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Miguel del Pino

El supuesto bienestar animal

No se trata solo de cuestiones de orden etológico; está en juego la libertad de quienes eligen cuidar una mascota y recrearse con su compañía.

Ione Belarra. | E. Parra. POOL / Europa Press

¿Avance en sensibilidad y cultura o ideología animalista contraespecista?

Al analizar los principios y las consecuencias de la llamada "ley de bienestar animal", nadie debe caer en el error de considerarla como algo menor en el conjunto de las leyes ideológicas que nos amenazan. Está claro que las que afectan directamente al hombre, como las relacionadas con la sexualidad o la eutanasia, saltan a la opinión pública como especialmente graves, pero mucho cuidado con las intenciones que se ocultan tras el llamado animalismo.

El animalismo, inspirador de la ley que aspira a conseguir el bienestar de los animales relacionados de una manera u otra con el hombre es clarísimamente una ideología que presenta diferentes variantes y frentes, desde el simple proteccionismo hasta el antiespecismo radical.

Nadie pone en duda que tratar bien a los animales es algo propio de sociedades culturizadas y de personas de buenos sentimientos. Solo los cobardes y lo peor de cada casa muestran crueldad con los seres vivos que les rodean, muy especialmente con aquellos que dependen más o menos directamente de su cuidado.

Otra cosa bien diferente es la humanización del mundo animal en forma de caramelo envenenado que trata, de manera más o menos sibilina, no de elevar el estatus de la bestia, sino de rebajar la dignidad humana igualando ambos conceptos y atribuyendo a los animales "derechos" hasta ahora exclusivamente propios del hombre.

Admitamos por tanto que con los excesos, algunos rayanos en la comicidad que saltan a la vista al analizar los contenidos de la nueva "ley de bienestar animal", nos encontramos ante uno de los componentes ideológicos a los que el socialismo confiere especial importancia.

En función de la ideología animalista, la pertenencia a la especie humana no debe considerarse como un factor fundamental y decisivo en la discriminación entre derechos humanos y derechos de los animales. El hombre es considerado como el opresor del mundo animal; los animales pasan a ser los oprimidos, todo en el seno de la más radical consideración marxista.

Uno de los postulados radicales del movimiento animalista consiste en equiparar la capacidad de sentir de las diversas especies animales con la propia del hombre. A partir de aquí los animales, como "sintientes", dicen aquellos, deben ser tratados de forma similar a los humanos, lo que se traduce en la aparición de diferentes medidas y conductas de supuesta defensa animalista.

La Etología, ciencia de la conducta animal, es una de las ramas más modernas de las Ciencias Biológicas; se ocupa de la conducta animal según sus bases científicas tratando de huir de la homologación de la misma con la humana, consideración radicalmente opuesta.

La interpretación de la conducta animal siguiendo los mismos patrones de la humana condujo a errores de importancia hace ya algunas décadas. Los animales humanizados han formado parte de toda clase de historias, fábulas y cuentos infantiles desde la remota antigüedad y a la Ciencia le ha costado trabajo rebatir los errores derivados de esta forma de ver a la fauna, que se llamó "antropocentrismo".

La mentalidad antropocéntrica condujo a numerosos errores de los que la primera perjudicada fue la propia fauna; recordemos aquello de los predadores "malos", los rumiantes "buenos", la "mamá de Bambi" y tantos casos de interpretaciones erróneas de la conducta animal que condujeron en su día a algunas auténticas catástrofes ecológicas como la persecución hasta el exterminio de algunos supuestos "malos" de la película de la conducta de los animales.

El rechazo a estos errores ecológicos que se derivan del antropocentrismo y la evolución de la sociedad humana hacia planteamientos científicos bien alejados de la mentalidad "Walt Disney", ha costado mucho trabajo. En España hay que destacar los esfuerzos realizados en este sentido por el gran naturalista y divulgador que fue Félix Rodríguez de la Fuente; un gran "amigo de los animales" al que nunca consiguieron enrolar en movimientos animalistas.

La llegada al poder, nada menos que ocupando ministerios, de supuestos defensores de los animales, con Ione Belarra a la cabeza, se ha traducido en un avance demoledor del animalismo en su variante especista. A la sombra de tal protección ideológica se han incubado los huevos que están a punto de eclosionar para arruinar tantas actividades derivadas de la interacción entre el hombre y los animales más próximos a nuestra especie. Es necesario frenar esta y todas las demás leyes ideológicas. Nos jugamos mucho en ello.

Insistimos en la necesidad de vivir en un entorno, urbano y rural, que trate bien a los animales, tanto a los de consumo como a los domésticos y por supuesto a los silvestres; es un deber cultural y propio de personas sensibles. Desconfiemos de quienes desarrollan conductas crueles o descuidadas con los animales, especialmente con aquellos cuyos cuidados corren a su cargo.

Proteger mediante la extinción

Para proteger a los animales domésticos, la ideología animalista propone las esterilizaciones masivas. Lo de esterilizar se convierte en una verdadera obsesión. Para evitar el abandono o los malos tratos a los animales lo mejor es que no existan, y de prosperar la esterilización masiva es cuestión de poco más de diez años la extinción de las diferentes especies y razas de animales domésticos.

Las asociaciones españolas que vienen fomentando y canalizando la crianza de animales domésticos han reaccionado demasiado tarde ante el avance de la apisonadora ideológica del animalismo, y tememos que hayan llegado demasiado tarde.

La trazabilidad de las mascotas estaba ya prácticamente asegurada mediante el control que tales asociaciones, como la Real Canina o la Focde, por medio del microchip, en los mamíferos, y el anillado en las aves. Tales mecanismos de seguimiento serán necesarios para la comercialización de los animales de compañía, y evitaban problemas como la importación ilegal o la proliferación excesiva. Todo funcionaba relativamente bien antes de la radicalización ideológica que pretende, no la protección y el control, sino la extinción de las mascotas.

Suponiendo que alguien pueda criar animales de compañía en los años posteriores a la promulgación de la nueva Ley, solo podrán hacerlo unos misteriosos "criadores profesionales". ¿Quiénes serán? Cualquiera sabe, pero no cabe descartar la proliferación de "chiringuitos" para la venta de autorizaciones, para la realización de cursillos de capacitación impartidos por legos en la materia; legos, eso sí, bien pagados. ¿No tienen nada que decir los veterinarios?

También se extinguen las pajarerías

Con la insensibilidad que les caracteriza a la hora de tratar las actividades laborales de los menos favorecidos, los legisladores animalistas radicales vienen arruinando de hecho a los comerciantes de las clásicas pajarerías. Prohibida la comercialización con excepción de los peces de cualquier mascota o "mascotilla" como los pájaros y los hámsteres, será imposible la supervivencia de estos pequeños negocios que venían evolucionando de una manera ejemplar.

Las pajarerías aceptaron en su momento la prohibición de exhibir animales en sus escaparates, mejoraron las instalaciones para alojar pequeñas mascotas e hicieron gala de limpieza ejemplar sin que les sirviera de nada. La extinción de los animales de compañía era algo ya programado. Propietarios y dependientes… al paro.

Los concursos de ornitofilia, las exposiciones caninas y felinas y demás eventos con animales como protagonistas están también condenados a una lenta extinción. Recientemente se ha celebrado en Madrid el World Show Mundial Canino, lo que hubiera supuesto una extraordinaria oportunidad para que la Real Sociedad Canina hubiera denunciado la inmediatez de una Ley que acaba de facto con la crianza de perros de raza, al menos por parte de los criadores deportivos. Fue una ocasión perdida.

El anuncio de cursos de formación para poder ser propietario de un perro, la constitución de observadores sobre el bienestar de las mascotas y tantos otros cargos que derivarán de la puesta en marcha de la Ley de Bienestar son otras tantas ocasiones para la creación de chiringuitos manejados por legos en zoología, etología y veterinaria. ¿No tienen los veterinarios nada que decir al respecto? Muchos opinamos que ellos son los únicos capacitados para orientar sobre las cuestiones relacionadas con los animales de compañía, sus cuidados y su tenencia responsable.

También los veterinarios serían los responsables de aconsejar sobre la conveniencia o no de la esterilización de perros, gatos y demás mascotas. La castración obligatoria es una barbaridad y un ataque contra la libertad de los dueños. La obsesión por castrar dice estar encaminada a evitar la proliferación de animales que después serán abandonados; una clara negación de la presunción de inocencia de los mismos. Usted tiene una mascota, luego usted es un presunto culpable de abandonarla.

A medida que avanzamos en nuestras reflexiones sobre la amenaza que supone esta ley, como el resto de las que se anuncian plenas de ideologías diversas, podemos comprobar que no se trata solo de cuestiones de orden etológico y zootécnico; lo que está en juego es la libertad de quienes eligen cuidar una mascota y recrearse con su compañía.

Proliferación de chiringuitos bien cebados de subvenciones, intervencionismo de ignorantes en cuestiones veterinarias y zoológicas que no solo ignoran sino que enfocan de manera equivocada por la fanatización; son algunos aspectos derivados de una cuestión absurda y rebatible desde la sensatez más elemental.

Hablamos fundamentalmente de animales de compañía por ser el eslabón más afectado desde el punto de vista sentimental y afectivo dentro del contenedor de la relación entre humanos y animales, pero si ampliamos el foco para considerar cuestiones del mundo rural, como la ganadería o la caza, los problemas se agigantan al tiempo que lo hacen las consecuencias económicas de la fanatización animalista.

Soluciones tardías, sectoriales y acomplejadas son todas las desesperadas objeciones que se están haciendo cuando ya es demasiado tarde. Las auténticas gansadas que plantean las exageraciones de la "Ley Belarra" se prestan a comentarios jocosos, como los que se produjeron en torno a las "proteccionistas" de las gallinas que las separaron de los gallos para evitar su violación.

Algunos estamentos afectados, como la Real Canina, han planteado objeciones parciales demasiado tarde, como es el intento de salvar de la esterilización obligatoria a los perros de caza con un argumento que por pura lógica cabría extender al resto de las razas de cada una de las especies de animales domésticos: la pérdida de un caudal genético irreparable.

Todos los perjudicados por la nueva visión animalista inspiradora de la "Ley de protección animal" deberíamos actuar al unísono para rechazarla de manera total; a nuestro favor juega la gran proporción de ciudadanos que son propietarios o simpatizantes de los animales; más del sesenta por ciento del total y por tanto de posibles votantes: este dato realmente asusta a los fundamentalistas.

Pero hay que actuar de manera conjunta, abarcando no solo el rechazo de la ley que estamos comentando, sino de todas las que presentan carácter ideológico.

Es necesario que asumamos el encontrarnos frente a una nueva religión de carácter primitivo y supuestamente naturalista. El nuevo Dios es Geo, "el planeta" y sus mandamientos ordenan ser animalista, vegano, objetor del hecho sexual como cuestión biológica y tantos otros aspectos supuestamente relacionados con la "madre naturaleza".

Por cierto, tal deidad también exige sacrificios económicos humanos en función de su "ministerio del clima"; sacrificios que afectan a los pueblos más pobres cuyo desarrollo se pretende detener en aras a la mayor estafa de la historia.

No es la hora de los discursos brillantes sino de la acción global y del ejercicio del voto contra el fanatismo cuando lleguen las urnas. Seamos más Esquines que Demóstenes en referencia a la Grecia Clásica. Cuando hablaba Demóstenes, gran orador, el pueblo decía "Qué maravillosamente se ha expresado". Cuando hablaba Esquines, de forma mucho menos brillante pero más ejecutiva, decían los oyentes: "Vamos todos contra Filipo".

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