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Daniel Rodríguez Herrera

Elon Musk contra el capitalismo moralista

Musk tiene ahora el problema de que no puede cambiar las culturas corporativas de las grandes empresas estadounidenses.

Musk tiene ahora el problema de que no puede cambiar las culturas corporativas de las grandes empresas estadounidenses.
Elon Musk | Alamy

Explicó el filósofo Miguel Ángel Quintana Paz hace pocos años cómo el capitalismo había pasado de una fase en la que se fomentaba la movilidad laboral, la reinvención del trabajador, la innovación permanente a otra en la que la empresa se transforma en una institución monocromática en la que jefes y empleados deben compartir una misma visión del mundo y la empresa debe hacer lo que esté en su mano para imponerla a la sociedad en su conjunto: es el capitalismo moralista. Las grandes compañías no sólo toman como suyo un ideario muy extremista en asuntos divisivos y polémicos, sino que lo imponen como obligación a sus empleados, lo publicitan en sus anuncios y hasta emplean su músculo para intentar forzar a gobiernos y parlamentos a seguir sus dictados.

Como suele suceder, su desarrollo en España no está tan avanzado como en Estados Unidos por el habitual retraso con que importamos toda la basura ideológica del gigante yanqui. Hace tiempo que es visible en el ámbito publicitario, eso sí. Anuncios racialmente diversos nada representativos de un país más bien uniforme, promoción del activismo, preocupación por el medio ambiente, etcétera. Como las multinacionales del entretenimiento son norteamericanas, también tenemos que soportar series y películas más preocupadas por lo políticamente correcto que por ser, en fin, buenas. Pero no sufrimos este cáncer al nivel en que lo sufren en Estados Unidos.

Durante años, a quienes observábamos con cierto escándalo cómo la censura políticamente correcta y la difusión de ideas radicales se iba adueñando de las universidades americanas se nos decía que no nos preocupáramos, que los estudiantes criados en esos ambientes ya cambiarían al tener que enfrentarse con el mundo real de la empresa y el mercado. Lo que hemos visto, sin embargo, es que ha sido ese mundo real el que se ha adaptado a esta generación de guardias rojos, y no al revés. No en todas las empresas, naturalmente, y no con la misma intensidad. Pero departamentos concretos como los de Recursos Humanos o sectores como los de la publicidad han sido copados. Porque, como aprendimos de Nassim Taleb, no es necesario que sean mayoría para imponerse: basta con que sean muy ruidosos y pesados y a los demás no les importe demasiado. Y vaya si lo han logrado.

Una de las empresas que había sido totalmente copada por los guardias rojos es Twitter. Una red social peculiar, con mucha menos penetración entre la población general, la que no le da demasiada importancia a estos asuntos, pero copada de periodistas, activistas y famosos. El único sitio donde, quizá, esa persona a la que admiras puede que te lea y conteste. Una incesante conversación pública y abierta con una influencia desmedida sobre los asuntos públicos. Elon Musk, un empresario que venía de la izquierda y uno de los usuarios de mayor éxito de la red social, observó con preocupación cómo la censura se imponía sólo sobre un lado del espectro político, y se negó a que esa inmensa plaza pública fuera una herramienta contraria a la libertad de expresión. Así que, como ya sabemos todos, tras el detonante que supuso la expulsión de la cuenta del periódico satírico The Babylon Bee, la compró con la intención de devolverla a lo que fue antes de 2016, cuando la victoria de Trump convirtió la censura en una obligación para el capitalismo moralista.

Musk ha lidiado con el problema de enfrentarse a una cultura corporativa contraria al principio de libertad de expresión despidiendo a un enorme porcentaje del personal. Los límites a lo que se puede escribir en Twitter los ha puesto, al menos en Estados Unidos, que es donde ha centrado el foco, en el cumplimiento de la ley y la incitación a la violencia, devolviendo cuentas a algunas de las principales voces censuradas previamente por la red social, de Donald Trump a Jordan Peterson. Pero ahora tiene el problema de que no puede cambiar las culturas corporativas de las grandes empresas estadounidenses; unos anunciantes cuyos presupuestos publicitarios sostienen en gran parte las cuentas de Twitter. Independizarse de su influencia es una de las principales razones detrás del esfuerzo que está poniendo en ofrecer un buen servicio de suscripción, sobre el que planea ofrecer una serie de servicios que la conviertan, al menos en Estados Unidos, en una aplicación de referencia como lo es WeChat en China.

El tiempo dirá si tiene éxito. Por de pronto, empiezan a verse pequeños motivos por los que tener esperanza. Tras lograr tumbar algunas leyes aprobadas por estados republicanos, el establishment político y empresarial fracasó con la ley electoral de Georgia, calificada de racista por suprimir el derecho a voto de los negros, los cuales han respondido impulsando una participación récord en el estado en las recientes elecciones de noviembre y reeligiendo con una mayoría holgada a su gobernador. Pero, sobre todo, la victoria del gobernador de Florida, Ron DeSantis, sobre Disney.

El congreso de Florida aprobó una norma que prohibía que profesores y colegios hicieran referencias sobre sexo o identidad sexual a niños de primaria. Algo que era impensable que se aprobara, porque hace pocos años hubiera sido impensable que semejante cosa se hiciera y encima tuviera el apoyo político de uno de los grandes partidos. Se popularizó como la "ley no digas gay", contra la que se pronunciaron todas las empresas, políticos y famosos varios, llegando la campaña hasta la ceremonia de los Óscar, donde se pusieron a repetir "gay" una y otra vez como si fuera un acto de rebeldía, en lugar del discurso promovido por las élites. Tras la presión de sus empleados, Disney se sumó a la denuncia contra la norma aprovechándose de su implantación en Florida. Ron DeSantis no sólo no se echó atrás, sino que contraatacó eliminando los privilegios fiscales y políticos con los que contaba la multinacional en el estado. Finalmente, Disney ha terminado despidiendo a su consejero delegado y sustituyéndolo por su predecesor, que ha anunciado que la compañía tomará a partir de ahora una posición más neutral, tanto en sus posicionamientos públicos como en el contenido que produce.

En este ambiente político y social en Estados Unidos, el más favorable a la libertad de expresión desde 2016, es posible que Elon Musk tenga éxito. Tiene a su favor un potentísimo altavoz para denunciar a las empresas que dejen de poner publicidad en la red social. Ya lo ha usado con Apple después de que retirara sus anuncios y amagara con retirar la aplicación de su tienda, logrando que Tim Cook se la envainara, al menos de momento. Otra cosa será que logre rentabilizar su hinchadísima inversión de 44.000 millones de dólares. Pero quizá, sólo quizá, el hombre más rico del mundo se conforme con no perder más y considere que ese es un dinero bien gastado en garantizar las libertades y la democracia.

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