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Carmelo Jordá

De la fraternidad universal a la vergüenza total

Pese a la propaganda, el sueño olímpico hace ya muchísimo tiempo que es una pesadilla. Una pesadilla terriblemente rentable, eso sí.

Pese a la propaganda, el sueño olímpico hace ya muchísimo tiempo que es una pesadilla. Una pesadilla terriblemente rentable, eso sí.
Putin en el Mundial de Rusia de 2018. | Cordon Press

Aunque no haya servido de mucho, al menos el Mundial de Qatar sí ha generado un rechazo importante la opinión pública. Sí, todos vamos a ver partidos porque es una competición completamente imbatible, pero quizá a los patrocinadores no les esté saliendo tan bien la cosa porque, al fin y al cabo, asociar tu marca a la escoria no suele ser muy rentable desde el punto de vista del marketing.

Sin embargo, llama poderosamente la atención, al menos a mí, que no hubiese una corriente similar de rechazo no hace tanto cuando los Juegos Olímpicos de verano, que son los más seguidos, se disputaron en Pekín en 2008. Me dirán ustedes que ahora el mundo está mucho más concienciado que hace catorce años, pero les voy a dar un disgusto: en este mismo 2022 también han tenido lugar en la misma Pekín los de invierno, que son menos populares –sobre todo en España– pero igual de olímpicos.

También podríamos pensar que estamos ante una excepción o incluso, ya en el colmo del buenismo, que es parte de un esfuerzo del benéfico Comité Olímpico Internacional por lograr que, ante el gran escaparate internacional que suponen unos Juegos, la terrible dictadura comunista china se vea obligada a ser algo menos dictadura o algo menos terrible. Les felicito si son ustedes así de inocentes pero la cosa no se sostiene: catorce años después de Pekín 2008 no parece que las cosas hayan mejorado mucho para los sufridos ciudadanos chinos, más bien al contrario.

Y tampoco es una excepción: en 1984 los JJOO de invierno se celebraron en Sarajevo, ciudad entonces de la República Socialista de Yugoslavia que, cuando la que hoy es capital de Bosnia fue elegida por el COI, llevaba 33 años gobernada por el Mariscal Tito, reconocido demócrata si me permiten la ironía.

Y sigo por si todavía no hemos tenido suficiente: en 1980 los JJOO se celebraron nada más y nada menos que en la capital de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, a pesar de que eso supuso el boicot muy merecido de Estados Unidos, la mayor potencia deportiva del planeta.

Olimpismo nazi

La China del PCCh y la URSS del Partido Comunista de la Unión Soviética parecen hitos insuperables, pero no estén seguros: en 1936 nadie puso excesivas objeciones a que los Juegos se celebrasen en Berlín, la capital de la Alemania en la que casi un año antes se habían promulgado la racistas y antisemitas leyes de Núremberg.

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Hitler durante las Olimpiadas de Berlín, en 1936.

Es más, les voy a dar un dato que quizá ustedes desconozcan: ese año no sólo se celebraron los JJOO de verano en Berlín, es que los de invierno se habían celebrado en febrero en Garmisch-Partenkirchen, una bonita localidad de Baviera. Pero esperen, que la entrañable relación del COI con el nazismo no acabó aquí: después del orgiástico festival de glorificación hitleriana de Berlín 1936 y, es de suponer que conmovidos los mandamases del olimpismo por la belleza del documental creado por Leni Riefenstahl, ¿saben que ciudad acabó siendo la elegida para celebrar los Juegos de invierno de 1940? Sí, Garmisch-Partenkirchen. Obviamente no hubo competición, pero no fue porque el movimiento olímpico no lo hubiese dado todo.

No sé ustedes, pero yo aquí veo un patrón: hay pocas cosas que importen menos al COI que la democracia. De hecho, tiendo a pensar que si sólo unas pocas ocasiones les ha tocado ser sede del fraternal movimiento olímpico a regímenes dictatoriales no se ha debido a un posicionamiento moral del olimpismo, sino más bien a que las dictaduras, por lo general, no tenían la capacidad organizativa necesaria.

No sólo las sedes

Pero es que, además, la concesión de las sedes de celebración no ha sido el único momento en el que el COI ha decidido arrastrarse por el fango: en cuanto ha tenido oportunidad hemos visto cómo el olimpismo se comportaba de la forma más baja e inmoral que imaginarse pueda.

Probablemente lo más despreciable fue lo ocurrido en Múnich 72, cuando un comando terrorista acabó con la vida de once deportistas israelíes y un policía. El COI no sólo decidió mantener la competición tras un único día de duelo, sino que se permitió seguir participando a las naciones árabes que se habían negado a arriar sus banderas a media asta en el estadio olímpico en señal de luto. ¿Se puede ser más repugnante?

Por supuesto, siempre se ha dejado competir a todas las satrapías del mundo –de acuerdo, esto es algo que se puede discutir ya que los atletas no tienen la culpa de lo que hacen sus gobiernos–; también se ha permitido y se permite que los regímenes totalitarios usen sus éxitos deportivos como propaganda; se han tolerado programas estatales de dopaje para poder hacer esa propaganda; y no es que se admita, es que se promueve la explotación infantil en un montón de deportes en los que preadolescentes e incluso niños todavía menores ven sus vidas arruinadas a cambio del sueño del oro olímpico.

No me cabe la menor duda de que cuando el barón de Coubertin empezó a promover la vuelta de los Juegos Olímpicos de la Grecia clásica lo hacía con la mejor de las voluntades y creía de verdad en eso de promover la paz y la armonía a través de la competición deportiva, pero lo cierto es que, pese a la propaganda que casi todo el mundo se traga, ese sueño hace ya muchísimo tiempo que es una pesadilla. Una pesadilla terriblemente rentable, eso sí.

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