguración de los juegos olímpicos de invierno, en el que las partes declararon que " la amistad entre los dos estados no tiene límites" hasta la abstención del otro día en el Consejo de Seguridad, la evolución ha sido de un lento pero continuo distanciamiento.

Las sanciones económicas contra Rusia de Occidente son una importante llamada de atención, dada la extraordinaria dependencia china de esta parte del mundo libre para mantener su economía. Más allá de beneficiarse de Rusia adquiriendo petróleo y en menor medida gas a precios reducidos y de aprovechar para situar el Yuan como moneda de referencia en Rusia, lo cierto es que China, a diferencia de otros países como Irán o Corea del Norte, no ha hecho nada por apoyar a Rusia, a pesar de la creciente presión desde el Kremlin.

China ha manifestado en sus sucesivos encuentros y comunicaciones con Rusia su interés en cambiar el orden mundial dominado por Estados Unidos por uno "más justo y democrático", pero no ha avanzado nada de cómo ambos países iban a proceder en dicho objetivo común. El problema es que si esa ambición apadrina una invasión y la anexión ilegal de un territorio, perderá legitimidad y sobre todo capacidad de atracción, y por ello Beijing se muestra tan recelosa en mostrar un apoyo más allá del deseo de paz.

En la llamada del quince de Junio, China afirmaba que trabajaría para que Rusia "cumpliese con sus responsabilidades como un país importante que debe jugar un importante papel en la esfera internacional". Es decir, reconocía que Rusia se había alejado del papel que le correspondía y que sería China quien la devolvería al redil.

La portavoz del gobierno chino declaraba hace unos días, a preguntas sobre la anexión ilegal de las cuatro regiones ucranianas, que la posición china era muy clara: "Todos los países merecen el respeto a su soberanía e integridad territorial, las resoluciones de Naciones Unidas deben cumplirse y las legítimas ambiciones de seguridad de todos los países deben ser tomadas en serio". Una posición demasiado clara contra Rusia.

Si el 25 de febrero, China se abstenía de condenar la invasión en el Consejo de Seguridad, unos días después, el primero de marzo, los ministros de asuntos exteriores de Ucrania y China mantuvieron una conversación telefónica. China afirmó su preocupación por las víctimas civiles y se mostraba como mediador. Esto, que supone una equidistancia entre el agresor y el agredido, para Rusia es un abandono en toda regla.

El 15 de marzo, el embajador chino en los Estados Unidos, Qin Gang, escribió en el Washington Post que: "el conflicto entre Rusia y Ucrania no es bueno para China; la soberanía y la integridad territorial de todos los países, incluida la de Ucrania, debe ser respetada".

Finalmente, un nuevo golpe se ha unido a los anteriores con la propuesta de resolución vetada por Rusia de condena de la anexión ilegal. China e India se abstuvieron, no porque de alguna forma se muestran conformes con la agresión, sino porque estratégicamente no pueden alinearse con Estados Unidos. En estas circunstancias no podemos esperar nada más de China, pero la conclusión es que Rusia necesitaba el apoyo de China como el comer, y a día de hoy no solo no lo tiene, sino que además resulta evidente el creciente interés de China por un retorno a las fronteras anteriores al 24 de febrero.

Hace cien años, China era un gran mapa de señores de la guerra, algo no muy diferente de lo que es Afganistán, las diferencia y los nacionalismos se acentuaban y fue la victoria de uno de esos señores de la guerra en cierta forma, el Kuomintang, el que creó la China actual en los años veinte, pero sin haber conseguido una auténtica nación. China de ninguna manera puede reconocer que por la fuerza se pueda alterar la integridad territorial de los estados, porque el primer perjudicado sería Beijing. No solo daría legitimidad a Taiwán, sino a las aspiraciones de Hong Kong, el Turquestán oriental, Manchukuo, Mongolia Interior y el Tíbet, que engloban una población de doscientos millones de personas.

Cada semana que pasa y a la vista de los acontecimientos militares en Ucrania, el distanciamiento de Beijing es cada vez más evidente. Si en un principio podría ser una oportunidad para debilitar a Occidente, la consecuencia más relevante de la invasión ha sido el resurgir de la OTAN y de la Unión Europea como baluartes de los principios occidentales y de la seguridad en Europa.

Esta cercanía, no obstante, le está suponiendo a China muchos problemas añadidos. El fundamental, la tendencia de las industrias occidentales a buscar otras fuentes de suministro e incluso a repatriar muchas de las capacidades tecnológicas que por razones de coste se ubicaron en China en las últimas décadas. Si e a ello su unen los problemas de logística en China, los efectos del Covid y ahora de la sequía, Beijing podría estar cerca de un colapso que sería lo último que querría encontrarse el gobierno chino, por sus implicaciones económicas y sobre todo políticas.

China necesita con urgencia restaurar la confianza de Occidente; de nada le sirven las ambiciones en el Mar de China y sobre Taiwán porque no existe el nacionalismo chino que se pueda arropar de la bandera ante un conflicto. En cierta manera parece que China se ha pasado de frenada y ahora se encuentra con un Occidente más determinado a defenderse y en particular a preservar la libertad en Taiwán y con un gasto en defensa que será inabordable para China, Rusia o India. Putin ha despertado al verdadero gigante dormido y ahora todos tienen miedo de su respuesta.

Si observamos el lanzamiento de esta semana de misiles estratégicos sobre Japón sin previo aviso, que supone la mayor amenaza que ha vivido Occidente desde 1945 y la respuesta aliada, notamos un punto de inflexión. La respuesta inmediata de Estados Unidos y Corea del Sur lanzando misiles balísticos y realizando un simulacro de ataque muestran lo mucho que ha cambiado el escenario.

Lo cierto es que estamos al borde de un colapso nuclear, mucho más cercano que en 1962, cuando los americanos construían sus refugios nucleares ante la proximidad de un ataque soviético. Por primera vez en la historia, el mundo está muy cerca del apocalipsis y además no nos resulta remoto sino que son muchos gobiernos lo que lo ven como posibilidad que no debemos descartar.

Sin embargo, esta tensión también resulta tremendamente perjudicial para China. Estados Unidos ha tomado conciencia de que la amenaza nuclear es real y que si bien confía en que los grandes estados por su enorme arsenal se cuidarán mucho de iniciar una guerra, los pequeños estados como Corea del Norte, Pakistán e Irán son amenazas mucho más peligrosas y resulta urgente acabar con esta capacidad. Debemos tener claro que si Putin lanza una primera bomba, aunque sea táctica, no será la última y muchos estados se abonarán al club de los que usarán la bomba nuclear para sus grandes intereses estratégicos: Israel, India o Corea del Sur. Un ataque nuclear de Rusia en cualquier parte llevaría de forma inmediata la destrucción de la capacidad militar de todas estas potencias aliadas de China o de Rusia.

China se encuentra en una encrucijada enorme, quizás la mayor de estos últimos cincuenta años. Su modelo económico basado en el mercado exterior gracias a sus bajos costes está agotado y cada vez depende más de su mercado interior y en particular del consumo privado. Su sector financiero está cerca del mayor colapso de la historia por el modelo de financiación de las millones de viviendas construidas en los últimos diez años, la mayoría sin habitantes. El gobierno chino, por mucho que recurra a la represión, no tiene capacidad para controlar a un país de 1.200 millones de habitantes, de manera que solo un cambio de modelo político le permitirá mantener unas tasas de crecimiento económico que proporcionen estabilidad social. Sin la reducción del peso del estado en la economía, China está llamada a sufrir una recesión sin precedentes.

La cerrazón de Putin negándose a reconocer los errores y llevando a Rusia a una derrota militar está poniendo en aprietos a Beijing, que no quiere quedar como aliado del derrotado. La anexión de cuatro regiones, cuando tuvieron meses para hacerlo, para satisfacer a una población que ya comienza a preguntarse abiertamente por qué han fracasado si eran el ejército más potente del mundo, frente a una banda de nazis sin disciplina y sin motivación, ha sido otro gran fracaso que complica y mucho la vida a China. La amenaza nuclear ha llevado a Occidente a considerar a China y su arsenal como una amenaza real y por tanto ya es un enemigo estratégico mundial con el que será difícil mantener relaciones económicas y comerciales.

En conclusión, es muy probable que si China no se desmarca pronto de Putin se vea abocada a una situación de tremenda inseguridad, caos económico y reacción política interna. Lo último que necesita el gobierno de China es mostrar debilidad y quizás esta sea la mejor baza que tenemos todos para que Rusia abandone el este de Ucrania y la paz vuelva a Europa.

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