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Josep Miró i Ardevoll

El aborto como irracionalidad

El Tribunal Constitucional no prohibió el aborto, pero sí reconoció los derechos del que ha de nacer, que las leyes posteriores ignoran.

El Tribunal Constitucional no prohibió el aborto, pero sí reconoció los derechos del que ha de nacer, que las leyes posteriores ignoran.
Cabecera de una manifestación a favor del aborto. | Efe

El aborto era practicado sin restricciones en la Roma imperial y pagana. Fue la progresiva hegemonía cristiana la que lo arrinconó hasta prohibirlo, porque desde el inicio de esta fe, el principio de permitir la vida del ser humano concebido estaba impreso en la concepción cristiana. De manera que durante lo que designamos como nuestro periodo de civilización, en castellano a través del acrónimo "d.C" (después de Cristo), el aborto estuvo considerado como un mal y, por tanto, prohibido. No ha sido hasta tiempos muy recientes, superada la primera mitad del siglo XX en Occidente, que fue legalizado con restricciones, y no sin contradicciones. Las más contundentes se dieron en los países que primero lo llevaron a cabo, a principios de aquel siglo: la Rusia Leninista y la China de Mao. Que estas terribles dictaduras fueran las defensoras de unos denominados "derechos sexuales y reproductivos" señala que algo grave no encaja en el planteamiento actual del aborto.

Tampoco es una contradicción menor que esta práctica fuera legalizada diez años antes en el Japón ocupado que en la potencia victoriosa y ocupante, los Estados Unidos. ¿O acaso no requiere una reflexión el hecho de que las mujeres japonesas disfrutaran de un "derecho", del que carecían las norteamericanas?

Inicialmente, el argumento era el del mal menor, el de liberar a la mujer de un embarazo no deseado, como el que sucedía en una violación o cuando estaba en grave peligro su vida, y también si aquel ser humano engendrado presentaba unas limitaciones tales que hacían imposible su vida. De ahí surgieron las leyes que lo permitían en función de unos supuestos; aquellos tres o solo algunos de ellos. Pero de la mano del feminismo que sustituyó al clásico que abogaba por la igualdad de la mujer en derechos civiles, ese que impulsó Betty Friedan y su Mística de la Feminidad (1963), —cuya tesis era que la mujer limitada a su función de mujer y madre desarrollaba impulsos autodestructivos: patologías de ansiedad, alcoholismo, desmedido deseo sexual y neurosis—, se fue generalizando una nueva visión, que ha terminado por imponerse: el aborto como derecho de la mujer.

¿Cuál era el fundamento de la reivindicación del nuevo feminismo? La igualdad sexual con el hombre. El "derecho" a mantener relaciones sexuales como las mantienen ellos, es decir, sin riesgo de embarazo. Y de ahí el aborto como exigencia; como derecho. Es de subrayar que cuando este planteamiento se iniciaba, la píldora anticonceptiva empezaba justo a introducirse y no era, ni mucho menos, de uso masivo como en la actualidad. Este cambio, generalizado hoy, deja en manos de la mujer el hecho de poder quedar embarazada. Por consiguiente, la visión de acabar con la vida del concebido tiene su causa en la voluntad de mantener relación sexual sin restricciones, el poder participar como el hombre del "aquí te pillo, aquí te mato"; en términos más serios, de la promiscuidad sexual. El gran drama del aborto en nuestro tiempo es resultado del cómo es posible que se registre una práctica masiva, cerca de 100.000 al año en España, dada la abundancia de métodos anticonceptivos, a los que se ha añadido la píldora abortiva del día después. Todo para no hablar del conocimiento exacto del ciclo de fecundidad de la mujer, al que basta seguir para que la posibilidad de embarazo no exista de una manera ecológica. A pesar de ello, decenas y decenas de miles de mujeres acuden cada año al gran negocio privado de las clínicas abortistas, uno de los lobbies empresariales mejor conectados con el poder. Más contradicciones de nuestro tiempo: la liquidación masiva de la vida humana como negocio empresarial.

Cuando se habla de la salud sexual de la mujer, se esconde detrás de un eufemismo la raíz y primera causa: las relaciones sexuales como pulsión del deseo, sin más. De la misma manera, la interrupción voluntaria del embarazo es otro eufemismo utilizado para no hablar del aborto. Una palabra que, a pesar de los pesares, sigue sonando mal. Interrupción: como si la liquidación de la vida fuera un proceso que pudiera reiniciarse.

A este mal masivo se le añade la conversión de lo que era una excepción, el aborto por malformación grave del feto, en una práctica eugenésica, que ha liquidado a los niños Down de la especie humana, salvo excepciones, y para la que basta detectar un labio leporino para justificar su muerte.

¿Quién es el sujeto engendrado? Científicamente, no hay duda: un ser que pertenece a la especie humana, un ser humano. Por esta razón, en la experimentación científica existe el consenso generalizado de no permitir que ningún embrión de laboratorio viva más allá del día 14, porque se considera que genéticamente a partir de esta fecha ya existe la diferenciación celular que en su desarrollo determina un nuevo ser. De ahí la arbitrariedad de fijar el aborto libre en 12, 14, 16, 24 semanas, según el país, hecho que confirma, a su vez, la arbitrariedad del límite legal.

El ser humano, el embrión, el feto, en las leyes coetáneas no existe, no se le considera. ¿Se quiere una mayor demagogia de los hechos? Tanto es así, que la segunda y la actual ley del aborto españolas son abiertamente anticonstitucionales. La primera vez y única que el Tribunal Constitucional dictó una sentencia fue sobre la primera ley. No prohibió el aborto, pero sí reconoció los derechos del que ha de nacer, el nasciturus, que las leyes posteriores ignoran. También introdujo límites al aborto por razones de malformación de feto, que han sido ignoradas. Es un escándalo constitucional que explica por qué el TC, después de 12 años, todavía no ha resuelto el recurso sobre la segunda ley. Como escandaloso es que el PP no se acuerde de toda esta jurisprudencia constitucional, cuando se declara guardián fiel de la Constitución… solo para lo que le interesa.

El aborto, que es el símbolo axial de este fin de época, no soporta la prueba de un debate racional. Y esto es así porque, como ya explicó en 1981 Alasdair MacIntyre en Tras la Virtud, la nuestra es la época del desorden moral. En el mundo actual que habitamos, el lenguaje de la moral está en grave estado de desorden. Hemos perdido nuestra comprensión, tanto teórica como práctica, de la moral. El aborto es su mayor símbolo, pero ni de lejos la única consecuencia.

El aborto es de manera definitiva un fracaso. Fracaso para la mujer que aborta, fracaso para el ser humano que está en camino, fracaso en las políticas de apoyo a la mujer, fracaso de toda la sociedad, fracaso de la confianza en el futuro, fracaso para moderar la caída de la natalidad y fracaso en el mantenimiento de la cohesión social.

En el caso del aborto eugenésico, su normalización y extensión resalta el desprecio por los enfermos y los más vulnerables. ¿Cómo se puede mirar a los ojos de una persona con síndrome de Down y celebrar su integración social cuando son especialmente buscados antes de nacer para acabar con ellos? La eliminación de seres humanos por no alcanzar un cierto grado de salud, o unas características que desean los progenitores, significa un gran desprecio por la vida humana y una selección de los "válidos" que recuerda la situación que sufrió la Alemania nazi.

Josep Miró i Ardevoll, grupo defensa de la Vida, NEOS.

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