Menú
Juan Gutiérrez Alonso

Vivir en el Chavismo

El derrumbe de la Res Publica por la llegada en las urnas de unos sepultureros tiene lugar ante quienes pudieron evitarlo y nada hicieron.

El derrumbe de la Res Publica por la llegada en las urnas de unos sepultureros tiene lugar ante quienes pudieron evitarlo y nada hicieron.
Maduro defendió como onstitucional su elección como sucesor del fallecido Hugo Chávez, y pidió a la oposición que administre con humildad su resultad. | Efe

Hace casi veinte años que andábamos por Sudamérica y ya advertíamos del proceso de bolivarianización que podría suceder en nuestro país. Teníamos motivos de sobra para creer que algo similar, aunque adaptado a nuestra realidad nacional y europea, sucedería más pronto que tarde en esta parte del Atlántico de la mano de los partidos comunistizantes.

No nos creyeron cuando decíamos que nuestra clase política se deslizaba progresivamente hacia las formas de ejercer el poder y tesis allí en auge. Pero, con esa arrogancia típica de quienes tienen estudios universitarios y se creen mejor (in)formados, decidieron que exagerábamos y que aquello no podía ni puede pasar en nuestro país. Todavía hoy, en estos días aciagos para la separación de poderes y el Estado constitucional, la práctica totalidad de universitarios orgánicos así lo consideran, restando importancia al golpe de Estado en curso.

Como en Venezuela a principios de este siglo, escuchábamos y leíamos nuestra particular versión del ya célebre: "No, vale, yo no creo…". Y cada vez que advertíamos en prensa o en persona que la senda estaba trazada y que los promotores de esta transformación destructiva estaban a ambos lados del océano, nos fruncían el ceño y nos veían alarmistas. Quienes vivieron o conocieron con detalle lo acaecido en Venezuela, Bolivia, Ecuador, como ahora Chile y Colombia, saben perfectamente a qué me refiero.

El Chavismo, esa forma radical, despótica, chulesca e histérica de ejercer el poder está ya totalmente asentado en nuestro país de la mano de numerosos partidos con representación en Cortes Generales. Y aunque los dogmáticos de las teóricas fortalezas del sistema nos ignoren una y otra vez, interesa advertir al ciudadano corriente, que es en verdad para quien escribimos, qué supone y cómo es vivir en el Chavismo. Huelga decir que a las decenas de miles de víctimas huidas de esta doctrina y que hoy viven entre nosotros no hace falta decirles nada porque en la mayoría de los casos conocen el guión y sabrán cómo autotutelarse.

Con el Chavismo surge es una nueva clase, en la terminología empleada en su día por Milovan Djilas. Un grupo de personas con extraordinarias dotes para intoxicar el debate público y envilecer a la población hasta condenarla a vivir casi permanentemente en tensión. Capaces de liderar o alinearse con un proceso de transformación social que consiste esencialmente en alimentar el rencor, la división y el victimismo, haciendo creer a los ciudadanos que viven en la más absoluta injusticia y desigualdad programada. Sojuzgados por unos extremistas, que ellos, los verdaderamente demócratas, van a doblegar y procurarnos el paraíso de la igualdad y el progreso.

Una vez en el poder el primer paso consiste en generalizar un nuevo lenguaje que pronto inunda la comunicación oficial y extraoficial porque hasta la prensa lo asume sin resistencia. El parlamentarismo se convierte en una ciénaga porque la mayoría de sus inquilinos en verdad no han creído nunca en otra cosa que no sea el avasallamiento del adversario. Esto sucede mientras se activan todo tipo de estrategias, asociaciones y toma de decisiones para que esta nueva clase pueda mantener el poder por tiempo indeterminado. Los plazos constitucionales de las legislaturas son completamente insuficientes para el plan previsto, por lo que se diseña una intensa agenda al efecto.

El gasto sin fin se vuelve entonces prioritario, por lo que se puede dejar las arcas vacías y endeudarnos por décadas sin problema. La culpa será del capitalismo o de cualquier cosa que suene a conservador. Y como mantener el poder es el objetivo, en este viaje se puede uno asociar con todo tipo de malhechores democráticos. Como hemos dicho en otras ocasiones, con el DAESH si fuera necesario. Y se hace sin pudor alguno, incluso justificándolo en el bien común, la estabilidad y hasta la paz, afianzando las decisiones con una omnipresencia discursiva sobre los derechos y la democracia misma. Ellos son entonces la democracia y los derechos, cualquier disidente resulta en cambio un enemigo público que hay que combatir.

Ahora bien, conscientes de que su mercancía está podrida y puede ser rechazada por el ordinario elector, paralelamente hay que centrarse en conseguir afianzar las lealtades a través de las redes clientelares y el extremismo ideológico, sin olvidar la creación de nuevos votantes con todo tipo de artimañas y señuelos. Es en este punto cuando ya vale todo y la sociedad se adentra en el populismo más indeseable. Ese momento en el que comprendemos que el sistema constitucional no tiene mecanismos convencionales de defensa contra algo así y que se requieren auténticos héroes en las Instituciones y la opinión pública para neutralizarlo o al menos demorarlo.

En este contexto, claro está, surgen ámbitos de resistencia o disidencia. Personas o grupos de personas a los que muchos confiamos la conservación de las libertades y la reversión del proceso, pero el Chavismo, con toda la fuerza del Estado, se propone arrinconarlos y aplastarlos. En la tarea de esconder la verdad de la nueva tiranía en ciernes, las universidades, gran parte de la prensa y hasta del funcionariado, el asociacionismo, la literatura contemporánea y las artes audiovisuales se convierten progresivamente en aliado y brazo ideológico de la nueva clase. Gracias a las prebendas, expectativas, promesas e intereses de grupo, acaban muy mayoritariamente comprometidos con el proceso. Sólo algunos murmuran en círculos reducidos o guardan silencio, saben que pueden ser destruidos o acabar en el ostracismo.

La nueva clase dirigente sólo tiene por cometido mantener y ampliar el fervor revolucionario para conservar el poder. Lo hará por medios legales, reglamentarios, administrativos o propagandísticos. Desde la agitación en las calles cuando proceda y contra quien proceda, a la aprobación de leyes ideológicamente asfixiantes a las que ni siquiera la oposición es capaz de enfrentarse con la determinación que debiera, sin descuidar el acorralamiento de la libertad de expresión y de prensa.

En la hoja de ruta, la exaltación continua de los colectivos que se han individualizado como apoyo es ya cuestión estratégica. Lo mismo dan "los indígenas", "las mujeres", o todos aquellos que puedan usarse por razón de su orientación sexual o credo religioso. Todos ellos son una herramienta idónea para ir así ascendiendo progresivamente en el asalto a todos y cada uno de los contrapoderes en el Estado y acabar sustituyendo la legalidad por la legitimidad, como estamos viendo precisamente estos días.

Y como en el transcurso de estos acontecimientos, los ingenuos y acomodados, también gran parte de la moderación intelectual, piensan que unas elecciones lo pueden arreglar todo, nuestra nueva clase se centrará también en el sistema electoral. Conscientes de que la narrativa revolucionaria y el asalto a todos los poderes del Estado puede no ser suficiente, se empeñarán en los inconvenientes que puedan crear la normativa electoral. Ahí es donde también conoceremos, llegado el caso, novedades y perversiones de todo tipo.

¿Significa el fin del mundo que a nuestro país haya llegado el Chavismo? Pues no. La vida sigue, e la nave va… En efecto, la vida continuará, puede incluso que usted no se vea afectado de manera inmediata por todo esto, pero salvo que viva con anteojeras, apreciará progresivamente una degradación en todos los ámbitos de la misma. También comprobará el refuerzo progresivo de esta nueva clase, que lejos de rectificar ante el malestar, la confrontación y tensión que ella misma provoca, se reafirmará en su dogmatismo e irá creciendo a consta del sufrido contribuyente.

El ascenso a cargos y puestos de todo tipo de gentes sin criterio ni la mínima formación para su desempeño, sólo por ser incondicionales y activistas, irá creciendo. También el asistencialismo masivo provocado por las propias medidas de la nueva clase. Mientras aumenta la huida de la inversión internacional y crece el daño a las clases verdaderamente productoras. Se promueve también una ideologización sin precedentes que atosiga la sociedad en su conjunto, lo cual deriva en un enfrentamiento, real o virtual, de la misma intensidad. Y en definitiva, se aprecia un deterioro de todo aquello que nos había hecho una sociedad próspera y segura en el pasado.

El derrumbe de la Res Publica por la llegada en las urnas de unos cualificadísimos sepultureros tiene lugar ante la mirada de quienes pudieron evitarlo y nada hicieron. Porque creían que aquí, todo esto, no podía pasar.

Pasado un tiempo, cuando afloren con toda su crudeza los resultados de este proceso, nos dirán que el programa en realidad era bienintencionado, pero que no se estaba implementando correctamente, cuando lo cierto es que se está implementando de modo completamente adecuado.

Juan J. Gutiérrez Alonso

Profesor de Derecho administrativo

Universidad de Granada

Temas

0
comentarios