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Juan Gutiérrez Alonso

El hombre que fue Democracia

Toda crítica y reproche a su gestión o decisiones se interpreta ya como un ataque a la democracia y así se defiende.

Toda crítica y reproche a su gestión o decisiones se interpreta ya como un ataque a la democracia y así se defiende.
Pedro Sánchez en una comparecencia en el Congreso. | EFE

Nunca demostró especial talento y nadie le había reconocido tampoco conocimientos sobre materia alguna. Pero empezó a merodear en la política y su olfato le llevó al partido más asentado en el país. Los antiguos rumoreaban que a simple vista resultaba alguien incapaz de cambiar por sí solo una rueda de coche, pero que era de esos que fantasean con cambiar el país y hasta convertirse en líder mundial. Tenía pues, potencial.

Una vieja amiga me dijo que por los círculos del sindicato hermano no se le consideraba, pero estaba. Se dejaba ver por allí donde se citan quienes aspiran a una vida de reyezuelo. Frecuentar aquellos ambientes le sirvió sin duda para confirmar que sus deseos y ambiciones pasaban necesariamente por la política. Debía situarse cuanto antes en los repartos de posiciones y esperar.

Un día se percató del ambiente de descomposición y confusión que reinaba en el país y en su propio partido. Creyó entonces que era el momento oportuno para conseguir la secretaría general, aunque fuera entre cortinas. Recordó aquello de que "en política los espacios siempre se ocupan y no necesariamente por quienes mejores credenciales tienen", y se lo aplicó. Si otro aprovechaba el momento, el suyo podría demorarse años.

Ascendió así a liderar el partido con el objetivo en la Presidencia del Gobierno. En su mente había un movimiento que iba a cambiar todo de arriba abajo. Otros estaban además prometiendo, con éxito, algo parecido, pero su plataforma era mejor y estaba más consolidada. Si conseguía usar la estructura tradicional con las nuevas ideas sería capaz de articular un proyecto desafiante, rupturista y disruptivo, que eran los vocablos de moda, y así triunfaría. Y si el resultado electoral no fuera suficiente, en su diseño tendría espacio toda organización con derecho de voto, aunque aquello resultara molesto o perturbador a toda forma de civilización.

La prioridad era ofrecer cambio, felicidad, globalidad y derechos. En estas coordenadas ninguna asociación o alternativa sería un problema. Repitiendo machaconamente esto y el argumentario de la pluralidad y la inclusión, los medios de comunicación y resto de antenas harían su parte del trabajo. El espíritu gregario la suya, y empezaríamos a explorar nuevos límites del sistema y la sociedad.

Llegó así su momento electoral, pero los números eran cortos. Cerró inmediatamente el acuerdo con el nuevo estalinismo ibérico y todas las fuerzas disgregadoras del país para no dar lugar a especulaciones ni retrasos. La democracia había triunfado. Acto seguido se rodeó de un círculo de iletrados sin experiencia alguna en la vida real, pero con muchas horas en series de política norteamericana y no pocos asesores de imagen. Todos estaban convencidos de tener entre manos una especie de Barack Obama, así que de inmediato se emplearon a hacerle gesticular como él, hablar pausadamente como él e incluso a caminar como él.

Uno de estos asesores, de hecho, le dijo en una ocasión: "Entiende que los grupos nunca son tan homogéneos como parece y que la ambición y el miedo son las dos fuerzas que mueven el mundo. Fuera y dentro de los partidos. No olvides tampoco la mentira. En política sólo hay que saber mentir bien". Lo asumió como dogma y en poco tiempo comprobó que hasta los reticentes y sus detractores del pasado volvían al redil bajo su liderazgo.

Con el BOE ya bajo su control empezó la aventura. Entendió que el poder se puede alcanzar incluso de manera casual, pero para mantenerlo no hay nada como ejercerlo, controlarlo y hasta amarlo. Se puso manos a la obra. Preguntó a uno de sus brujos de la comunicación qué hacer si venía zozobra, y éste le dijo que inventara palabras o expresiones capaces de justificar cualquier cosa y embaucar por igual. Surgió una de las palabras que impulsaría su reinado: resiliencia. Nadie sabe muy bien qué significa exactamente esto, pero suena bien y de inmediato todos empezamos a escuchar y leer el vocablo a diario.

Conforme ejercía seguía aprendiendo. Y llegó así a comprender que el sistema democrático se limita al ejercicio y control del poder. Que la separación de poderes es un tango, que el orden constitucional es flexible y está al servicio del propio poder, que puedes pervertir el lenguaje, el derecho y todas las estructuras de la sociedad si te lo propones, y que la democracia en última instancia es pura psicología de masas, donde lo importante no es lo que es, sino lo que se nos dice que es. Y donde no hay nada como dar, ofrecer, prometer, asegurar, ascender y mentir con tal descaro que nadie alcance a recordar un engaño o superchería pasados cuatro días.

Entusiasmado por aquella revelación, comprendió también que no hay que leer nada ni saber de nada para dirigir un país. Sólo hay que dejar que la maquinaria administrativa, ministerial y mediática haga su trabajo. Rodearte de asesores de imagen y tener siempre listos los reproches a toda forma de oposición. Establecer el argumentario y el mantra, y suceda lo que suceda, seguir sonriente y adelante. No hay nada que temer. Es el poder lo que infunde respeto y temor.

Como intuía de joven, ahora confirmaba que se puede pervertir el orden constitucional reclamando el cumplimiento de la Constitución. Que siempre hay universitarios, periodistas, intelectuales y hasta jueces y magistrados, dispuestos a justificar cualquier barbaridad. Nada impide, si te lo propones, alienar con relativa facilidad a millones de personas, una nación entera. O como mínimo, crear un ambiente de confrontación que impide que la opinión pública tenga criterio racional, hacerla navegar en la confusión y sea incapaz de identificarte como el tirano que eres. Sólo había que mirar hacia Cataluña, ni siquiera remontarse a la Grecia clásica para conocer estos vaivenes.

Y así es como se puede anunciar que quieres pasar a la historia como el hombre que solucionó los problemas económicos del país, y acto seguido, cuando entiendes que eso no es posible o no va a suceder, te propones entonces una meta más alta: solucionar los problemas del planeta o la desigualdad en el mundo. Ahí ya no hay manera de exponerte a una crítica objetiva y directamente verificable: "Es un formidable invento esto de los problemas globales para evitar estar todo el tiempo en los asuntos locales", susurró una vez alguien en los pasillos del Congreso, mientras se dirigían a un retiro en no sé qué propiedad del Estado.

Una vez entendido esto, aprendes que todo lo que haces, dices o manifiestas no tiene en verdad ninguna trascendencia, o tiene una trascendencia limitada, hiriente en los infieles o no convencidos, pero nada más. Por muy abultado que puede ser el error o por muy considerable que sea el delito de leso gabinete, los altavoces afines minimizarán y el tiempo condena cualquier fechoría al olvido. Puedes incluso inundar de deuda el país, hipotecando las familias por décadas, dedicarte a comprar masivamente voluntades y llamarlo escudo social, porque tampoco sucedería gran cosa. Te van a criticar los de siempre y te van a encubrir también los de siempre. El Banco Central Europeo es ya es una instancia más de ocultación de las miserias de toda Europa, por lo que no hay nada que temer en lo económico.

"Muéstrate siempre convincente, determinante, luminoso", le dijo una vez alguien. Nadie le respondió que, como decía San Agustín, aquello que está inflado parece grande, pero en verdad está enfermo. Pero es cierto, hoy puedes crearte una imagen de líder mundial mientras arruinas un país. Es un cambio de paradigma, antes se rendía homenaje a quienes lograban algo en el campo intelectual o cultural, ahora los homenajeados y admirados deben ser quienes destacan en el poder y lo ejercen con la contundencia debida. Condicionando las líneas editoriales de los medios, sometiendo al poder económico y lobotomizando a parte de la ciudadanía.

Puedes así anular cualquier contrapeso de poder, dedicarte a confrontar a los ciudadanos, crear problemas donde no los había o no los hubo, erigirte como historiador oficial, indultar sin pudor a quien te interese o inventar tipos penales para aquellos que no te simpaticen y encasillarlos en la incitación al odio. Y si vienen mal dadas, o las perspectivas no son halagüeñas, sólo tienes que insistir en los retos globales y asegurarte bien de señalar a la oposición o a una ideología determinada como culpable de la mala marcha de los asuntos.

No había leído a Julio Mazarino para saber cómo alcanzar y mantener el poder, ni falta que le hizo. Porque en las actuales circunstancias todo estaba allanado para su próspera carrera, la suya o la de alguien parecido. Supo ver que ya no se trata de convencer a los electores sino de crear electores. Y se aplicó. Apoyado en los controladores de la opinión pública, en los chamanes de la demoscopia y el presupuesto público, con todo el sistema prácticamente bajo control, desde el educativo al sindical, pasando por la incultura o el emergente mundo audiovisual, se sabía victorioso desde el principio.

Nunca temió además una reacción con intensidad proporcional a sus acometidas. La incapacidad de la oposición para entrar en el cuerpo a cuerpo es algo público y notorio. Sólo hay que tenerles bien vigilados y arrinconarles como extremistas y peligro público para que ellos mismos sientan sus demonios y complejos hasta la anulación propia.

En su alianza con el castrochavismo se entregó al eslogan del escudo social y que nadie va a quedar atrás. Un mantra operativo en muchos más lugares del mundo. Una enorme superchería que nos lleva a recordar aquello de la gallina de Stalin y que hace poco recordaba también alguien en Hispanoamérica: "El pobre debe seguir siendo pobre, pero con esperanza. Y esa esperanza debemos ser nosotros, los socialistas".

Con esta receta y la identificación de colectivos a los cuales victimizar está todo hecho. Al escudo social le unes el feminismo, ya erigido como una especia de megaprincipio rector de toda la vida pública. La gente tiene que desayunar feminismo, almorzar feminismo, merendar feminismo y cenar feminismo. Repitiendo, además, seguidamente, que queda mucho por hacer. Colectivos oprimidos y dialéctica de la opresión. Y si las cosas no salen como se prevé no te preocupes, tampoco hay que preocuparse, se culpa a los poderosos, que no colaboran, y ya está.

Otro de sus brujos le advirtió en pleno vuelo que había que conseguir que el más desdichado crea que puede ser feliz y obtener grandes logros y cargos gracias a nosotros, y el más poderoso o afortunado debe creer que tiene un deber ético y moral de acompañar este proceso.

Y así es básicamente como el hombre que fue Democracia consiguió que ella misma se identificase con su persona. Toda crítica y reproche a su gestión o decisiones se interpreta ya como un ataque a la democracia y así se defiende, mientras en paralelo la vida en sociedad se reduce al charlatanismo, la superficialidad y la debilidad intelectual. Puedes llegar a ser líder, diputado y hasta dictador. Jugando a la democracia y apropiándote de ella. Eso sí, fuera del cargo y de los márgenes que el cargo te permite, seguirás siendo un don nadie.

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