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Enrique Navarro

Objetivo: Taiwán

Se incrementa la percepción de que esta vez la guerra sí es una opción. Este es el principal de los problemas que amenazan a Taiwán y a todo el mundo.

El presidente chino, Xi Jinping. | EFE

¿Se puede ser una gran potencia mundial cuando tu última invasión exitosa ha quedado en el olvido y has sufrido invasiones y colonizaciones de países mucho más pequeños? Y más, en lógica local, ¿se puede ser la primera potencia mundial cuando tienes un territorio rebelde en el que vive el 2% de la población, con una renta per cápita que la triplica y una democracia consolidada?

Estas son las preguntas que el recién ungido emperador Xi Jinping se debe hacer todas las noches cuando mira el mapa de su gran país y el de la pequeña Taiwán. En estas últimas semanas, también debe observar los gráficos de las perspectivas económicas, quizás las peores de los últimos cincuenta años: un colapso inmobiliario de una envergadura desconocida, un país que ha pasado de ser acreedor habitual del mundo a endeudarse, una economía que necesita mantener una población que envejece a un ritmo endiablado y una política comunista que coarta cualquier posibilidad de libertad y en consecuencia de sostenibilidad económica.

Rusia, con una tradición expansionista mucho más acusada y nunca conquistada por una potencia extranjera, le ha mostrado al líder chino cuál es el camino para mantenerse en el top de la política internacional, enfrentarse a las grandes potencias y ponerlas a sus pies con múltiples instrumentos como la intromisión en los sistemas electorales, financiando partidos antidemocráticos, con ciberataques continuos a las infraestructuras críticas y con constantes violaciones de derechos humanos al interior y exterior del país. Incluso, ante el fracaso monumental al que una vez más se encamina Rusia, Moscú seguirá siendo importante en el concierto de las naciones por su agresivo uso de los medios militares y nucleares, por su potencialidad energética y sobre todo por su clara predisposición imperialista.

China comenzó a principios de este siglo una expansión sin precedentes de su capacidad militar. De una total dependencia tecnológica de Moscú y con unas fuerzas armadas ancladas en el pasado, ha pasado a convertirse en la segunda potencia militar del mundo. La duda que existe en los observatorios occidentales de seguridad es, si llegados a una acción militar, nos llevaremos las mismas sorpresas que estamos viendo con la capacidad militar rusa que ha terminado anclada en la tecnología iraní y con sonoros fracasos. Por muchos cuentos chinos que nos cuenten, la superioridad norteamericana es más que evidente desde el punto de vista tecnológico, todavía.

En la actualidad, China dispone de una Marina de guerra formidable con tres grupos aeronavales, con la pronta incorporación del tercer portaviones, sin lugar a dudas la primera de todo Asia; su fuerza aérea presenta más deficiencias tecnológicas, difícilmente podemos aceptar que China tenga un avión de combate de quinta generación pero son miles los de tercera y cuarta generación, similares a los de Taiwán y sobre todo un Ejército de Tierra gigantesco, con más de dos millones de efectivos. Pero, ¿todo esto es suficiente para invadir de forma exitosa la isla rebelde?, y ¿qué reacción debemos esperar de Estados Unidos y de sus aliados en la zona?

Una operación de esta envergadura, a diferencia de lo que ocurrió en Normandía en 1944, sería anticipada por los sistemas de vigilancia occidentales desde sus inicios, esto elimina el factor sorpresa, fundamental para minimizar el riesgo de una contraofensiva aliada. China necesitaría desplegar unos 300.000 hombres en la isla para no quedar atrapados entre las montañas y las ciudades taiwanesas, que deberían desembarcar después de semanas de ataques aéreos mientras desde el mar se destruyen todas las defensas antiaéreas, líneas de comunicaciones, infraestructuras críticas, bases y acuartelamientos, nudos de comunicaciones, etc. Al menos serían necesarias tres semanas de continuos bombardeos para eliminar la capacidad de respuesta principal. Pero hay que contar como siempre con el factor geográfico.

Taiwán es una isla montañosa, con apenas algunas zonas planas en el oeste que recuerdan a los arrozales de Vietnam, con una longitud de 380 kilómetros y una anchura de 140, pero donde viven 24 millones de personas, solo en el gran Taipéi habitan siete millones de personas. La isla dista apenas 150 kilómetros de China continental, pero en medio se encuentra el estrecho más peligroso del mundo, entre tifones y corrientes, hay muy pocas semanas al año en las que podrían operar con normalidad fuerzas aerotransportadas y anfibias, y en ningún caso nada es suficientemente predecible para fijar una fecha con antelación.

Sus fuerzas armadas de 300.000 efectivos, más una reserva operativa de medio millón, y la orografía del terreno, convertirían en caso de invasión la isla en un nuevo Iwo Jima en la que murieron, conviene recordar, el 99% de las tropas defensoras y por primera vez fallecieron más invasoras que defensoras. China perdería fácilmente un tercio de los hombres desplegados en los meses de combates.

Taiwán está suficientemente preparada para su defensa antiaérea, lo que conllevaría un grado de éxito bajo para los misiles de crucero y bombarderos chinos. Se necesitarían lanzar centenares de ataques para cubrir sus objetivos y asumir unas perspectivas de bajas en la aviación de combate bastante importantes hasta que la aviación taiwanesa quedara en tierra en unas tres semanas, si todo fuera bien para Beijing. Solamente en esta primera oleada, las bajas civiles y militares estarían por encima de cien mil.

La segunda fase sería movilizar más de quinientos buques para la invasión; al menos serían necesarias tres cabezas de playa. La experiencia nos enseña que los ataques aéreos no destruyen por completo la defensa del territorio por lo que las bajas en las primeras oleadas de desembarco serían muy numerosas, al menos un 25%, que se irían reduciendo a medida que las cabezas de playa se fueran asentando después de una semana en la que estarían sometidos un fuego muy intenso. Al menos deberían desplegarse unas cuatro brigadas aerotransportadas para atacar la retaguardia de la invasión, con unas probabilidad de bajas superiores al 50%.

Pero antes de llegar a la isla principal, China debería destruir o invadir las islas Penghu, que se interponen en medio del Estrecho y donde Taiwán ha situado su defensa adelantada. Sería un suicidio que la armada china se adentrase en una invasión sin acabar con la capacidad militar de estas noventa islas que controlan la navegación de la zona.

A continuación vendría la fase más cruenta. Es de esperar una defensa enconada de los taiwaneses. En un entorno tan urbanizado los combates serían manzana a manzana y en las montañas, donde se han preparado miles de cuevas con depósitos de armas, la lucha casi sería cuerpo a cuerpo. En definitiva, si todos los planes se produjeran según los estrategas chinos han planeado, en seis meses podrían haber invadido una isla que estaría devastada, con unas bajas que se acercarían al medio millón, y todo esto para que Xi Jinping pueda dejar de mirar el mapa.

¿Pero este escenario es probable? La respuesta es que no. Desde 1949 todas las naciones asiáticas viven bajo la amenaza comunista china, a la que siempre han respondido con éxito. El éxito de Beijing en la eventual guerra con Taiwán, debido a sus altos costes, sería el final del régimen comunista chino, es una sociedad que no está preparada para una bajas de esta envergadura, que meterían al país en una depresión de consecuencias incalculables, por lo que sería una decisión que comportaría un enorme riesgo político y militar.

Es evidente que Taiwán no podría resistir una invasión china. Si analizamos su capacidades militares, están más enfocadas a la disuasión, con una aviación y defensa antiaérea muy capaz, a detener una invasión en las playas con artillería y elementos blindados y, sobre todo, a una guerra sobre el terreno con unidades muy ligeras y con gran conocimiento del terreno, casi de guerrillas. A ello se une un factor que no es habitual en las guerras, los dos contendientes hablan la misma lengua, lo que en un conflicto como este sería de una complejidad similar a la de Vietnam. Pero frente a China todo esto por sí solo sería insuficiente.

La doctrina taiwanesa pasa por aguantar militarmente una invasión en la esperanza de contar con la ayuda de Estados Unidos y de sus aliados en la región. Si países como Estados Unidos, con su flota en el Pacífico, más Corea del Sur, Japón y Australia se sumaran en apoyar Taiwán, Beijing perdería su superioridad militar y debería decidir si se embarca en una batalla naval contra Estados Unidos o decide retroceder. En caso de una amenaza cierta o de preparativos más que evidentes, la flota aliada podría situarse en medio del estrecho arrogándose la libre circulación internacional y pondría a China en una tesitura muy peligrosa y con escasa capacidad de acción.

El programa de rearme chino, comenzado hace veinte años, se verá seriamente afectado por la recesión económica que ya afecta a su economía, lo que va a conllevar retrasos significativos en programas de modernización que son críticos para esta eventualidad. Es decir, si China esperaba alcanzar su objetivo operativo a final de la década, es muy probable que ya nunca lo alcance.

En condiciones normales, China no debería tener ningún interés geoestratégico en atacar Taiwán ya que su dependencia exterior es mucho más acentuada que la de Rusia, sus fuentes de suministro de gas están en Occidente, especialmente en Australia y depende de sus exportaciones a Europa y Norteamérica para mantener su industria. Para la sociedad china embarcarse en una masacre contra otros chinos sería una tragedia que nos recodaría a Dostoievski, de una enorme profundidad psicológica.

Esto significa que la estrategia china debería concentrarse en mantener la amenaza militar, continuar modernizando su arsenal para ser un agente estratégico y por tanto resolver en la mesa del tablero mundial la cuestión de Taiwán. Los antecedentes de Hong Kong, sin embargo, nos llevan al convencimiento de que no es posible salvar a Taiwán del comunismo si se produce una ocupación pactada, por lo que existe un rechazo generalizado a cualquier tipo de negociación y esta realidad también es un factor de debilidad para China.

Pero si algo tienen los chinos es paciencia; si Occidente se relaja o deje entrever un debilitamiento en el apoyo a Taipéi, entonces China, con su inmensa fuerza, se abalanzará sobre la isla, pero deberá asumir tres consecuencias: un embargo económico y energético que la sumiría en el caos, la salida de empresas occidentales que sostienen su economía y una recesión económica que tendrían inevitables consecuencias internas. Demasiado costoso también.

Si vemos la reacción de las grandes potencias militares mundiales ante la guerra de Ucrania, podemos concluir que todas ven probable una guerra como la solución natural a problemas endémicos o recién creados, es decir, se ha abierto la caja de Pandora. Creíamos que algo como lo de Ucrania no era posible en el contexto de la disuasión nuclear, pero hemos aprendido que sí lo es, y ahora países como Argelia, que va a duplicar su presupuesto de defensa, Marruecos, Pakistán, Irán, Corea del Norte, que no le van a la zaga, y los de la OTAN no solo aumentan sus gastos militares sino que se incrementa la percepción de que esta vez la guerra sí es una opción, y este es el principal de los problemas que amenazan a Taiwán y a todo el mundo.

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