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Emilio Campmany

El primer año de guerra

Aunque Rusia no esté en condiciones de alcanzar los ambiciosos objetivos que se propuso cuando inició la invasión, no está ni mucho menos derrotada.

Aunque Rusia no esté en condiciones de alcanzar los ambiciosos objetivos que se propuso cuando inició la invasión, no está ni mucho menos derrotada.
Ataque con misiles rusos sobre Kiev el 10 de octubre de 2022. | Europa Press

Para bien o para mal, el año 2022 será el año en el que estalló la guerra de Ucrania. La invasión empezó a fraguarse durante 2021. Desde abril, fuerzas rusas se fueron reuniendo alrededor de la frontera ucraniana. En julio de ese mismo año, Putin publicó un breve ensayo en el que explicaba cómo Rusia y Ucrania no son realidades distintas. El exministro de Asuntos Exteriores polaco, Radoslav Sikorski, dijo que tras leer el ensayo y saber que se había enviado una copia a todos los soldados rusos, tuvo la seguridad de que Putin invadiría. Es curioso que en esto se parezca tanto a Hitler, que también publicó en Mein Kampf sus planes de guerra. La coincidencia no es sin embargo una casualidad. Aunque parezca una contradicción, las dictaduras modernas son regímenes de opinión pública en los que es esencial contar con el respaldo de una parte considerable de la población. Para que tal población apoye una guerra de agresión, como fue la de Hitler, o la de Ucrania, en el caso de Putin, interesa que esa población comparta más o menos las razones de tal invasión. Putin sabe que para ganar una guerra es esencial que la moral de las tropas sea lo más elevada posible. Y que, en una guerra de agresión, es difícil que el soldado invasor tenga la moral alta si no se le ha convencido previamente de la estricta necesidad para su patria de invadir. De ahí que Putin niegue con argumentos historicistas el derecho de Ucrania a la independencia. El pueblo ucraniano, según él, no es algo diferente al pueblo ruso. Por tanto, la invasión de Ucrania no tiene por objeto atacar a una nación independiente, sino que Rusia recupere lo que es suyo y que Occidente le había arrebatado. Por sorprendente que pueda parecer, éste es un punto de vista que comparten muchos rusos. Luego, los argumentos descienden a la astracanada cuando Putin dice que el actual Gobierno ucraniano es nazi y que la invasión tiene por objeto desnacificar Ucrania. Pero, el elemento ideológico de base es que Ucrania es Rusia.

En octubre de 2021, los Estados Unidos y Gran Bretaña conocieron en detalle los planes de invasión rusos. Es éste un importante hecho de la guerra, pues los ucranianos siempre han tenido amplia información de lo que iban a hacer los rusos gracias a que las inteligencias norteamericana y británica se han infiltrado con éxito en el Gobierno ruso que, a estos efectos, tiene más agujeros que un queso gruyere. Es cierto, sin embargo, que los ucranianos no creyeron la información que les suministraba Washington por lo poco racional que resultaba una invasión. Sin embargo, ocurrió que no contaban con otro hecho relacionado con la inteligencia. El FSB ruso informó a Putin de que la invasión sería un paseo militar como en la Crimea de 2014, que nadie movería un dedo para impedirla y que a las pocas horas el Gobierno ucraniano caería y podría ser sustituido por otro prorruso que entregaría la parte oriental del país sin problemas y convertiría lo que quedara en un satélite de Moscú. Es característico de las dictaduras que sus servicios de inteligencia, que suelen contar con grandes recursos y a los que se les permite actuar con la brutalidad que sea necesaria para proteger al régimen, tienden sin embargo a engañar al dictador contándole, no lo que pasa, sino lo que el autócrata quiere que pase. Las consecuencias son terribles porque el dictador toma decisiones sobre unas bases irreales, como ocurrió en el caso de la invasión de Ucrania.

En diciembre de 2021, Putin emitió un ultimátum a Estados Unidos y a la OTAN exigiendo el compromiso de que Ucrania jamás ingresaría en la organización y se desmantelaría todo el despliegue de la alianza en los países más próximos a Rusia. Naturalmente, el ultimátum estaba diseñado para que no pudiera ser atendido y así justificar la invasión que ya estaba decidida y que se produjo el 24 de febrero de 2022. La misma se diseñó con varios vectores. Desde el Norte, la fuerzas invasoras se dirigirían desde Rusia y desde Bielorrusia hacia Kiev con idea de tomar inmediatamente la capital. Desde Crimea irían hacia el Este, en dirección a Jersón y Odessa y hacia el Oeste, en dirección a Mariupol, con objeto de ocupar cuanto antes toda la costa ucraniana y negarle el acceso al mar a lo que permaneciera independiente. Desde el Este el ejército ruso trataría de ocupar todo el Dombás. Cumplidos estos objetivos en pocas semanas, esperaban poder reagruparse y seguir avanzando hacia Occidente. No ha trascendido si los planes incluían ocupar Moldavia, pero se da por hecho que se pensaba contactar con Transnistria, una región del Este del país que se halla en situación de rebeldía gobernada por una facción prorrusa.

La toma de Kiev fracasó por completo y a primeros de abril Putin había renunciado a tomarla. Así terminó la primera fase de la guerra. La retirada rusa dejó al descubierto los muchos crímenes de guerra cometidos por el ejército ruso durante la ocupación, lo que hace mucho más difícil llegar a ningún compromiso de paz. En cualquier caso, Putin se concentró en el Este y en el Sur del país, logrando conquistar buena parte del Dombás y toda la costa ucraniana bañada por el mar de Azov, conectando por tierra la península de Crimea con el territorio ruso. La reacción ucraniana durante esta fase de limitados éxitos rusos tras haber renunciado a sus máximos objetivos fue casi simbólica, pero importante en el campo de la propaganda. En abril, en una incursión con helicópteros, los ucranianos atacaron la ciudad rusa de Belgorod. Se ha hecho evidente con el paso del tiempo que la negativa de los norteamericanos a que los ucranianos ataquen territorio ruso está limitada a que lo hagan con armas proporcionadas por Washington. En cambio, si son capaces de llevarla a cabo con armamento de origen diferente, los ataques están permitidos. También en aquella época Kiev atacó la flota rusa en el Mar Negro y hundió su buque insignia, el Moscova. Esto ha obligado a la flota rusa a reducir sus operaciones al mínimo para evitar ulteriores ataques y preservar la seguridad de su flota. La consecuencia es que los rusos no están en condiciones de bloquear los puertos ucranianos sin asumir graves riesgos y, haciendo de la necesidad virtud, han consentido el paso de los buques cargados con grano, no porque estén preocupados por la subida de precios de los alimentos, sino porque no están en condiciones de montar un bloqueo eficaz sin poner en peligro sus barcos.

Llegado el verano, Ucrania pasó al ataque y en un fulgurante contraataque liberó buena parte del territorio ocupado en el Noreste dando así inicio a una tercera fase de la guerra. El éxito de la contraofensiva estuvo en buena parte fundada en una operación de inteligencia que convenció a los rusos de que habría un gran asalto en el Sur, en Jersón, lo que obligó a Putin a trasladar tropas hasta allí y desguarnecer el Norte. Entonces el verdadero ataque se produjo en Jarkov. La verdad es que para Rusia es mucho más importante el Sur que el Norte. Allí es esencial conservar la franja de terreno costera que mantiene a Crimea unida con la Rusia continental. Hasta tal punto es así, que prefirió desalojar Jersón para poder situar sus defensas al otro lado del Dnieper para mejor defenderse y no verse atacado con el río a sus espaldas. En eso, Rusia llevó a cabo una retirada modélica en un brevísimo espacio de tiempo, lo que es prueba de que, aunque Rusia no esté en condiciones de alcanzar los ambiciosos objetivos que se propuso cuando inició la invasión, no está ni mucho menos derrotada.

En septiembre, ocurrió un hecho importante cuando Putin decretó una movilización parcial para suministrar a sus muy diezmadas unidades con soldados de repuesto. La movilización se llevó a cabo de una forma caótica y se sospecha que los nuevos reclutas han sido enviados al frente sin equipo y sin entrenamiento. Pero el caso es que ahora los rusos disponen de fuerzas suficientes con las que defender las posiciones que ocupan y no parece que puedan ser desalojados con la facilidad que lo fueron durante el verano de la zona de Jarkov. Otra cuestión son los efectos psicológicos que en la moral de la opinión pública tenga la movilización.

En octubre, Putin puso al frente de las fuerzas en Ucrania a un nuevo general, Sergei Sirovikin, un militar despiadado curtido en la guerra de Siria que ha hecho que el ejército ruso vuelva a confiar en una de sus tácticas más queridas, el bombardeo masivo e indiscriminado. Rusia dispara unos 20.000 proyectiles al día. El objetivo es acabar con las instalaciones eléctricas del país para desmoralizar a la población civil. Los daños son cuantiosísimos y efectivamente buena parte de Ucrania está sin luz ni calefacción. Sin embargo, de momento la moral ucraniana no se ha quebrado. Por otra parte, históricamente está demostrado que esta táctica por sí sola es incapaz de ganar las guerras. Por eso los ucranianos esperan una inminente ofensiva por tierra de la que los bombardeos diarios no son más que el prólogo. Será a partir del momento en que el barro se congele, se endurezca y los blindados puedan nuevamente avanzar cuando la misma se produzca, dentro de muy poco. Claro que también podría ocurrir que fueran los ucranianos los que aprovecharan estas condiciones más favorables para montar una contraofensiva y que en realidad los rusos no estuvieran en condiciones de emprenderla por la falta de equipo y la baja moral de sus tropas.

En todo el conflicto, durante todo el año, no ha sido posible medir bien qué efectos están produciendo las sanciones económicas. Se dice que a las fábricas rusas no llega el material indispensable para suministrar munición y recambios para sus vehículos militares y eso es lo que ha hecho ponerlos a la defensiva. Tampoco se sabe bien hasta dónde llegan los apoyos con los que puede contar Putin entre la élite política, económica y financiera rusa. Sí se sabe que los más pacifistas padecen una epidemia de suicidios. Y que esto contrasta con quienes critican a Putin por no ser más agresivo, que pueden expresar su censura libremente sin sufrir ninguna represalia. Lo que sí parece es que la guerra será larga y que 2022 no es más que su primer año.

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