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Emilio Campmany

El PSOE siempre fue el PSOE

Casi todos los defectos que pesan sobre nuestra democracia provienen del felipismo.

Casi todos los defectos que pesan sobre nuestra democracia provienen del felipismo.
Felipe González junto a Zapatero y Pedro Sánchez | EFE

Ha sido recurrente entre la derecha española durante los gobiernos de Zapatero y Sánchez añorar el PSOE de Felipe González. Se ha tejido un relato que lo presenta como el partido que condujo a España a la modernidad y el europeísmo. Sin él, seguiríamos siendo el país oscuro y gris que Felipe González heredó en 1982. No es verdad. En aquella fecha había en España más libertad, más justicia y más Estado de derecho de los que luego hubo. Casi todos los defectos que pesan sobre nuestra democracia provienen del felipismo.

Cuando el PSOE decidió en Suresnes que los exiliados le pasaran el testigo a los del interior, el partido apenas había hecho nada por oponerse a la dictadura. Pero seguía siendo tan marxista y antidemocrático como el Partido Comunista. De hecho, cuando se murió Franco, ambos se opusieron a la reforma política y patrocinaron la ruptura. Finalmente, Adolfo Suárez convenció a Santiago Carrillo de que la reforma iba en serio y no era una añagaza de la derecha para seguir gobernando en un régimen donde a la izquierda se le dejaría participar en las elecciones, pero sin posibilidad real de alcanzar el poder. El PSOE siguió la estela del PCE y aceptó la reforma. Así, consiguió un notable éxito en las generales celebradas en junio de 1977, donde obtuvo casi tantos escaños como tiene ahora, mientras que los comunistas tuvieron que conformarse con menos de la quinta parte que los socialistas. El PSOE se benefició de una profusa ayuda exterior. Básicamente los Estados Unidos temían que España acabara como Italia, con una derecha católica en el poder para la que la única alternativa fuera la de los comunistas. Utilizando la SPD alemana de Willy Brandt inundaron de dinero el PSOE de Felipe González hasta convertirlo en la alternativa a la UCD, el partido creado por los franquistas que querían traer la democracia y que hizo la Transición.

El siguiente paso fue abandonar el marxismo. Ésta no era tanto una exigencia de los norteamericanos, que podían conformarse con un socialismo de vieja escuela con tal de que no dependiera de Moscú, sino que surgió de la necesidad de llegar en algún momento al poder. Con el puño en alto y con un programa similar al de los comunistas, el PSOE no lograría reunir los votos necesarios para ganar en unas elecciones generales. Por otra parte, el nuevo régimen, para ganar credibilidad, necesitaba más pronto que tarde una victoria de la izquierda y ésta no podía ni debía darse si el PSOE seguía siendo marxista. Durante la primera legislatura, Felipe González hizo el paripé y dimitió como secretario general para volver a serlo de un partido que ya no era marxista y que se había convertido a la socialdemocracia. A la vez se hizo evidente que el PSOE era la única alternativa al Gobierno de la UCD y que acabaría llegando al poder. Una pléyade de ilusionados conversos, junto con otra de astutos arribistas, se integraron en el partido para mezclarse con los viejos marxistas que militaban desde hacía tiempo en él. A ellos se unieron muchos militantes de los pequeños partidos comunistas que se habían zafado de la disciplina soviética, además de los socialistas del partido de Enrique Tierno Galván. A toda esta gente ya no le unía la ideología, sino la expectativa de compartir las prebendas del poder. Y el PSOE no le hizo ascos a admitir en su seno a todo el que se acercó a la Casa del Pueblo diciendo que era socialista de toda la vida.

En las elecciones de 1979, a pesar del viaje a la socialdemocracia, el PSOE no obtuvo unos resultados mucho mejores que los de 1977 y a Felipe González le entró la impaciencia. En mayo de 1980, presentó una moción de censura a Adolfo Suárez que, a pesar de estar desde el inicio destinada al fracaso, fue alabada absurdamente por casi todo el mundo argumentando que Felipe González había estado en plan estadista. Luego, la crítica no fue tan amable cuando Antonio Hernández-Mancha presentó la suya (1987), a pesar de tener mucho más empaque intelectual que el sevillano, pero así se escribe la historia.

Lo peor de la impaciencia de Felipe González no fue la moción de censura, que tenía perfecto derecho a presentar, sino los contactos que el PSOE inició por medio de Enrique Múgica con el general Armada para tontear con el golpe de timón que la situación parecía exigir. En el Gobierno de concentración que el general quiso presidir y que el coronel Tejero frustró, Felipe González era el vicepresidente. Esto no quiere decir que estuviera implicado en el intento de golpe de Estado, aunque el hecho es sin duda relevante. Luego, Leopoldo Calvo-Sotelo le hizo el favor de integrar a España en la OTAN para que no tuviera que hacerlo González cuando gobernara. Realizado esto, ya no tenía sentido esperar y las elecciones generales se convocaron para finales de octubre de 1982. El PSOE las ganó como era de esperar y la democracia española se consolidó como genuina en el concierto internacional.

Se supone que el PSOE emprendió desde el Gobierno un amplio abanico de reformas regeneradoras y reformistas. En algunos ámbitos lo fue sin duda, pero desde el principio, el PSOE de Felipe González emprendió una inclemente colonización del poder. Todos los escándalos que acabaron con él en 1996 se fraguaron en sus primeros años de gobierno.

Se inició una reforma de la Administración pública (la conocida como ley de incompatibilidades, de diciembre de 1984) que lo que hizo esencialmente fue ampliar el ámbito de la discrecionalidad en el acceso a la función pública con el fin de colocar a cuantos más militantes del PSOE, mejor. Se liquidó toda posibilidad de contrapeso desde el mundo de la economía con la expropiación de Rumasa (febrero de 1983) para que todos supieran quien era el que mandaba. Como la operación fue a todas luces inconstitucional, hubo que torcerle la mano al Tribunal Constitucional para que dijera que era conforme a la Constitución lo que a todas luces no lo era. Hasta que llegó Mario Conde, nadie osó enfrentarse desde el poder económico a González, mientras éste se dejó querer por tipos como Jesús Gil para la financiación ilegal de su partido, repartiendo a cambio bicocas y subvenciones. Mediante la reforma de la Ley Orgánica del Poder Judicial (julio de 1985), se sometió a control a la judicatura, privando a los jueces del derecho constitucional a elegir a sus representantes en el Consejo General del Poder Judicial. Por sustraer a la Iglesia de los privilegios que en materia de educación había venido disfrutando, se hizo la Ley Orgánica reguladora del Derecho a la Educación, LODE (julio de 1985) con la que empezó la sistemática degradación de la Enseñanza en España que siguió con otro hito felipista, el de la Ley Orgánica de Ordenación General del Sistema Educativo, LOGSE (octubre de 1990).

En las relaciones con los nacionalistas, mientras el PSOE disfrutó de mayoría absoluta, se las tuvo tiesas con el nacionalismo catalán hasta intentar encarcelar a Jordi Pujol por el escándalo de Banca Catalana. No lo hizo tanto por oponerse al independentismo, pues siempre se llevó bien con el PNV, que por aquella época era más separatista, sino porque CiU le disputaba el terreno al PSC. Éste es esa sucursal catalana cuasi independiente del PSOE donde los Reventós, los Obiols, los Lluch, los Margall, los Iceta, los Illa y demás mandan con los votos de los Pérez, Fernández y García que emigraron a Cataluña en los cincuenta y sesenta. Luego, cuando el PSOE tuvo que gobernar en minoría, jamás le hizo ascos a ceder lo que hubiera que ceder a los nacionalistas catalanes a cambio de conservar el poder. Es más, Felipe González, junto con Juan Luis Cebrián, elaboró la teoría de que el PSOE tenía que ser aliado sistémico de los nacionalistas para evitar que la derecha gobernara en España. No le dio tiempo a poner en práctica la idea, pero Zapatero y Sánchez la recogieron y se atuvieron a ella durante sus mandatos.

Las relaciones con la prensa delatan, como tantas otras cosas, el talante antidemocrático del PSOE de Felipe González. No sólo se sometió a los medios públicos financiados con el dinero de todos para proteger el patrimonio electoral del PSOE. También se benefició económicamente a los grupos de prensa que le eran afines. El caso de Prisa es paradigmático y son bien conocidos los muchos escándalos a los que esta relación dio lugar.

En política exterior, Felipe González farda hoy de haber devuelto a España su papel en el mundo. Es verdad que nos mantuvo en la OTAN y es igualmente cierto que entramos en la Comunidad Económica Europea (enero de 1986), pero no fue gratis. Hubo que abrir la verja de Gibraltar para que los británicos no vetaran nuestro acceso, lo que permitió que la colonia convirtiera el campo de su mismo nombre en territorio dependiente económicamente de la colonia. Por fingir que González es alguien que cumple sus promesas, se empeñó en hacer el referéndum de la OTAN prometido, pero en vez de hacerlo para sacarnos de la organización, lo convocó para dejarnos dentro de ella. Es una curiosa forma de honrar un compromiso. Peor fueron las estrechas relaciones que Felipe González estableció con las dictaduras de izquierda, que para el PSOE siempre fueron aceptables. Hay multitud de fotos de González con Fidel Castro, Daniel Ortega y hasta con Gadafi.

Naturalmente, lo peor fue la gestión en Interior. Con el PSOE, la delincuencia creció y las Fuerzas del Orden fueron desarmadas con una funesta reforma del Código Penal (junio de 1983), cuyos planteamientos buenistas y excesivamente garantistas todavía padecemos. Estos planteamientos son los que convirtieron a España en el paraíso de todas las mafias. Con el pretexto de que el Estado venía librando una guerra sucia contra ETA desde la época de Franco, Felipe González la prosiguió corregida y aumentada. El GAL mató a 28 personas, si se incluyen los asesinatos de Lasa y Zabala, y no sólo no acabó con la banda terrorista, sino que le dio alas. Se emprendió además con ella una infructuosa negociación en Argel y, con todos esos pretextos, se saquearon los fondos reservados. Se espió al rey, a los enemigos políticos, a periodistas adversos y a todo el que podía ser una amenaza para que el PSOE conservara el poder. El episodio de la fuga del director general de la Guardia Civil fue la guinda folclórica de este pastel de asesinatos, secuestros y latrocinio.

Al final, se vino a decir que la guerra sucia había sido emprendida por José Barrionuevo y Rafael Vera bajo su exclusiva responsabilidad como si Felipe González no tuviera nada que ver. Y que la corrupción fue un mal inevitable surgido del hecho de estar el PSOE tanto tiempo en el poder sin que Felipe González tuviera tampoco en este caso ninguna responsabilidad. Los hechos hablan por sí solos.

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