Parece que a las gentes de mucho progreso les ha causado grave escándalo la intervención de Isabel Díaz Ayuso en la Asamblea Madrileña desdeñando la "emergencia climática" y negándole su carácter científico. Evidentemente no lo tiene. El término pasó a ser empleado por medios y activistas, valga la redundancia, una vez visto que ni calentamiento global ni cambio climático creaban la alarma suficiente en la población. Pero una emergencia es una emergencia. Un peligro inminente ante al que hay que reaccionar rápido. Una pandemia creada por la dictadura china, por ejemplo. El cambio climático es, en cambio, un problema difuso de gravedad casi imposible de precisar y cuyas consecuencias son aún más difíciles de predecir y tardarán décadas en llegar. De hecho, si no investigas mucho, te parecerá increíble saber que hasta la fecha la subida de temperaturas ha sido positiva para la humanidad.
Sí, lo que leen. Ha sido positiva porque, en neto, muere menos gente por temperaturas inadecuadas. La razón es que el frío mata mucho más que el calor, y lo seguirá haciendo durante décadas, quizá un siglo, aunque las temperaturas sigan subiendo al ritmo actual. Y mientras eso suceda, a no ser que sacrifiquemos nuestro crecimiento económico en el altar climático, seremos más ricos y estaremos más preparados. La ola de calor más mortífera la vivimos en Europa en 2003. Desde entonces, las temperaturas medias han crecido, y sin embargo no se ha repetido nada igual porque estamos más preparados ante estos fenómenos. Los muertos por fenómenos climáticos extremos (sequías, inundaciones, huracanes, etc.) también han disminuido. Y económicamente, el periodo de mayores temperaturas ha coincidido con el de mayor reducción de la pobreza en la historia mundial.
Naturalmente, eso no impide que haya personas que hayan muerto de calor, o que se hayan arruinado porque sus cultivos estaban pensados para otro clima y no ha podido adaptarse a tiempo. Pero no hay que confundir tragedias locales con problemas globales. Y hoy día, el calentamiento global no es un problema preocupante. Tampoco el llegar a los límites arbitrarios de 1,5 o 2 grados respecto a la temperatura de 1850 –que marcó el fin de un periodo excepcionalmente frío–, camino del que llevamos recorrido ya aproximadamente 1,1 grados sin las dramáticas consecuencias que se supone debería haber acarreado esa subida. Por eso estamos siendo continuamente bombardeados con titulares que nos aseguran que tal o cual desastre ocurrirá con certeza y que hay que tomar medidas drásticas para evitarlo. Medidas drásticas que suponen un mayor control de la economía por parte de los gobiernos y un empobrecimiento de los países que las adopten. Control político y empobrecimiento. ¿A qué regímenes les recuerda eso? ¿Va a ser que Ayuso quizá tenga algo de razón en traer el comunismo a colación?
Existe un truco muy sencillo que les permitirá separar el grano de la paja cuando lean titulares metemiedos pensados para rebajar nuestra resistencia a medidas como la prohibición de los vehículos de combustión interna. Investiguen en qué escenarios de emisiones se basan. Los escenarios son supuestos estandarizados de lo que crecerá la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera, que se basan en distintas suposiciones sobre lo que nos va a deparar el futuro en cuestiones como el crecimiento de la población y de la economía, las mejoras tecnológicas, la respuesta política al cambio climático, etcétera. Son, en definitiva, ejercicios de futurología que usan los políticos para tomar medidas más o menos drásticas. Pues bien, si el anuncio de una futura catástrofe emplea los escenarios RCP8.5 o RCP6.0 pueden tirarlo a la basura, directamente. Son escenarios imposibles, que únicamente existen para poder producir esos titulares alarmistas. El RCP4.5 ya es exagerado, porque asume que los políticos no van a tomar medidas que de hecho sí están tomando, pero al menos puede considerarse como el peor futuro posible, aunque improbable. Naturalmente, las notas de prensa y las noticias en los medios no mencionan ese detalle, pero no suele ser difícil de encontrar en los estudios en los que se basan.
Fíjese que ni siquiera hemos entrado en el siguiente eslabón de la cadena alarmista, que son los modelos climáticos que predicen la futura subida de temperaturas. Los escenarios de emisiones son un supuesto de base para estos modelos, que emplean unas matemáticas complejas y difíciles de calcular para incluir las retroalimentaciones que suponen que ocurren entre los distintos elementos que componen un sistema tan complejo y caótico como es el clima. Los modelos oficiales han tirado siempre por lo alto, prediciendo temperaturas más altas que las que han acabado teniendo lugar. Curiosamente, o no, un modelo simple que asume que no existen feedbacks y que la temperatura sube lo que corresponde al aumento en la concentración de gases de efecto invernadero se acerca más a la realidad observada.
Existe, eso sí, una razón para ser precavidos ante el aumento de las temperaturas. Pero no es que el consenso científico nos augure catástrofes. Al contrario, el problema es que sabemos demasiado poco como para poder predecir catástrofes. La climatología es una ciencia relativamente joven, que ha sido politizada desde muy pronto y que investiga un problema extremadamente complejo con muchas partes que no conocemos bien interactuando entre sí. De modo que, si el precio es razonable, bajar emisiones no es mala política. Por si acaso.
El problema es que mientras suframos el alarmismo de científicos, políticos y periodistas que dicen barbaridades imposibles como que en 2030 vamos a tener en España las temperaturas que tienen hoy en Marruecos, la reacción no va a ser racional sino histérica nivel Greta Thumberg. Las consecuencias de esa reacción pueden ser mucho peores que el problema original, pero más difíciles de ver, de modo que los culpables saldrán de rositas. Hubo muchos muertos en Fukushima, pero no por la radiación, sino por la evacuación. Estamos empezando a darnos cuenta ahora de las terribles consecuencias en la educación y en la salud, especialmente la salud mental, de que nos tuvieran encerrados durante meses por el covid. Tener precaución está bien, pero tenerla a cualquier precio no. Y a eso nos están llevando los profetas del apocalipsis.